“Y se le permitió hacer guerra contra los santos, y vencerlos. También se le dio autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación” (Apoc. 13:7).
El capítulo 13 de Apocalipsis rebosa de declaraciones intrigantes, o aun desconcertantes, con relación a la permisividad; al menos, a primera vista. Notemos estos cuatro versículos:
1-“A la bestia se le permitió hablar con arrogancia y proferir blasfemias contra Dios, y se le confirió autoridad para actuar cuarenta y dos meses” (Apoc. 13:5).
2-“Y se le permitió hacer guerra contra los santos y vencerlos. También se le dio autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación” (Apoc. 13:7).
3-“Y engaña a los moradores de la tierra con las señales que se le ha permitido hacer” (Apoc. 13:14).
4-“Se le permitió infundir vida a la imagen de la primera bestia, para que hablara y mandara matar a quienes no adoraran la imagen” (Apoc. 13:15).
Seis siglos antes, refiriéndose a ese mismo poder humano de inspiración diabólica, aunque aún futuro en sus días, el profeta Daniel usó expresiones semejantes: “Y veía que este cuerno hacía guerra contra los santos, y los vencía” (Dan. 7:21). “Hablará en contra del Altísimo y oprimirá a sus santos […] y los santos quedarán bajo su poder durante tres años y medio” (7:25, Nueva Versión Internacional).
Es evidente que ese poder enemigo de Dios y de sus fieles no podría hacer semejante daño si no le fuera permitido. ¿Cómo se explica esa tolerancia divina del mal y sus secuelas?
Para empezar, Dios cree en el poder de la disciplina restauradora (Apoc. 2:21, 22; 3:19; Heb. 12:8). A menudo permite que las personas y las naciones sean alcanzadas por las consecuencias de sus decisiones incorrectas a fin de que recapaciten. Ese no es su plan ideal, pero sabe que muchos “hijos del rigor” solo están dispuestos a aprender en “la escuela de los golpes duros” y “en cabeza propia”, pues, desgraciadamente, “la experiencia es un libro que todos quieren escribir pero que nadie quiere leer” (ver 1 Cor. 10:11). Las penurias que el rebelde pueblo del Pacto padeció a manos de Egipto, Asiria, Babilonia, Persia, Grecia y Roma se encuadran dentro de esa dinámica (Dan. 1:1, 2; 8:12; 9:4-16).
Pero, la aflicción no solo ayuda a los descarriados a reconsiderar sus malas decisiones, sino también sirve como un termómetro para autodiagnosticar la verdadera condición espiritual más allá de las apariencias. Es fácil parecer cristiano cuando todo va bien (Mat. 13:20, 21).
Otra de las razones por las que Dios permite temporariamente y hasta cierto punto la actuación del mal es por su respeto hacia el libre albedrío humano y por su amorosa paciencia.
Nunca nadie podrá decir que Dios actúa injusta o precipitadamente (Apoc. 16:7; 19:1, 2; Éxo. 34:6, 7). Dios no cree que el fin justifica los medios. No cree en los atajos o en los métodos rápidos para terminar con el mal. No combate el mal con el mal, sino con el bien y la justicia.
Finalmente, la actuación divinamente restringida del mal es tal vez el mejor autodesenmascaramiento de este ante los seres humanos y el universo inteligente, en el contexto del conflicto entre el bien y el mal desencadenado por las dudas sembradas por Lucifer acerca del carácter de Dios (Gén. 3:1-5; Juan 8:44).
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