“Y fue lanzado fuera el gran dragón […] y sus ángeles fueron arrojados con él. […] Entonces el dragón se llenó de ira contra la mujer, y se fue a hacer guerra contra el resto de la descendencia de ella” (Apoc. 12:9, 17).
La ironía es uno de los recursos literarios más prominentes en el Apocalipsis. Por momentos, el drama descrito por Juan se asemeja a una serie de dibujos animados como Tom y Jerry, o el coyote y el correcaminos. En ambos casos, la “selección natural” y la “supervivencia del más apto” fracasan estrepitosamente.
El Cordero muerto y resucitado vence finalmente a la serpiente, tal como fuera anunciado a Eva tras la Caída (Gén. 3:15). Los que siguen al Cordero por dondequiera que va (Apoc. 14:4) y acaban como él, muertos a causa de su testimonio fiel, terminan siendo reyes, y jueces de sus verdugos, juntamente con Cristo (Apoc. 1:6; 2:26, 27; 3:9, 21; 6:16, 17; 11:15-17; 16:5-7; 17:14; 18:20; 19:2; 20:4).
Entre otras muchas cosas, el Apocalipsis es la crónica irónica de un mal perdedor. La encantadora serpiente, que tan amigable se mostró con la mujer en el Edén, no es otra que el dragón, Satanás, o el diablo (“el expulsado”, en griego). Tras fracasar en su intento de imponer su voluntad en el cielo, se ensaña ahora contra el Hijo prometido a Eva (Gén. 3:15; Gál. 4:4); y tras una nueva derrota, lo intenta esta vez contra la mujer, símbolo del pueblo de Dios (Apoc. 12). Hay lecciones difíciles de aprender y derrotas difíciles de aceptar; sobre todo, para los malos perdedores. Finalmente, Satanás arremete contra el resto de la descendencia de la mujer, contra los hijos fieles del segundo Adán: Jesús (Juan 1:12, 13; 3:3-8).
En este contexto, y haciendo honor a su nombre, el Apocalipsis (“Revelación”, o “Desenmascaramiento”) hace visible lo que no se ve a simple vista, lo oculto detrás de las engañosas apariencias (2 Tes. 2:3, 6, 8). El temible trío integrado en Apocalipsis 13 por el dragón, Satanás, y sus dos socios humanos: las bestias de la tiranía política y de la religiosidad apóstata, unidas en contra de los pocos testigos fieles de Dios a lo largo de la historia, principalmente antes del fin, se encaminan hacia su derrota total y definitiva.
Satanás lo sabe, pero lo disimula tras una fachada de arrogante prepotencia. “¡Ay de los moradores de la tierra y del mar, porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo” (Apoc. 12:12; 17:10-14; 1 Ped. 5:8). Como suele ocurrir, la crueldad de los tiranos aumenta en proporción a la inminencia de su derrota. Cuanto más vulnerables se saben, más inflexibles se muestran. Las apariencias engañan.
Las víctimas del dragón, por otra parte, son declaradas los vencedores en la contienda, contra toda apariencia y cálculo humano (Apoc. 7:14; 11:11, 12; 12:11; 14:4, 5; 15:2; 17:14; 20:4; 21:7). Del mismo modo, la aparente derrota del Cordero en la cruz fue, paradójicamente, su gran victoria y la de ellos (Juan 12:23, 31-33; Apoc. 5:5; 12:11). Esta muerte santa desenmascaró de una vez y para siempre al diablo como quien realmente es: un homicida y mentiroso desde el principio (Juan 8:44), un mal perdedor, cuyos días están contados. RA
el enemigo conoce nuestras debilidades , pero nosotros conocemos su final. AMÉN
ES SABIDO QU TODOS LOS PODERES ESTABLECIDOS EN LA TIERRA POR EL HOMBRE SIRVEN A SATAN Y SUS DOCTRINAS DADAS VUELTA AL REVEZ Y POR ESO CAERAN EN EL LODO DE LA MAS ESPANTOSA HUMILLACION Y DESTRUCCIN TOTAL POR QUE OFENDEN A DIOS Y ESTE HARA JUSTICIA EN SU INFINITA BONDAD PARA RESCATAR AL SER HUMANO DE LAS GARRAS DE ESOS PODERES INFERNALES