Las imágenes parecen sacadas de una película de ciencia ficción. Hombres encerrados en sus trajes blancos fantasmagóricos fumigando calles o cargando cuerpos sin vida. Hospitales sobrepasados que no pueden atender ni la mitad de los casos de infectados por el Coronavirus. Países enteros en cuarentena, donde las personas apenas pueden salir para comprar alimentos y medicamentos. Sería inútil dar estadísticas de contagio y de muertes, ya que quedarían desactualizadas para cuando leas estas líneas.
Ante estas situaciones caóticas, como lo es una pandemia, es natural que las personas tiendan a centrarse en, quizá, la única visión que tienen acerca de las profecías apocalípticas, que por lo general es negativa, oscura, sin esperanza y con expectativas de extinción de la humanidad. Es cierto que la Biblia presenta ciertas condiciones sociales, naturales y cósmicas que rodearán el tiempo del fin. Quizás el elemento que más se destaque sea el de los desastres naturales, seguido por el caos social generalizado. En medio de ese contexto, aparecen aquí y allá alusiones a “plagas”, o “pestilencias” (Luc. 21:11), por no hablar directamente de las siete plagas de Apocalipsis 15 y 16.
Es en este contexto de crisis ecológica, donde la naturaleza sufre tanto por la acción del hombre como por fuerzas demoníacas que actúan para destrucción, que las pestilencias, las epidemias y las pandemias tienen mucha más capacidad destructora.
Ahora bien, ¿no será por eso que al remanente del tiempo del fin se le han dado instrucciones precisas con respecto a cómo cuidar la salud? En mi estudio del escenario del tiempo del fin, he podido descubrir que existe lo que podríamos llamar una “mayordomía del tiempo del fin”, donde se le pide al pueblo de Dios que dedique más de su tiempo, más de sus dones, más de su dinero, más de su influencia a la propagación del mensaje de los tres ángeles. Solo así será posible, junto con la lluvia tardía –que multiplica el esfuerzo individual y el corporativo en el contexto de esta mayordomía del tiempo del fin–, alumbrar a toda la Tierra con el mensaje del Advenimiento a la manera del cuarto ángel de Apocalipsis 18.
Ahora, puntualmente dentro de esta mayordomía del tiempo del fin, también somos llamados a distinguirnos del resto en relación con la manera en que cuidamos del templo del Espíritu Santo, que es nuestro cuerpo. Y la crisis del Coronavirus nos ha demostrado algunas de las razones. La mayoría de los casos de personas que han fallecido a causa de este virus se debe a que ellas tenían algún factor de comorbilidad; alguna otra enfermedad que agrava el cuadro o suprime las defensas: enfermedades respiratorias, afecciones cardíacas como la hipertensión, la diabetes o ciertas clases de cáncer, que dejan al cuerpo inmunosuprimido. Y, si revisamos bien la lista que los especialistas presentan, la mayoría se trata de enfermedades “del estilo de vida”, que podrían haber sido evitadas sencillamente al observar las leyes de la salud y utilizar los ocho remedios naturales.
Además, durante las pandemias, todo el sistema sanitario, ya sea el público o el privado, se ve desbordado. Asistir a una guardia médica por una simple gripe se vuelve toda una aventura llena de riesgos, ya que uno puede regresar del médico con una dolencia mucho peor de la que lo motivó a atenderse. Y ni hablar de tener algún episodio grave que necesite hospitalización urgente en una terapia intensiva que está llena de enfermos por el virus pandémico.
¿Cómo podremos predicar el evangelio para esta hora si estamos llenos de enfermedades y dolencias en el contexto del caos natural y epidémico del tiempo del fin? Ahora entendemos mejor las razones por las que Dios nos dejó la Reforma Prosalud, que se entiende mejor en el contexto de la mayordomía del tiempo del fin.
Durante la Edad Media, los judíos fueron acusados de causar las terribles pandemias que azotaron a Europa y otros continentes, y que mataron a millares de personas. ¿Cuál era la razón? A ellos casi no les llegaron estas enfermedades. ¿Por qué? En primer lugar, eran aislados socialmente en guetos. En segundo lugar, practicaban las leyes sanitarias del Antiguo Testamento, como designar una zona alejada de la vivienda familiar para hacer las necesidades, hacer un pozo allí y cubrir las heces (Deut. 23:12, 13). Durante la Edad Media, era normal que las cloacas y demás aguas residuales fueran vertidas a las calles, convirtiéndose así en un foco de contagio.
En este tiempo del fin, Dios nos ha dejado instrucciones precisas con respecto a nuestra salud, como parte de la mayordomía del tiempo del fin. Observemos esas leyes, y entonces se cumplirá también la promesa de que “ningún mal te conquistará; ninguna plaga se acercará a tu hogar” (Sal. 91:10). RA
Gracias, Pr Blanco.
El Señor Bendiga a Ud y su Família.
Maranatha
Un gusto saludarles. ¿Cómo puedo obtener los diferentes articulos que se publican en esta pagina?
atte: Ptr. César Sánchez (Chiapas, México).