Por: Alejandro Bullón.
«Vinieron, pues, apresuradamente, y hallaron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre» (Lucas 2:16).
Anduvo por las calles de Belén, golpeando de puerta en puerta, sin encontrar abrigo. No había despertado todavía a la vida terrena, pero ya sabía lo que era el rechazo. Nadie le abrió las puertas. Nadie le dijo «¡Bienvenido!» Todo el mundo tenía algo que hacer, y tenía prisa. Había fiesta, luces y colores en Belén. ¿Quién podía perder tiempo, dando hospedaje a dos peregrinos? Lo que nadie podía preveer era que estaban rechazando al príncipe de la paz y privándose de la oportunidad de servir al huésped más ilustre que pasó por el mundo.
Si Jesús hubiese llegado vistiendo sus ropas reales y ostentando su título celestial, con seguridad los hombres habrían preparado la mayor de las recepciones, con mucha música, pompa y fuegos de artificio. Habrían ofrecido un banquete suntuoso y enviado invitaciones a las grandes personalidades del mundo social, político y religioso.
Pero las cosas con Jesús son diferentes, imprevisibles e inesperadas. Vino en el vientre de una mujer pobre, a quien las personas miraban con sospecha, porque la historia de su embarazo «estaba mal contada». Vino en forma de un niño simple. Vino como a veces vienen las cosas que realmente valen: sin brillo. ¡Y nadie lo recibió! Tampoco podían: en una época de tanto correr, tantas cosas para hacer, tantos regalos por comprar, tantas tarjetas de Navidad que enviar, ¿quién tendría tiempo para prestarle atención a un simple niño?
Las cosas no cambiaron hoy. Por increíble que parezca, todo continúa igual. Míralo tocando de puerta en puerta, míralo andando por las calles de las grandes ciudades, entrando en los shoppings, míralo con los ojos suplicantes, preguntando: «Hijo, ¿tienes un lugar para mí en tu vida? ¿Puedo hacer algo por ti?» Y las personas ni se dan cuenta de que él existe, porque están demasiado ocupadas en prestar atención a su invitación.
Si él anunciara su llegada a la capital, en un avión en vuelo directo del cielo hacia tu país, con seguridad todo el mundo dejaría las compras, las tarjetas y los árboles de Navidad para otro día. Ciertamente, todos correrían al aeropuerto, con la máquina fotográfica y la filmadora en la mano. Con seguridad, los periodistas se pelearían por conseguir una declaración exclusiva; sin duda, las mayores personalidades disputarían una foto a su lado.
Pero las cosas con Jesús son diferentes, impredecibles e inesperadas. Él está ahí, cerca de ti, hablándole a tu corazón: «Hijo, es hora de detenerte un poco y prestarme atención; es la hora de pensar en mí».
En medio de las luces y fuegos de artificio y en medio de las guirnaldas, ¿te paraste a pensar en él, a conversar con él, para abrirle tu corazón y dejar que él entre y lo revolucione todo? ¿Serás capaz de verlo?
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