Comentario Lección 4 – Primer trimestre 2016
Solemos decir, y con razón, que la salvación es una cuestión de responsabilidad individual. Y esto es cierto. Pero no cabe duda de que el liderazgo espiritual ejerce una gran influencia en nuestra vida personal y como pueblo de Dios, como iglesia.
Si bien es cierto, tanto Moisés como Josué tuvieron sus luchas al ejercer su liderazgo espiritual y político, por causa de que Israel era un pueblo “duro de cerviz” (cabeza dura, diríamos hoy), es indudable que comparativamente el pueblo de Dios se mantuvo en su cauce, contenido, mientras ambos líderes vivieron. Pero, una vez que Josué falleció, la historia de Israel empieza a desbarrancarse. Y al ingresar en el período de los jueces, encontramos el triste relato de ese ciclo incesante de apostasía, disciplina divina redentora a través de la invasión de los pueblos vecinos, arrepentimiento (regreso a Dios) y un corto período de fidelidad, para volver a caer una y otra vez en lo mismo. Lo más triste de todo esto es el fracaso en cumplir el alto destino que Dios tenía diseñado para ellos (prosperidad y felicidad material y espiritual, y llegar a ser luz de mundo y bendición para los que los rodeaban), y en vez de eso conformarse con una vida menos que mediocre. En todo esto vemos el propósito del enemigo por destruir al pueblo de Dios y los propósitos divinos, y es una señal de advertencia para nosotros, para que no arruinemos, como ellos, lo que podríamos llegar a ser, la grandeza de nuestro destino si nos entregamos en manos de Dios para amarlo y cumplir sus elevados propósitos en nuestra vida.
La lección de esta semana reflexiona un poco en cómo se vivió este Gran Conflicto durante el liderazgo de cuatro jueces: Débora, Gedeón, Sansón y Samuel, y añade la entrañable historia de Rut.
DÉBORA
Lo más sorprendente y animador de esta historia es que Dios, desafiando los paradigmas culturales de la época, utiliza a una mujer no solo para gobernar al pueblo sino también para dirigir una batalla y lograr una aplastante victoria sobre los enemigos del pueblo de Dios.
Qué elevado debió de haber sido el liderazgo de Débora, qué respeto se ganó aun dentro del público masculino, que Barac, cuando Débora le pide que vaya a la guerra contra Sísara, el general cananeo, le responde: “Sólo iré si tú me acompañas; de lo contrario, no iré” (Jueces 4:8, NVI).
Este solo pasaje debería ser lo suficientemente aleccionador para nosotros, a fin de que eliminemos toda discriminación machista hacia la mujer, ya sea en relación con la actividad política, educativa, administrativa, profesional en cualquier rama, e incluso espiritual y eclesiástica. Dios puede hacer grandes cosas a través de las damas de nuestra iglesia, y deberíamos valorar el liderazgo femenino, que tanto bien hace a la comunidad de la fe. Ellas, con su fe, consagración, comprensión y dulzura, pueden, movidas por el Espíritu de Dios, ganarle batallas al enemigo dentro de la iglesia, del hogar y de la comunidad.
GEDEÓN
En esta historia, Dios se muestra como un Dios insólito, haciendo cosas que desafían nuestros esquemas mentales preconcebidos.
Elige a Gedeón, un humilde muchacho tímido y hasta casi cobarde, para derrotar a los enemigos del pueblo de Dios y, detrás de ellos, al gran Enemigo cósmico, que procura destruir los planes redentores de Dios y a su pueblo.
Gedeón se ve a sí mismo como realmente es, incapaz de llevar adelante semejante gesta heroica, de combatir contra los madianitas. Pero Dios lo ve –al igual que a nosotros– como lo que puede llegar a ser y a hacer si se pone en sus manos todopoderosas. Lo llama “varón esforzado y valiente”, en el mismo instante en que estaba escondido por causa de los enemigos, con esa visión divina esperanzadora, que ve la realidad con otros ojos: los ojos de las posibilidades humanas, no de las limitaciones humanas, cuando su poder actúa en nosotros.
Gedeón, no obstante, parece tener una inseguridad crónica, y le pide a Dios evidencias adicionales, externas a la promesa misma, de que lo que Dios le dice es real, y que REALMENTE iba a contar con la dirección y la asistencia divinas. Parece jugar con Dios, en relación con todo el asunto del vellón y la lluvia, pidiéndole una prueba y una contraprueba.
Como todo pasaje bíblico, que revela no solo la condición humana, sus limitaciones y sus posibilidades, también aquí se revela la grandeza del carácter de Dios: Dios se adapta a la poca fe de Gedeón, le sigue el juego casi infantil, y ACOMPAÑA EL DESARROLLO DE LA FE DE GEDEÓN, dándole las señales que pedía, de forma milagrosa.
De igual modo, en esta batalla espiritual en la que estamos todos, Dios trabaja primero CON LO QUE SOMOS, CON LO POCO QUE TENEMOS, nos acepta y nos ama tales como somos, y tomándonos de la mano, como un padre a su hijo pequeño, paso a paso, va guiando nuestra experiencia espiritual, llevándonos de victoria en victoria, en la medida que nuestra pobre humanidad lo permite, pero siempre haciéndonos crecer. No vemos aquí a un Dios que fuerce a su hijo, que lo avasalle y lo violente para que haga su voluntad. Solo vemos a un Padre paciente y sabio, pero que tiene suficiente poder para hacerle ver maravillas a Gedeón.
Y, además de este milagro sencillo pero poderoso del vellón y la lluvia, Dios sigue desplegando sus maravillas: Gedeón sale con un ejército bastante respetable (32.000 hombres) a pelear contra los madianitas, pero Dios reduce el ejército a apenas trescientos hombres (menos del 1% del ejército original), y con esos pocos derrota a los enemigos del pueblo de Dios. Dios demuestra que la participación humana en este conflicto, el uso de nuestras capacidades, si bien forma parte del plan divino en su trato con nosotros (el principio de la cooperación divino-humana), es casi un adorno: la victoria es de Dios. En él, en su poder y sabiduría, está el verdadero poder para librar nuestras batallas personales y como iglesia. Y sin embargo, en nuestra naturaleza humana caída y autosuficiente, nos parece que ejercicios como la oración y la consulta a la Revelación por guía y aliento son solo un apéndice de nuestra victoria. Que lo que la garantizará serán nuestras medidas humanas, nuestros planes, estrategias, recursos, preparación académica, etc. Aprendamos a depender y a confiar plenamente en Dios, y veremos vencido al enemigo y desbaratados sus planes.
SANSÓN
Si hay dos temas que resaltan en esta historia es la tristeza de lo que podría haber llegado a ser Sansón, por un lado, y los alcances de la misericordia de Dios, por el otro.
Sansón contaba con todas las condiciones necesarias para que su vida fuese exitosa: unos padres piadosos, un milagro divino que anunció su nacimiento, aun un estilo de vida saludable por parte de sus padres, transmitido a él mismo en su niñez, y un llamado claro de parte de Dios para cumplir un encargo celestial que lo honraría y lo colocaría en una posición de privilegio como líder del pueblo de Dios.
Pero todo esto fue malogrado por causa de las bajas pasiones consentidas y cultivadas por Sansón. Su excesiva fuerza física lo hizo sentirse demasiado confiado en sí mismo, al punto del abuso de esa fuerza para enfrentar a otros, en vez de reconocerla como un don de Dios dado con un propósito: defender al pueblo de Dios.
Pero, como bien se señala en el comentario de Patriarcas y profetas, aunque física y temperamentalmente era fuerte, no lo era por dentro, espiritualmente y en su carácter:
“Físicamente, Sansón fue el hombre más fuerte de la tierra; pero en lo que respecta al dominio de sí mismo, la integridad y la firmeza, fue uno de los más débiles. Muchos consideran erróneamente las pasiones fuertes como equivalente de un carácter fuerte; pero lo cierto es que el que se deja dominar por sus pasiones es un hombre débil. La verdadera grandeza de un hombre se mide por el poder de las emociones que él domina, y no por las que lo dominan a él” (Patriarcas y profetas, p. 612).
Y, la caída de Sansón en relación con las mujeres debería darnos una nota de advertencia a quienes vivimos en esta época tan sobresaturada de estímulos sexuales a través de los medios de comunicación y de lo que se puede ver en la calle por todas partes a través de carteles, tiendas de ropa, etc. Este tipo de pecado ha provocado la caída de muchos –especialmente de dirigentes religiosos–, por lo que, bajo la acción del Espíritu Santo, deberíamos ejercer vigilancia y precavernos contra todo lo que nos pueda acercar a este tipo de tentaciones, manteniéndonos lo más distantes posible a fin de no malograr lo que Dios quiere hacer por nosotros y a través de nosotros. Ninguno está exento de la posibilidad de caer en esto. El enemigo sabe a qué aspecto de nuestra naturaleza apelar para destruirnos.
SAMUEL
La historia de este último juez brilla por su nobleza y por las grandes cosas que Dios pudo hacer a través de él, gracias a que los lemas de su vida fueron: “no dejó caer a tierra ninguna de sus palabras” (1 Samuel 3:19) y “habla, porque tu siervo oye” (1 Samuel 3:10). El apego a la voluntad revelada de Dios caracterizó su vida desde su más tierna infancia, y es lo que debería caracterizar la nuestra.
Con dolor, tuvo que ver cómo Dios condescendió con el pueblo al darles un rey, aun cuando no era su plan ideal, por causa de lo errático de la naturaleza humana, sobre todo al tener en sus manos fama y poder.
Con dolor, tuvo que anunciar al rey Saúl su destronamiento del reino, por causa de su falta de disposición al arrepentimiento frente a la reprensión divina.
Con dolor, tuvo que decirle al rey Saúl que ya no tendría “palabra de Jehová” para él, porque Dios sabía que Saúl ya no quería escuchar a Dios.
Con alegría, tuvo que ungir al siguiente rey de Israel, David, y aprender la lección divina de que Dios no se fija en las apariencias sino en el corazón.
Consejero fiel de dos reyes y del pueblo de Israel, Samuel se mantuvo firme en medio del conflicto que arreciaba a Israel permanentemente, y no solo contra los enemigos externos instigados por Satanás (los filisteos), sino también contra los internos, de la tendencia a la idolatría, la apostasía, las intrigas palaciegas, las ambiciones por el poder.
Sobre todo, Samuel fue un REFERENTE moral y espiritual para el pueblo y aun para los dos reyes a los que acompañó en su reinado, un baluarte de la verdad en medio de las fuerzas satánicas que procuraban desviar al pueblo de Dios.
Ojalá que se pueda decir lo mismo de cada uno de nosotros. Que seamos referentes para los niños, para los jóvenes, para los que luchan dentro y fuera de la iglesia con decisiones morales que los pueden colocar de un lado o de otro de la gran guerra espiritual en que nos encontramos. Que Dios nos bendiga a todos, para que cumplamos nuestro alto destino.
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