“Estas palabras están cerradas y selladas hasta el tiempo del fin” (Dan. 12:9). “Y me dijo: No selles las palabras de la profecía de este libro, porque el tiempo está cerca” (Apoc. 22:10).
Daniel no comprendió todo lo que se le reveló acerca de la etapa final del conflicto entre el bien y el mal en el escenario de la historia humana, y se le dijo que, llegado el momento, Dios habilitaría a quienes vivieran entonces a fin de que pudieran entender esa porción de la profecía.
Aun antes de la llegada de esa etapa, Juan, un profeta posterior a Daniel, recibió más luz acerca de esa fase final de la historia. No obstante, y al igual que en el caso de Daniel, abrigaba, junto con la iglesia del primer siglo, la esperanza de un desenlace más bien cercano en el tiempo. Lo mismo había ocurrido décadas antes con los discípulos en ocasión del discurso escatológico de Jesús en el Templo (Mat. 24:6, 8).
El carácter progresivo de la revelación divina y de su comprensión por parte de sus destinatarios humanos se destaca en distintas partes de las Escrituras: “Lo que yo hago […] lo entenderás después” (Juan 13:7); “Cuando venga el Espíritu de verdad […] él os enseñará todas las cosas” (Juan 14:26); “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad” (Juan 16:12, 13).
El hecho mismo de que las sucesivas visiones proféticas de Daniel 7, 8 y 11 sean básicamente una recapitulación esclarecedora de la de Daniel 2 da cuenta de ello. A su vez, Daniel recibió la explicación divina de la porción de Daniel 8 que lo dejó perplejo once años después (Dan. 9:1, 2), cuando el profeta estaba en condiciones de entender.
El hecho mismo, pues, de que estemos constantemente creciendo en nuestra comprensión de las Escrituras en general, y de las porciones proféticas relativas al fin en particular, debería mantenernos alerta contra dos tendencias peligrosas:
Por una parte, la especulación infundada acerca de lo que aún no resulta totalmente claro. Por otra, la pretensión de que una comprensión pasada de ciertas verdades es definitiva, perfecta e insuperable por su antigüedad misma y por el consenso que alcanzó en su momento.
En relación con el primero de esos dos peligros, vale la pena recordar el atinado consejo de Jaime White acerca de las partes de la profecía que aún no se han cumplido, y del peligro de la ansiedad y la especulación en torno a ellas: “Al interpretar profecías no cumplidas, donde la historia no está escrita, el estudiante debiera presentar su exposición sin demasiado dogmatismo, para que no se encuentre extraviado en el terreno de la fantasía. Hay quienes piensan más sobre la verdad futura que sobre la verdad presente. Ven poca luz en el sendero en que caminan, pero creen que ven gran luz delante de ellos. […] Es inquietante preguntarse cuál será el resultado de este dogmatismo en cuanto a profecías no cumplidas, si las cosas no salen como se espera tan confiadamente” (Review and Herald, 29 de noviembre de 1877).
Con respecto al peligro de rechazar la comprensión creciente de la revelación divina resultante de la investigación personal y grupal bajo la conducción del Espíritu Santo, Elena de White advirtió que “la verdad es progresiva y debemos caminar en su luz creciente. […] Debemos […] procurar mayores conocimientos y luz más desarrollada” (Review and Herald, 25 de marzo de 1890).
Pr. Cotro
Me inquieta observar que algunos se inquietan mal por darse cuenta que hay jóvenes y fieles creyentes, que al escudriñar las escrituras desde la mirada de Jesús y Su revelación del carácter del Padre…. encuentran nueva luz y más brillante al mostrarnos a nuestro Dios y Su Amor fiel verdadero eterno perfecto misericordioso…. por favor ¿podría ampliar más este comentario? Gracias!