Dios nos da el secreto para perseverar en la vida.
No me alcanzaría esta página para escribir sobre los proyectos que he comenzado en mi vida pero que no he terminado. Proyectos de costura, de programas de entrenamiento físico, sobre escribir libros, aprender sobre la cultura japonesa… Mejor no sigo.
Conozco muy bien el poder motivador de las nuevas ideas, la satisfacción que se crea en mi imaginación y la euforia de los primeros pasos. Y también conozco el poder de las ideas que vienen después, que muchas veces van matando a las anteriores hasta hacerlas caer en el olvido, o, en el mejor de los casos, en el panteón de mis recuerdos por donde a veces doy un paseo.
Por otro lado, reconozco -con una cierta dosis de sabiduría- que no se puede hacer absolutamente todo lo que se nos cruza por la cabeza. ¡Gracias a Dios por la sabiduría!
Creo que todos conocemos, de cerca o de lejos, esta experiencia de no terminar lo que empezamos. De abandonar a la mitad del camino y no llegar a la meta.
Sin embargo, nuestra historia no está hecha solo de comienzos fallidos; también conocemos el precio que pagamos por perseverar para avanzar y llegar a algún lado.Sabemos que las cualidades personales que necesitamos para empezar algo son muy diferentes de las cualidades necesarias para continuar y terminar. El entusiasmo y la sana pasión funcionan al comienzo. Pero para seguir, es decir para llegar a la meta, necesitamos constancia, paciencia, perseverancia, coraje, firmeza y disciplina.
Como hijos de Dios, avanzamos por esta vida con algunos proyectos importantes en los cuales se manifiestan estas últimas cualidades: cuidamos de nuestros hijos o de nuestros padres, nos preparamos para ejercer un oficio o una profesión, cultivamos una relación. Es curioso que, a la hora de buscar ejemplos de “proyectos” en los que sí perseveramos, por lo general vienen a la mente personas importantes para nosotros.
Las cosas y las experiencias pasan a un segundo plano. Primero están “nuestras” personas. Y, con ese amor que les tenemos, encontramos más fácilmente las cualidades que nos ayudan a terminar algo. ¿Será acaso el amor aquel motor que nos ayuda a ser constantes, pacientes, perseverantes, llenos de coraje, firmes y disciplinados? Creo que lejos no estamos.
Piensa en la vida del apóstol Pablo. No la tuvo nada fácil. Pero, con una visión clara de lo que quería hacer después de su encuentro con Jesús en aquella ruta a Damasco, avanzó pensando siempre en la gente que estaba sirviendo. En todas sus cartas, él menciona cuánto amaba a los miembros de las diferentes casas-iglesias que había visitado. Ellos eran su motivación: “Así, hermanos míos, amados y deseados, gozo y corona mía; estén firmes en el Señor, amados” (Fil. 4:1).
Ya hacia el final de su vida, sus palabras a Timoteo, su discípulo, son significativas. “Yo ya estoy para ser sacrificado. El tiempo de mi partida está cerca. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás me está guardada la corona de justicia, que me dará el Señor, Juez justo, en ese día. Y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (1 Tim. 4:6-8). ¿Has notado el verbo al final?
Pablo no solo amaba a sus hermanos. También amaba el regreso de su Salvador Jesús. La motivación y el motor de su vida fue realmente el amor que tenía por su Salvador, que se extendía, cual ondas en el mar, hacia todos los que buscaban al Salvador.
Al finalizar este año, piensa en tu propia vida. Pregúntate en qué área estás perseverando, a pesar de las dificultades. Encontrarás que el amor que Dios puso en tu corazón es el fundamento de lo que estás haciendo. Verás que la presencia de Dios en tu vida, el hecho de tomarlo en serio y tener una relación con él, es lo que te motiva a seguir.
No te sostienen las buenas ideas o las luces con las que el mundo busca captar tu atención. Es Jesús, con el amor que pone en tu corazón, el que te motiva y te capacita para que tu historia — y tus historias — no queden truncadas en el cementerio de tus recuerdos. Podemos avanzar confiados en el brazo poderoso de nuestro Salvador, que nos guía y nos capacita para acercarnos a la meta hasta que nos venga a buscar para vivir la eternidad junto a él.
¡Bendecido año nuevo para todos!
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