¿Realmente la estamos esperando?
En 1997, Gary McPherson estudió a 157 niños seleccionados al azar mientras escogían y aprendían un instrumento musical. Algunos se convirtieron en buenos músicos y otros quedaron en el camino. McPherson buscó los rasgos que separaban a los que progresaban de los que no. El coeficiente intelectual no era un buen predictor. Tampoco la sensibilidad auditiva, las habilidades matemáticas, los ingresos o el sentido del ritmo. El mejor predictor individual era una pregunta que McPherson había planteado a los estudiantes antes de que, incluso, seleccionaran sus instrumentos: ¿Cuánto tiempo crees que tocarás?
Los estudiantes que proyectaban tocar por un corto tiempo, no se volvieron muy competentes. Los niños que ideaban tocar durante algunos años tuvieron un éxito modesto. Pero hubo algunos niños que dijeron, en efecto: “Quiero ser músico. Voy a tocar toda mi vida”. Esos niños se destacaron. El sentido de identidad que los niños aportaron a la primera lección fue la chispa que desencadenaría todos los avances que sucederían posteriormente. Era una visión de su futuro.1
Sin duda, vivimos tiempos peligrosos. No es de extrañar: vivimos en el tiempo del fin. Pandemias, crisis económicas, revueltas sociales, desastres naturales; todos se acumulan en un sinfín de olas que atacan sucesivamente nuestro mundo, cual marea que horada constantemente la roca de la orilla. En medio de toda la incertidumbre que provocan, es natural que nos preguntemos si podremos lograr atravesar las tinieblas temporales y llegar a esa mañana gloriosa. ¿Quién podrá mantenerse en pie hasta la Segunda Venida?
El apóstol Pablo nos deja la clave. En su segunda carta a Timoteo, afirma que él ha “peleado la buena batalla”, ha “terminado la carrera” y ha “permanecido fiel”, y que ahora solo le resta esperar por “el premio, la corona de justicia que el Señor, el Juez justo” le dará “el día de su regreso” (2 Tim. 4:7, 8, NTV). Pero también afirma que no solo él recibirá la corona de justicia. También llegarán a la meta y recibirán de parte del Señor ese premio “todos los que aman su venida” (2 Tim. 4:8, NBLA).
Al igual que sucedió con esos niños, de los cuales solo aquellos que tenían en claro quiénes querían llegar a ser, y qué estaban dispuestos a sacrificar para alcanzar esa meta, fueron los que finalmente se destacaron como músicos, solo aquellos cristianos que “aman su venida” podrán atravesar estos tiempos tumultuosos que vivimos, y los que nos tocará enfrentar todavía.
Amar su venida quizá sea más que solo “esperar con anhelo su venida” (NTV) o esperar “con amor su manifestación” (BLP). Amar su venida implica eso y mucho más.
Proveniente del griego agapao (ver Mat. 5:43; Juan 21:15), el vocablo “amar” indica mucho más que un simple impulso. Implica que toda la vida, cada aspecto del pensamiento y de la acción, se orientan teniendo en cuenta a la persona amada.
La gozosa perspectiva del segundo advenimiento determina el uso que da el cristiano a su tiempo y su dinero, afecta su elección de amigos, y proporciona un poderoso incentivo para eliminar defectos del carácter y para llegar a ser más semejante a Cristo (ver 1 Juan 3:3).2
Solo si cultivamos una relación personal íntima con Cristo ahora, podremos amar su venida, y así lograr soportar las pruebas presentes y futuras; estar deseosos de llegar a la meta sin importar el costo.
Referencias
1 David Brooks, The Social Animal: The Hidden Sources of Love, Character, and Achievement (New York: Random House, 2011).
2 Comentario bíblico adventista, t. 7, p. 360.
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