Por Clifford Goldstein:
Seguirlo significa dejar nuestro yo de lado.
Desde que era niño, quería escribir novelas y absolutamente nada más. En mi anteúltimo año de la Universidad, comencé a escribir una novela que en poco tiempo me absorbió por completo. Este libro controlaba mi vida más de lo que yo controlaba las vidas de sus personajes. Interpretaba, calificaba y analizaba todo factor externo –amigos, familia, finanzas– según cómo me impactarían al escribir la novela.
Una tardecita a fines del verano de 1979, deambulé hacia mi habitación en Gainesville, Florida (EE.UU.), para continuar escribiendo. Para ese momento ya había volcado 2 años y medio en esta novela, más de un 10 % de mi vida (tenía 23 años), y esa noche estaba más entusiasmado que nunca con el proyecto. Nunca había estado avanzando tan bien.
En mi cuarto, metí una hoja en la máquina de escribir, y cuando presioné la primera tecla… tan real como cualquier otra cosa que me haya sucedido, vino el Espíritu del Señor Jesús y me dijo: “Cliff, has estado jugando conmigo demasiado tiempo. Si me quieres tener esta noche, quema ese libro”.
Esto no sucedió en un vacío; el Señor había estado obrando durante mucho tiempo para traerme hasta ese momento, en el que me mostró que aquel libro era mi dios, y que si yo deseaba al verdadero Dios era necesario deshacerse del que era falso. Pero ¿por qué esta noche, cuando estaba más entusiasmado que nunca con el libro? ¿Por qué el Señor no podía pedirme que lo hiciera cuando no estaba avanzando muy bien?
Luego de una noche de lucha, quemé la novela y me metí en mi cama, rodeado de una nube de humo (lo quemé en mi cuarto).
Pocos días después, el diablo susurró a los oídos de este nuevo creyente: Ah, quemaste el libro porque necesitabas una excusa para dejarlo, ya que sabías que no lo podrías terminar. Una ola de dudas inundó mi mente. Pero, al recordar la experiencia de esa noche, pensé: Al contrario, nunca había estado más seguro sobre el libro que aquella noche. ¡Fue por eso que el Señor quiso que lo quemara! ¡Quítate de delante de mí, Satanás!
Elena de White aclara mucho esto: “En el momento del éxito, cuando las redes estaban llenas de pescados y eran más fuertes los impulsos de la vida antigua, Jesús pidió a los discípulos, a orillas del mar, que lo dejasen todo para dedicarse a la obra del evangelio. Así también es probada cada alma para ver si el deseo de los bienes temporales prima por sobre el de la comunión con Cristo”.*
No es broma
Al arrancarnos del mundo cuando nuestras raíces están más profundamente arraigadas a este, el Señor hace que sea más difícil (pero no imposible) que estas raíces vuelvan a crecer. Tenemos que entregar el denominador común menor: nosotros mismos. Si no es así, no estamos haciendo una entrega; solamente dando un apretón de manos teniendo los dedos cruzados.
* Elena de White, El Deseado de todas las gentes (Florida, Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2008), p. 239.
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