Conoce los riesgos físicos y psicológicos de permanecer en inacción.
La COVID-19 ha traído cambios en nuestra vida que hasta hace pocos meses no imaginábamos. La necesidad de aislarnos para evitar el contagio y del confinamiento en nuestros hogares no ha sido inocua. En el nivel psicológico, ha aumentado el estrés, la ansiedad, los síntomas depresivos y el insomnio. A esto se agrega que las personas que acostumbraban realizar ejercicio están imposibilitadas de ir a un gimnasio o a los lugares en donde generalmente practicaban un deporte. Esto afectó aún más a personas que eran sedentarias, al reducir la poca actividad física que antes realizaban fuera de su domicilio.
Teniendo las precauciones del aislamiento, es posible que eludamos la COVID-19, pero corremos el riesgo de contraer otras patologías relacionadas con el sedentarismo y el encierro que también son peligrosas, como ansiedad, depresión, obesidad, diabetes e hipertensión arterial.
Toda actividad física que podamos hacer en nuestro hogar es de beneficio para nuestra salud física y mental. Las sustancias que se liberan al activar los músculos actúan sobre el sistema nervioso en forma similar a la de un fármaco psicoactivo. El estado de ánimo ejerce una gran influencia en la salud física y las defensas.
Si podemos abrir las puertas de nuestra casa y salir a caminar, respetando el distanciamiento social, sería ideal. Si no es posible salir del domicilio, se pueden hacer actividades como caminar o correr en el mismo lugar, sentarnos y levantarnos de una silla varias veces seguidas, o hacer flexiones abdominales y/o de brazos. Todo lo que hagamos va a ser útil si logra que movamos nuestros músculos. Debemos usar nuestra imaginación para asegurar que nuestro cuerpo se active, cuidando de no hacernos daño y tratando de mantenerlo todos los días. Para que el ejercicio sea útil, debe ser por lo menos de diez minutos. Si podemos repetirlo tres veces en el día, ya estaremos activos por treinta minutos y podremos empezar a sentir sus beneficios.
Hay un detalle que es importante: el ejercicio intenso y prolongado, como correr varios kilómetros, en una persona que no está entrenada, crea una situación de estrés tal que termina siendo contraproducente.
En personas jóvenes, acostumbradas o no a la actividad física, si se tiene sospecha o certeza de estar contagiado por la COVID-19 y al hacer ejercicio experimenta dolor en el pecho que empeora con la inspiración, o aumento de la dificultad para respirar y palpitaciones, se recomienda suspender el ejercicio inmediatamente y consultar a un médico; y no volver a realizar ejercicio hasta tener los estudios necesarios. Hoy se sabe que este coronavirus puede producir daño en el nivel cardiovascular, lo que resulta en cambios permanentes, e incluso la muerte.
Elena de White escribió: “En el gran plan de Dios para la redención de una raza caída, él se colocó a sí mismo en la necesidad de usar instrumentos humanos como su mano ayudadora. Debe tener una mano ayudadora para llegar hasta la humanidad” (Mensajes selectos t. 1, p. 120). Teniendo esa gran responsabilidad que Dios nos ha dado, debemos cuidarnos para ser una mano ayudadora fuerte, en condiciones para la obra, buscando ser activos físicamente, y también compartir palabras de ánimo y esperanza a las personas que conocemos. Oremos, para que Dios nos muestre en dónde tenemos que poner nuestras fuerzas, a quién podemos ayudar o llevar la Palabra. RA
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