¿Cuál es nuestra actitud frente a las grandes crisis que tenemos por delante?
Dios suele obrar en silencio, pero algunas veces nos abre los ojos para que entendamos cómo suceden sus milagros. Eso fue lo que pasó en los días del profeta Eliseo, cuando Ben-adad, rey de Siria, amenazaba al rey Joram y se preparaba para la guerra contra Israel (2 Rey. 6).
Con un ejército más fuerte y estrategias más eficientes, la derrota del pueblo de Dios parecía tan solo una cuestión de tiempo. Pero el Señor obró y trasladó la crisis al ejército sirio. Las estrategias de Ben-adad comenzaron a ser descubiertas y el ambiente se volvió tenso, hasta que recibió la noticia de que el profeta Eliseo era el responsable por la “filtración de información”. Para resolver el problema, el rey sirio mandó un batallón de hombres, carros y caballos para atacarlo en Dotán.
Temprano en la mañana, cuando el siervo de Eliseo vio la ciudad fuertemente rodeada, se desesperó y preguntó al profeta: “¡Ah, señor mío! ¿qué haremos?” El hombre de Dios no perdió la calma ni la confianza, y respondió: “No tengas miedo, porque más son los que están con nosotros que los que están con ellos”. Y además oró: “Te ruego, oh Jehová, que abras sus ojos para que vea”. Dios atendió su pedido y el muchacho vio “que el monte estaba lleno de gente de a caballo, y de carros de fuego alrededor de Eliseo” (2 Rey. 6:16, 17). Con su ejército invisible, Dios ganó la batalla y transformó un grave problema en una gran victoria.
Las crisis y las dificultades nunca dejaron de amenazar al pueblo de Dios, sino que simplemente cambiaron de nombres y de personajes a lo largo del tiempo. Fueron persecuciones externas, divisiones internas, aparentes derrotas; e incluso riesgo de extinción. Pero el ejército invisible del Señor enfrentó cada desafío, venció cada batalla y preservó un remanente.
El Movimiento Adventista también tuvo sus capítulos difíciles. Nuestra historia muestra que, incluso con la presencia de Elena de White en las primeras décadas, hemos enfrentado duras crisis personales, teológicas, estructurales y administrativas. En los años posteriores, estas siguieron repitiéndose, pero el ejército invisible del Señor nos protegió, libertó y restauró. Dios usó cada desafío para hacernos más fuertes y enseñarnos a estar alerta, para que las dificultades del pasado no se repitan.
Por eso, hoy, al enfrentar nuevos desafíos que amenazan nuestra unidad, sacuden nuestra confianza y socavan nuestro mensaje, necesitamos recordar las palabras de Eliseo: “No tengas miedo”. El enemigo está “como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Ped. 5:8), pero no podemos dar lugar al miedo y la duda, pues “el Señor puede sacar victoria de lo que nos parece desconcierto y derrota. Estamos en peligro de olvidar a Dios, de mirar las cosas que se ven, en vez de contemplar con los ojos de la fe las cosas que no se ven” (Elena de White, Los hechos de los apóstoles, p. 397).
¡Esta causa es del Señor! Si abrimos los ojos, veremos que su ejército invisible sigue enfrentando cada desafío, usando medios que no somos capaces de entender, y asegurando que “más son los que están con nosotros que los que están con ellos”. Nuestro Dios es especialista en transformar derrotas inminentes en oportunidades evidentes.
Enfrenta los desafíos de tu vida personal, de la iglesia local o de nuestra estructura eclesiástica viendo por fe lo invisible. Somos una iglesia conformada por personas que tienen diferentes expectativas, culturas, sensibilidades y madurez espiritual. Por eso, lo que parece ser una solución para algunos es un problema para otros, lo que hace que cualquier solución sea más difícil de lo que algunos podrían imaginar. Nunca encontraremos la victoria en especulaciones sin fundamento, actitudes críticas o desvíos proféticos; tampoco en mensajes alarmistas, perfeccionistas o catastrofistas presentados en libros, páginas de Internet, blogs, videos y redes sociales. Estos solo muestran lo que las limitaciones humanas pueden imaginar, crear o distorsionar. Solo el ejército invisible de Dios es capaz de enfrentar de forma equilibrada y acertada cada batalla y hacernos vencedores.
“Dios […] es hoy la fortaleza de su pueblo. Debemos recordar que los seres humanos son sujetos a errar, y que aquel que tiene todo el poder es nuestra fuerte torre de defensa. En toda emergencia, debemos reconocer que la batalla es suya. Sus recursos son ilimitados, y las imposibilidades aparentes harán tanto mayor la victoria” (Elena de White, Profetas y reyes, p. 150; énfasis agregado). Abre los ojos, confía en el Invisible, y ten la seguridad de que nuestros grandes desafíos nos preparan para las mayores victorias. RA
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