Guardar los mandamientos es siempre la mejor opción.
En 2008, el violoncelista y director de orquesta estadounidense Benjamin Zander presentó un experimento fascinante a una audiencia en busca de motivación para el liderazgo. Al comienzo, un joven estudiante de violoncello llamado Nikolai, de quince años, interpretó –nervioso y cohibido– una pieza de Juan Sebastián Bach. Las notas estaban ahí, casi todas bien. Pero faltaba algo. En pocos minutos, Zander iba a obrar una transformación total en su manera de tocar.
Como todo buen profesor, sabiamente, lo hizo pensar. No buscó lograr que imite a otros músicos, diciéndole que las cosas se hacían de tal o cual manera. Más bien, le hizo preguntas y sugerencias que lo invitaron a considerar el tipo de obra que estaba tocando y el mensaje que quería transmitir a los oyentes. En otras palabras, lo ayudó a entender el significado profundo de la música.
En estos pocos minutos de interacción entre profesor y alumno, el estudiante se transformó en artista. La misma pieza, tocada al final, era sencillamente otra cosa. La música ahora era MÚSICA: irradiaba alegría y motivación, elevando los pensamientos y las emociones de todos, llenándolos de satisfacción.
A veces, nuestra vida puede parecerse a la pieza que tocó Nikolai al comienzo. Estamos haciendo bien las cosas, somos cumplidores y responsables. Pero falta brillo y significado. Falta satisfacción.
Como siempre, la Palabra de Dios es el mejor punto de partida para empezar a buscar aquello que nos falta. Sin embargo, te invito a mirar en un lugar de las Escrituras que puede parecer contraintuitivo, una palabra que para algunos tiene mala fama y que hasta puede parecer un terreno árido: Los Diez Mandamientos.
Pero no los busquemos en Éxodo 20 sino en un salmo de Asaf: el Salmo 81. Dios está hablando al pueblo de Israel, recordándole cómo lo había librado de la esclavitud y luego guiado y bendecido durante la travesía penosa por el desierto. “Oye, pueblo mío, y te amonestaré. ¡Israel, ojalá me escucharas! No haya en ti dios ajeno, ni te encorves a dios extraño. Yo Soy el Señor, tu Dios, que te hice subir de Egipto. Abre bien tu boca y te satisfaré” (vers. 8-10).
En Éxodo 20, Dios había dicho a Israel: “Yo soy el Señor tu Dios, que te saqué de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás otros dioses fuera de mi” (vers. 2, 3). Y luego siguen los siguientes nueve Mandamientos. En el Salmo 81, lo que sigue es una poderosa promesa: “Abre bien tu boca y te satisfaré”. Es un paralelo muy revelador: la obediencia a la Ley de Dios, vivida como respuesta a la gracia de Jesús, quien murió para obrar nuestra salvación, se nos presenta como la clave de nuestra satisfacción como cristianos; y como fuente de bienestar: “El Señor nuestro Dios nos mandó que cumplamos todas estas normas, y lo reverenciemos, para que nos vaya bien todos los días y sigamos viviendo, como sucede hoy; y tendremos justicia si cuidamos de cumplir todos estos mandamientos que el Señor nuestro Dios nos mandó” (Deut. 6:24, 25).
Nuestro Padre nos invita a mirar su Ley para nuestra vida como una promesa de satisfacción, no como una mera letanía de lo que hay que hacer o no hacer. Mirado desde esta perspectiva, el resultado de la obediencia es profunda paz y alegría, porque estaremos cada vez más en armonía con el carácter de aquel que nos creó a su imagen.
Cuando, por la gracia de Dios, entendamos esto y lo pongamos en práctica, los cambios se verán. Nuestra vida cristiana ya no será un tedioso caminar, un mero “tocar las notas”. Empezaremos a comprender el significado profundo de la obediencia. Ahora nuestra vida empezará a ser VIDA. Y nuestro amoroso Salvador nos ayudará a descubrirla con la infinita paciencia y sabiduría de un genial Profesor.
gracias por compartir las Bendiciones que Dios derrama en sus vidas.