“ESTEMOS DONDE ESTEMOS, SEAMOS INSTRUMENTOS EN LAS MANOS DE DIOS”
[highlight ]Cuando era niño, quería ser pastor y administrador. Cuando fue grande cumplió su sueño, y trabajó quince años en Rusia como tesorero, y luego como presidente de la División Euroasiática. En julio pasado fue elegido vicepresidente de la Asociación General. En este mes, Guillermo Biaggi.[/highlight]
Luego de 22 horas de viaje, el Pr. Guillermo Biaggi arribó a la Argentina, proveniente de Rusia, a las 7:10 de la mañana. Por la tarde, nos encontramos en la sede de la Unión Argentina, para realizar esta entrevista. “Sí, fresco; pero por el frío que traje de Rusia” (risas), declara cuando le digo que se lo nota fresco y feliz… Y también se lo nota activo. Después de tres lustros sirviendo en la División Euroasiática (diez años como tesorero y cinco como presidente), el pasado Congreso de la Asociación General lo eligió como uno de los vicepresidentes de la iglesia en el ámbito mundial.
Revista Adventista (RA): ¿Cuáles fueron sus sensaciones al ser elegido para esta tarea?
Guillermo Biaggi (GB): Fui sorprendido por esta designación para ser uno de los seis vicepresidentes generales. Es algo que me hace muy humilde, porque no te sientes preparado para esa responsabilidad. Te sientes pequeño ante algo tan grande. Mi oración es como la de Salomón, para que Dios me brinde sabiduría y entendimiento, y me capacite diariamente.
RA: Los quince años en Rusia ¿lo entrenaron multiculturalmente para este cargo?
GB: Creo que el Señor nos va modelando. La familia de la iglesia es mucho más amplia y rica de lo que pensamos. Es probable que el Señor nos haya entrenado, nos haya llevado providencialmente por circunstancias en la vida en las que dices “¿Por qué tengo que experimentar esto?”; pero todo tiene una razón, en su visión del futuro.
RA: ¿Qué tareas desempeña un vicepresidente de la Asociación General?
GB: A diferencia del área de Secretaría y Tesorería, los vicepresidentes no tenemos divisiones específicas que atender, pero si áreas específicas. Cada uno tiene tres o cuatro ministerios e instituciones que tiene que supervisar y presidir.
RA: ¿Ya sabe cuáles son las áreas que supervisará?
GB: Sí. Me asignaron la coordinación del departamento de Comunicación, del Ministerio de Publicaciones y de Mayordomía Cristiana. Y además, debo presidir las juntas directivas de Hope Channel, de Adventist World Radio, del Consejo de Evangelismo y Testificación, la del Manual de iglesia, y la del entrenamiento y desarrollo del liderazgo en el ámbito mundial.
RA: ¿Cómo es trabajar en un territorio tan extenso como la División Euroasiática?
GB: El territorio es el más extenso de todas las divisiones del mundo. Tiene doce de los quince países de la ex Unión Soviética, más Afganistán. Son países complicados. En la División, hay once husos horarios; es casi la mitad del mundo. Hay siete países musulmanes, y seis que son cristianos ortodoxos. Siempre preguntaba a los hermanos de allí si era más difícil convertir a un musulmán o a un ortodoxo. A priori, pensaríamos que a un musulmán; pero hay que recordar que en Rusia hay un eslogan que dice: “Nosotros, los rusos, somos ortodoxos”. Es como una pared dura y frontal, a la que te enfrentas. La traba más grande para que un ortodoxo se haga adventista es la filiación al país, no algo tan doctrinal.
RA: ¿Cómo vivió la iglesia en Rusia durante los años del Comunismo?
GB: En setenta años de Comunismo, perdimos casi trescientos pastores. Fueron llevados a Siberia, y dieron su vida por Cristo como mártires. Estos pastores habían sido entrenados en lo que se llama “seminario teológico ‘subterráneo’ ”. No había institutos públicos ni escuelas de Teología; estaba todo prohibido. Entonces, el pastor invitaba a un joven, en el que veía cualidades espirituales, a caminar por un bosque. Y allí le transmitía entrenamiento teológico. Y le decía: “Si algún día me lleva la KGB (policía secreta), tú has sido nombrado para ser el siguiente pastor”. Desde ese momento, él tenía que empezar a entrenar a otro.
RA: Todo era muy complicado…
GB: Sí, me contaron una vez cómo hacían las juntas de iglesia. Todo era clandestino. Aprovechaban un sepelio, por ejemplo. Allí iban todos los miembros, y ahí se decidían las cosas. Si se encontraban en otro momento, la policía secreta podía ver qué estaba haciendo ese grupo. La policía tenía infiltrados. A veces, era evidente quiénes eran, ya que se sentaban en las iglesias y tomaban notas. Hay que destacar que algunas iglesias sí se podían reunir en público; muy pocas. Una iglesia del Estado cedía sus instalaciones para que hicieran culto en sábado.
Hubo pastores y ancianos que dieron su vida por Cristo en épocas complicadas. Hoy, que tenemos libertad, ¿somos tan fieles al Señor como lo fueron ellos?
RA: Hay historias muy interesantes al respecto, ¿verdad? Como la manera en que copiaban los libros de la iglesia…
GB: Sí. Son historias que inspiran. Copiaban los libros de las lecciones de Escuela Sabática con máquinas de escribir y papel carbónico. Hay ejemplares de eso aún, en un museo que tiene la iglesia. Hay hermanos y hermanas que tipearon por más de veinte años. Hoy la iglesia les brindó una pensión, en reconocimiento y agradecimiento por su trabajo. Eran laicos que tenían sus trabajos durante el día; y por la noche, ponían colchones contra las paredes de sus casas para que no se propagara el sonido, y tipeaban toda la noche.
Tenían que ser máquinas de escribir viejas. Ponían el papel y el carbónico, y hacían hasta diez copias; las ultimas apenas se podían leer. Luego, las encuadernaban como libros. Era toda una odisea hacerlo, porque no solo había inversión de tiempo: había que conseguir grandes cantidades de papel y los carbónicos, sin que nadie desconfiara. ¡Y las máquinas! Muchas estaban marcadas por el Gobierno, y podían averiguar a quién pertenecía. Todo era muy controlado en esas épocas.
Y hay más. Cuando conseguían una Biblia de contrabando, la pagaban a un valor que equivalía a tres o a cuatro sueldos completos de ellos. La Palabra de Dios tenía un valor inestimable.
RA: Hoy ¿aún conservan ese fervor?
GB: Sí; los rusos son un pueblo muy lector. Hace poco, al este de Moscú surgió una idea en relación con la lectura. Una hermana pensó que sería bueno para la actividad misionera elaborar un diario mensual (llamado Descubre el tesoro escondido), con noticias y artículos de ética y de moral. Imprimieron quinientos ejemplares, y los reparten por las casas. A la semana pasan de nuevo, preguntando si les interesó algún artículo, y obtienen así estudios bíblicos.
Otras iglesias se enteraron de esto, y quisieron hacer lo mismo. La Asociación lo supo, le interesó el proyecto y lo apoyó. Así que, comenzaron a imprimir más cantidades: dos mil, cinco mil, veinte mil… Y siguió creciendo: trescientos mil, un millón… Hoy se imprime un millón y medio de ejemplares.
RA: Usted viene del área administrativa; estudió Ciencias Económicas. Y de pronto se encuentra realizando también tareas pastorales…
GB: Es verdad. Soy Contador Público, tengo una maestría en Administración y un doctorado en Ministerio, con énfasis en Liderazgo. Cuando era niño (con siete u ocho años), quería ser pastor y administrador. Tenía ese sueño desde la escuela primaria, y fue alimentado por los referentes de mi familia. Mi padre era uno de los administradores del entonces denominado Colegio Adventista del Plata. Mi mamá era hija de misioneros ingleses, que emigraron de Londres a Sudamérica. Se trata del Pr. Edgar Brooks, quien hasta se desempeñó como jefe de Redacción de la ACES, y su esposa. Él era mi abuelo materno. Tenía una gran dedicación a la misión. Mis cuatro hijos también la tienen.
(Nota del editor: El Pr. Brooks tuvo ese cargo en dos oportunidades: de 1920 a 1929, y de 1938 a 1946).
RA: Sin dudas, recibió buenas influencias. Y cumplió sus sueños…
GB: Desde luego. Y también fue gracias a mi madre. Cuando era niño sufrí una tragedia: la muerte de mi padre. En 1960, debido a su trabajo, mi padre estaba con nosotros recorriendo Estados Unidos con el fin de visitar los colegios adventistas y aprender de ellos. Así, viajando en auto, tuvimos un accidente terrible en Lincoln, Nebraska. Mi padre murió instantáneamente; tenía 38 años. Mi mamá (que tenía 36) quedó sola con sus cuatro hijos. Así y todo, nos educamos y nos preparamos para servir. Hoy cumplí mis sueños de niño. Mis cuatro hijos también tienen vocaciones misioneras, y sirven en distintas partes del mundo.
No importa lo que hagas. Lo importante es que, estemos donde estemos y sea cual fuere la profesión que desempeñemos, seamos instrumentos en las manos de Dios para cumplir la misión.
RA: ¿Qué mensaje final puede dejar para los lectores de la RA?
GB: Manténgase fieles al Señor, y pongan su vista en Cristo. Oren cada día, pidiendo a Dios que les muestre el plan y el propósito de sus vidas.RA
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