LAS GLORIAS PASADAS

09/05/2022

“¡Considera cuán lejos has caído y arrepiéntete!” (Apoc. 2:5, traducción al español de la versión New English Version).

“Todo tiempo pasado fue mejor”, reza el refrán. Estamos acostumbrados a pensar de esa manera. Y, si bien es cierto que lo vivido por la humanidad en el ámbito mundial desde el año 2020 hace que casi cualquier pasado parezca mejor, también es cierto que la idealización de los tiempos idos tiene sus riesgos. Uno de ellos es el desaliento. Cuanto más idealizamos el pasado, más frustrante resulta el presente, sobre todo, en el ámbito personal.

Por ejemplo, desde nuestros más tiernos años hemos sentido como inalcanzable la presunta perfección e impecabilidad de los próceres y los patriotas que gestaron nuestras respectivas naciones. Otro tanto nos ha ocurrido con las ramas más distantes y elevadas de nuestro árbol genealógico. Las historias familiares transmitidas de generación en generación acerca de los sacrificios que debieron afrontar nuestros antepasados para hacer realidad sus sueños nos llenan de admiración. Pero, hacen también que nos veamos como insignificantes conformistas en comparación con ellos. Y ¿qué decir de los forjadores de nuestra iglesia y su asombrosa abnegación en pro de la Causa, al punto de ver su vida abreviada por las penurias sufridas?

El otro efecto adverso de la idealización del pasado es la desilusión y el descreimiento resultantes de descubrir, tarde o temprano, la diferencia, a veces abrumadora, entre los retratos perfectos del pasado y la verdad. Tal vez por eso algunos temen tanto el “revisionismo histórico”. Cuanto menos se hurgue en el pasado, menor resulta la desilusión, parece ser la lógica de los tales. O como rezan dos antiguos adagios: “Quien no sabe es como quien no ve”, y “Ojo que no ve, corazón que no siente”. Eso se aplica tanto a los incómodos secretos que hay en toda familia como a los deslices y las inconductas de héroes nacionales y pioneros religiosos.1

A diferencia de esos frescos retocados del pasado, la Biblia, el álbum de fotos familiares de Dios, contiene los retratos fidedignos de sus hijos. Allí quedó registrada la lucha de Pablo con su naturaleza caída (Rom. 7:7; 1 Tim. 1:15) y con su genio a veces destemplado (Hech. 15:36-39). También la duplicidad de Pedro en Antioquía (Gál. 2:11), las desavenencias y los problemas morales en la iglesia de Corinto, las herejías entre los cristianos de Colosas, la inconstancia de los creyentes de origen judío según Hebreos, etc. ¿No estaban las iglesias de la era apostólica representadas por el mensaje a Éfeso (Apoc. 2) y por el jinete victorioso del caballo blanco (Apoc. 6), según el historicismo? Claro que sí.

Era el pueblo de Dios del siglo I, con los mismos desafíos y claroscuros que tiene veinte siglos después. El pasado nunca fue ideal, ni siquiera mejor que el presente en muchos aspectos. Pero, así como Dios no descartó a nuestros imperfectos ancestros espirituales, sino que los llamó vez tras vez al arrepentimiento y la reconsagración, hay aún esperanza para nosotros. Como dijo alguien magistralmente: “No hay santos sin pasado ni pecadores sin futuro”.


Referencias:

1 Véanse, por ejemplo, las notas biográficas acerca de Ole Olsen, Archibald Henry, Harmon Lindsay, Franklin Belden, George Butler y otros en la Enciclopedia de Elena G. de White, Denis Fortin y Jerry Moon, eds. (Buenos Aires: ACES, 2020).

  • Pastor, doctor en Teología y docente universitario de destacada trayectoria. Actualmente ejerce su ministerio como profesor en la Universidad Adventista del Plata, Entre Ríos, Rep. Argentina.

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