Analizamos la parábola del rico y Lázaro.
¿Enseña la Biblia que los muertos viven en el más allá y que la retribución para buenos y malos se otorga inmediatamente después de morir? Se ha usado la narración de Jesús del rico y Lázaro (Luc. 16:9-31) para responder afirmativamente esta pregunta, ya que se observa que el mendigo, Lázaro, al morir es llevado “al seno de Abraham”, mientras que el rico también muere y va a un lugar de tormentos (Luc. 16:19, 21-23).
Lo cierto es que esta no es una historia real, sino una parábola, y las imágenes de una parábola son el medio para ilustrar un mensaje, y no el mensaje mismo. Un ejemplo de esto es la parábola de Jueces 9:7 al 15, donde la conversación de los árboles sirve para transmitir un mensaje, y no para enseñar que los árboles hablan.
Por eso, la parábola que Jesús relata no se puede interpretar literalmente, como lo demuestra el siguiente razonamiento:
1-Se menciona que Abraham está en el cielo recibiendo en su seno a los justos. Pero Abraham aún no ha recibido lo prometido y no está en el cielo (Heb. 11:9-13, 39, 40).
2- ¿Cabrían literalmente en el seno de Abraham todos los justos? Sin dudas, no.
3- ¿Estaban el rico y Lázaro en el cielo o en el infierno con cuerpos físicos? Se menciona a ambos con sus ojos, dedos y lengua, hasta el punto de darse la posibilidad de que uno toque agua con su dedo y moje la lengua al otro, cuando, según la inmortalidad del alma, solo el “espíritu”, y no el cuerpo, va al cielo o al infierno. En Lucas 24:39 se lee que un espíritu no es físico; entonces, ¿cómo un “espíritu” podría llevar agua en sus manos para refrescar la boca de otro “espíritu“?
4- ¿Es lógico creer que unas gotas de agua puedan calmar los tormentos de alguien que esté en un lugar así? ¿Puede el agua literal calmar la sed de un “espíritu”?
Ahora bien, la gran pregunta es: ¿Por qué Jesús refirió esta parábola, y qué quiso enseñar? Lo cierto es que, durante el período intertestamentario, las ideas griegas respecto de la inmortalidad del alma habían influido en el pensamiento judío, especialmente entre los fariseos, secta judía que apareció en el siglo II a.C. Al respecto, el historiador judío Flavio Josefo (siglo I d.C.) afirma: “Creen [los fariseos] […] que el alma […] más allá de esta Tierra, tendrá premios o castigos, según se haya consagrado a la virtud o al vicio; en cuanto a los que practiquen lo último, para siempre estarán encarcelados; pero los primeros disfrutarán de la potestad de volver a esta vida” (Antigüedades de los judíos 18.1.3).
Estas ideas carecían de base bíblica, pero los fariseos –quienes tenían gran influencia sobre la población– las aceptaban. Cristo, valiéndose de esta creencia popular, trató de enseñar –especialmente a los fariseos que estaban escuchando (Luc. 16:14)– que esta vida es la única oportunidad de salvación. Aquellos que actualmente, aunque sin gozar de grandes privilegios, aceptan la gracia salvadora, estarán en mejor posición delante de Dios que aquellos que, aun teniendo grandes privilegios, como el rico, rechazan las oportunidades que Dios les da para su salvación.
Al final de la parábola, el rico pide a Abraham que Lázaro sea enviado a sus cinco hermanos, para advertirles que no fueran a ese lugar de tormentos (Luc. 16:27, 28). Sin embargo, Abraham le responde: “A Moisés y a los profetas tienen; ¡que los oigan a ellos!” (Luc. 16:29). La expresión “Moisés y los profetas” es una referencia a las Escrituras del Antiguo Testamento.
De esa forma, Jesús estaba enseñando que todos los que quisieran creer en la salvación tenían las Escrituras para hacerlo (Luc. 16:30, 31). Si las Escrituras no eran suficiente evidencia para que los fariseos y otros creyeran en él, no creerían aunque alguno “se levante de los muertos” (Luc. 16:31).
Para Jesús, la recompensa final no se recibe después de morir, sino cuando él vuelva por segunda vez y pague “a cada uno conforme a sus obras” (Mat. 16:27).
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