Qué hacer cuando estamos agotados de nadar en medio del frío y la neblina.
Florence Chadwick fue una nadadora de larga distancia estadounidense. Nadar en piscina no era lo suyo; prefería el mar abierto. De hecho, fue la primera mujer en cruzar nadando el Canal de la Mancha en ambas direcciones.
En 1952 decidió ser la primera mujer en nadar casi 34 kilómetros a lo largo de la costa de California. El desafío era de talla. Aquí, su mayor obstáculo no era la distancia, sino la espesa niebla y el agua helada del Océano Pacífico.
Nadó durante 15 horas, pero, extenuada y sin saber cuánto le faltaba a causa de la niebla, se rindió y subió al bote que la estaba acompañando. A los pocos minutos, el bote llegó al lugar al que Florence procuraba llegar, a apenas unos 700 metros.
Poco tiempo después, hizo un segundo intento. Esta vez, también se extendió una espesa niebla. Pero siguió nadando, recordándose constantemente que la costa estaba allí, mucho más cerca de lo que pensaba. Avanzó segura, siguió nadando a pesar de no ver nada, y rompió el récord de un nadador masculino por dos horas.
¡Cuán poderosos son nuestros pensamientos cuando se aferran a una convicción sabia! Nos empujan hacia adelante, nos dan alas y fuerzas insospechadas para atravesar las circunstancias más adversas.
Con esta idea hemos comenzado este año que termina. Y con la misma idea quisiera concluirlo: las promesas divinas nos dan fuerzas insospechadas para avanzar.
Tal vez venimos “nadando hace más de quince horas”, y estamos cansados. Las circunstancias que nos tocan vivir pueden parecerse a aquella neblina espesa que Florence Chadwick tan bien conocía. Tal vez estemos tentados a abandonar…
Pero el Espíritu de Dios nos recuerda aquellas preciosas promesas que encontramos por millares en las Sagradas Escrituras. Con ellas, es como si nos dijera: “Sigue nadando, que falta poco; ¡la costa no está lejos!” “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (Isa. 41:10).
Después de la muerte de Moisés, Dios le hizo una promesa similar a Josué: “Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas” (Jos. 1:9).
Josué venía “nadando más de quince horas” ya. Y le quedaba otro tanto. Estaban por entrar en la tierra que Dios les había prometido. Había muchas cosas desconocidas; muchas cosas que no sabían, que no veían. Pero Dios le dijo: ¡Avanza! ¡No estás solo en esto!
Y le dio una herramienta poderosa: “Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien” (Jos. 1:8). En otras palabras, Dios le estaba diciendo: “Josué: ¡por aquí se empieza; siempre! Cada día; temprano; abriendo las Sagradas Escrituras y dejando que mi Espíritu guíe tus pensamientos”.
Josué necesitaría sabiduría, temperancia, buen criterio, equilibrio y una actitud hacia los demás como la que solo Dios puede crear en el corazón humano. Y, todo esto, en medio de un pueblo –una sociedad– difícil. Como la nuestra.
Al terminar este viejo año, el mensaje es el mismo. Aunque lo hayamos escuchado miles de veces. Préstale atención de nuevo. La receta no cambió; las promesas son las mismas.
Pronto llegaremos a la costa; a nuestro hogar celestial. Mientras tanto, sigamos nadando, confiados en la dirección divina y profundizando nuestro conocimiento de Dios a través de su Palabra. Y, si nos cansamos, y no podemos más, subámonos al bote que nos acompaña. Descansemos. Pero no dejemos de confiar. Y hagamos un nuevo intento. Porque la costa está más cerca de lo que imaginamos.
Necesaria y pertinente extrapolación. En tiempos difíciles cuando falta fe, aferrarnos en las incólumes promesas del Señor de lo imposible.