La función protectora del matrimonio.
Hace varios años se publicó un artículo basado en una investigación realizada por Sveln Wilson (de la Universidad Brigham Young, Utah, EE. UU.), sobre la base de un universo de 4.700 matrimonios. Los resultados mostraron que las mujeres y los hombres que viven en pareja gozan de mejor salud que el resto de las personas. Se descubrió que la salud de uno influye sobre el otro integrante de la pareja. “La salud de un cónyuge es un indicador firme de la salud del otro”, señaló Wilson. La idea que proponía el autor es que los programas de atención de la salud deberían enfocarse en la pareja o en la familia, no solo en los individuos, ya que las personas que tienen un cónyuge enfermo se encargan de cuidarlo, enfrentan mejor las dificultades y suelen ser los mejores terapeutas.
Recientemente, otro estudio realizado en España, por docentes de la Universidad de Granada (López y Díaz, 2018), confirmó los hallazgos de Wilson por una suerte de contraste, observando cuando se pierde el matrimonio por el fallecimiento de uno de los cónyuges. La muerte de la pareja genera un vacío emocional imposible de llenar, que se experimenta especialmente en la noche, vivido como un sentimiento de soledad intenso. La salud se resiente al constatarse una sensación de indefensión, pues se teme sufrir un accidente o una enfermedad repentina estando solo en casa. Asimismo, se activa un estado de incertidumbre hacia el futuro, cuando se piensa quién podrá ocuparse de ellos si necesitaran ser cuidados.
Enviudar en la vejez, tras un período de relación matrimonial de varias décadas, genera grandes consecuencias en todos los órdenes de la vida. Junto al dolor que provoca la muerte del cónyuge, se deben afrontar cambios sustanciales en las esferas básicas de su existencia. Algunos van sucediendo poco a poco; y, para asimilarlos, cuentan con la ayuda de familiares, amigos o vecinos. Pero otros sobrevienen de inmediato, y exigen de las personas mayores una tremenda fortaleza interior. El reto más importante es enfrentarse a la soledad.
Cierta vez se le preguntó a un viudo: “¿Qué es lo peor de quedar solo?” Respondió: “Lo peor que tiene es que has perdido a tu mujer. Es lo peor. Lo peor es la soledad, exactamente”. Por su parte, una viuda decía: “Yo entro a mi casa, abro la puerta y lo primero que hago es […] miro su sitio. Si subo […] en el curso de subir las escaleras pienso muchas veces, inconscientemente: ‘ya viene mi marido’ ”. Otra viuda comentaba: “Yo me asomaba a la ventana cuando él venía del trabajo todas las tardes, para ver si lo veía asomar en el coche. Y cuando abren la puerta de la calle, digo: ‘Ay, esa es la forma que mi marido tiene de abrir la puerta’. A mí eso no se me quita nunca”. Otra persona reflexionaba: “Lo que a mí me extraña es que yo fui una persona que nunca me vine abajo ante nada. Incluso me enfado conmigo mismo, porque no soy capaz de salir del hoyo”.
Los investigadores concluyen que la relación entre la salud y el sentimiento de soledad es muy importante. Los testimonios personales, libremente expresados, ejemplifican que la depresión es frecuente en la viudez reciente. Por eso, lo determinante es proteger a las personas mayores evitando que ocupen hogares unipersonales, residiendo separados de la familia, a fin de que no padezcan problemas de salud graves. Cuando se ha perdido la presencia del cónyuge, es necesario suplirlo con otras presencias de la familia o de personas significativas que reemplacen, en lo posible, los beneficios del matrimonio.
“¿Cuál es el secreto de un buen matrimonio? No lo sé, cada pareja es diferente. En mi caso, nos unen ideas, una manera similar de ver el mundo, camaradería, lealtad, humor. Nos cuidamos mutuamente. Tenemos el mismo horario, a veces usamos el mismo cepillo de dientes, y nos gustan las mismas películas. W. dice que cuando estamos juntos nuestra energía se multiplica, que tenemos aquella ‘conexión espiritual’ que él sintió al conocerme. Tal vez. A mí me da placer dormir con él” (Isabel Allende, La suma de los días).
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