“Si aspiras a ser líder y no has atravesado ningún problema, prepárate para enfrentar uno”.
Martin Luther King.
Que una nación le declare la guerra a otra mediante el discurso de un rey tartamudo no parece, a priori, la mejor de las opciones estratégicas. Y casi sucede en 1939, cuando Jorge VI, rey de Inglaterra, tuvo que salir al aire por radio para emitir el comunicado bélico contra Alemania. Se evitó gracias al logopeda australiano Lionel Logue, quien ayudó al monarca con una serie de ejercicios vocales durante varios meses. Esto ya había ocurrido en 1925, cuando el ahora rey todavía no gobernaba (y era Alberto, duque de York): Su discurso en la clausura en la Exposición del Imperio Británico –en Wembley– fue desastroso. Gracias a la tutela de Logue, pudo corregir su problema foniátrico.
Alberto nunca pensó que se convertiría en rey. Pero la muerte de su padre (Jorge V) y la posterior abdicación al trono de su hermano (Eduardo VII) hicieron que la corona británica posara sobre sus sienes.
También fueron vertiginosas las ascensiones al cetro real de los dos Joacaz mencionados en el libro de Reyes. El primer Joacaz fue rey de Israel por 17 años (allá por el año 814 a.C.) luego de la muerte de su padre, Jehú. El segundo Joacaz (también llamado Salum) fue rey de Judá solo tres meses (allá por el año 609 a.C.), luego de la muerte de su padre, Josías.
Ambos “Joacaces” enfrentaron crisis angustiantes:
El Joacaz de Israel trastabilló ante su propia apostasía y frente a la sombra del asedio sirio; dos males sumamente reales (2 Rey. 13:2, 3). En este contexto, Joacaz se volvió a Dios, y el relato bíblico plasma una de las oraciones y contestaciones más sublimes de la Escritura: “Mas Joacaz oró en presencia de Jehová, y Jehová lo oyó; porque miró la aflicción de Israel, pues el rey de Siria los afligía” (2 Rey. 13:4). Así, Dios le dio “un salvador” (2 Rey. 13:5) al rey, un alivio que se encarnó en la persona del asirio Adad-nirari II (cuyo nombre en acadio se traduce como “ayudador”), quien invadió Siria y proveyó, así, un momentáneo respiro al monarca judío. Claro que los recursos militares con los que contaba eran por demás limitados e insuficientes: cincuenta hombres de a caballo, diez carros y diez mil hombres a pie (2 Rey. 13:7).
El Joacaz de Judá no la pasó mejor. Su historia es triste y breve. Duró solo noventa días en el trono, en el que había sido puesto ante la demanda popular por tener una postura antiegipcia. Fue deportado a Egipto por el faraón Necao y murió allí (2 Rey. 23:31-34).
Dios no desea reavivamientos parciales ni reformas incompletas. Aun en el pecado y rodeados por la angustia, él oye nuestra oración desesperada y nos auxilia. No obstante, desea que andemos en sus sendas y obedezcamos su Ley cada día.
Todo líder necesita asistencia porque no hay liderazgo sin obstáculos. Los imprevistos generan retos, muchas veces estresantes, en donde se evidencian las aptitudes y el carácter del dirigente. Los desafíos son inimaginables. Hay tanto para hacer y tan pocos recursos humanos y económicos que caemos presa de la incertidumbre (¡es imposible ganar una batalla con diez carros y armar una estrategia consistente de liderazgo en solo tres meses!). Así, quedamos a la intemperie y al abrigo escaso de la limitada compañía de nuestra propia inopia.
Pero los “Joacaces” olvidaron algo clave, que venía impregnado en su propia identidad. El nombre en hebreo significa “Jehová me ha tomado” (también puede interpretarse como “sostenido” o “asido”). La promesa para todo líder está implícita en el nombre de estos monarcas: Dios es un Dios presente, que está con nosotros pase lo que pase. Y es la misma promesa que se registra en Josué 1:1 al 9. Ante la muerte de Moisés, Dios insta al joven Josué a esforzarse, a ser valiente y a guardar los mandamientos; siempre teniendo en cuenta que “como estuve con Moisés estaré contigo; no te dejaré ni te desampararé” (Jos. 1:5).
En el hebreo original, esta última frase puede traducirse como “no te soltaré la mano”. Las circunstancias inesperadas dan paso a liderazgos impensados… ¡y también a desafíos que no estaban en la agenda! No temas ante ellos. Tomado de la mano de Dios, eres invencible. Y tomarse de su mano es reclamar cada día la promesa/mandato de confiar en él y obedecer su Ley.
Nunca lo dudes: Aunque vaciles o tartamudees, Dios está aquí para sostenerte con su mano. Y no te soltará.
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