“El éxito no consiste en no cometer errores, sino en no cometer el mismo error por segunda vez” (George Bernard Shaw).
Cuando el príncipe Nicolás de Liechtenstein y la princesa Margarita de Luxemburgo dieron el “sí” en la bellísima catedral de Santa María, aquel 20 de marzo de 1982, se constituyeron en el ejemplo más reciente de un matrimonio real entre dos dinastías europeas en el poder al momento de contraer el enlace.
En efecto, la boda oficiada en esta famosa iglesia gótica luxemburguesa unió a las casas reales de estos dos pequeños y prósperos países del centro del continente europeo. Desde luego, ninguno de los dos tendrá acceso a un trono. Nicolás es el tercero de los cinco hijos del príncipe Francisco José II y quien hoy rige el principado de Liechtenstein es su hermano mayor, Juan Adán II. Margarita, por su parte, no cumple ningún rol ni papel en los actos oficiales del Gobierno; sin embargo, siempre asiste a las bodas reales y otros eventos familiares.
Margarita y Nicolás pertenecen a reinos distintos, pero viven sin sobresaltos en territorios preciosos y gozando de las ventajas de ser parte de una familia real; sin estar involucrados directamente con el mando, ni soportando el estrés que puede causar el liderazgo.
No fue este el caso de dos reyes del Antiguo Testamento, que también eran parientes debido a enlaces matrimoniales con dinastías reales diferentes y que lideraron al pueblo de Dios casi en los mismos tiempos.
Las coincidencias cronológicas determinaron que Joram fuese el mandamás del reino de Israel entre los años 852 y 841 a.C., y que Joram rigiera los destinos del reino de Judá entre 848 y 841 a.C. Las relaciones familiares dictaminaron que Joram y Joram fueran cuñados. El Joram de Israel era hijo del malvado Acab y la pérfida Jezabel (2 Rey. 9:21, 22). Se convirtió en rey después de la muerte de su hermano Ocozías, que no tenía hijos (2 Rey. 1:17). El Joram de Judá era hijo del buen Josafat, y se casó con Atalía, hermana del Joram de Israel e hija de Acab (2 Crón. 21:6).
Si bien un Joram tuvo influencias pésimas de sus progenitores Acab y Jezabel, el otro hubiera podido capitalizar algo del ejemplo del notable Josafat, quien, sin embargo, consintió en que su hijo se casara con Atalía, lo que conformó una alianza ajena a los designios divinos, con los desastres que acarrearía (ver Elena de White, Profetas y reyes, p. 144).
A pesar de esto, las similitudes entre ambos reyes son evidentes y azuzan la reflexión.
El Joram de Israel tuvo un hermano que se llamó Ocozías, quien lo precedió como rey en Israel (2 Rey. 1:17). El Joram de Judá tuvo un hijo que se llamó Ocozías, quien lo sucedió como rey de Judá (2 Rey. 8:24).
El Joram de Israel murió de manera feral, a manos de Jehú (2 Rey. 9:14-29), quien también se cobró la vida de su sobrino, Ocozías (flamante rey de Judá). El Joram de Judá murió debido a una enfermedad incurable en los intestinos que Jehová permitió. El relato bíblico destaca que falleció de manera penosa, y su cuerpo no fue enterrado en el sepulcro de los reyes (2 Crón. 21:18-20).
Pero, hay una coincidencia basal, que constituiría el derrumbe de sendos liderazgos: tanto Joram como Joram hicieron lo malo ante los ojos de Jehová (2 Rey. 3:2; 2 Crón. 21:6). Joram y Joram olvidaron el notable significado de su nombre insigne: “Jehová es exaltado”. Con Dios como prioridad en todo, hubiesen escapado de ese desencantado alambique religioso en el que se deslizaron voluntariamente. Pero ambos no solo decidieron repetir equivocaciones, sino que tampoco aprendieron de ellas. Nunca “malgastes” un error: extrae de él una lección. Tal vez, tu mejor maestro sea la última falla que tuviste.
Una última sincronía nos detiene: ambos fueron contemporáneos y se relacionaron con dos notables hombres de Dios: Elías y Eliseo. ¡Qué desperdicio contar con el consejo y la ayuda de estos profetas del Cielo y desechar sus amonestaciones! El Joram de Judá, incluso, recibió una carta del mismísimo Elías en la que se explicaban los motivos de la condenación divina (2 Crón. 21:12-15).
Historias como estas nos señalan que el verdadero camino del liderazgo cristiano no está en la ruta de los Joranes, quienes no aprovecharon los beneficios que Dios y su providencia les regalaron, ni escucharon la voz de sus profetas.
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