“La revelación de Jesucristo y acerca de él […] a su siervo Juan, quien fue testigo y ya ha dado testimonio de la Palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo”.
Apoc. 1:1, 2; traducción propia.
La expresión traducida como “la Palabra de Dios” en Apocalipsis 1:2 aparece también en Apocalipsis 19:13 designando a Jesucristo, Ser divino y humano a la vez, quien antes de su encarnación trajo el mundo a la existencia (Apoc. 3:14; Juan 1:1-3, 10; 1 Juan 1:1; Heb. 1:2, 3). A su vez, la palabra “testimonio” y sus derivados (como “testificar”, “testigo”) aparecen por dondequiera en el cuarto Evangelio, en las cartas de Juan y en el Apocalipsis. De hecho, ese tema y el vocabulario referido a él son lo que podría llamarse una marca distintiva de autoría juanina, una especie de huella digital teológica y literaria. Es interesante que 30 de las 37 veces que ese grupo de palabras aparece en el Nuevo Testamento (más del 80 %) lo hace en las obras de Juan. Fuera de él, solo Marcos, Lucas y Pablo las usan (apenas tres veces el primero y dos los demás).
Tanto Juan como los destinatarios originales de sus documentos inspirados entendían que no existía una credencial más autoritativa que haber sido testigo directo y cercano del ministerio de Jesús (Juan 1:14; 1 Juan 1:1-5). Esto era particularmente cierto en el caso de Juan, quien disfrutó, junto con su hermano Santiago y con Pedro, de una relación particularmente estrecha con el Maestro, al punto de haber sido inmortalizado en el cuarto Evangelio como “el discípulo amado” (Juan 13:23; 21:20), aquel que solía estar más cerca de Jesús (13:23, 25; 21:20).
Si, pues, durante su ministerio terrenal Cristo fue “la Palabra”, o el mensaje encarnado de Dios y Juan su testigo más cercano, la escueta y abrupta presentación del autor del Apocalipsis simplemente como “Juan, vuestro hermano” (Apoc. 1:4, 9) habría sido más que suficiente para que los destinatarios de su mensaje supieran de quién se trataba, pues sus credenciales apostólicas ya habían sido exhibidas en el versículo 2: “Soy el apóstol Juan, quien fue testigo presencial de Jesucristo y de su ministerio, y dejó testimonio de ello en su Evangelio”. ¿Qué mejor introducción que esa para que su público aceptara ahora su testimonio de “la revelación de y acerca de Jesucristo”1 para las iglesias de Apocalipsis 1:1)?
Por lo dicho –y a diferencia de los evangelios y del apocalipsis apócrifos que florecieron en la iglesia cristiana a partir del siglo segundo, tras la muerte de los apóstoles–, el último libro de la Biblia no es anónimo ni pseudoepigráfico (atribuido por un autor anónimo a alguna figura célebre del entorno de Jesús). Su autor se identifica a sí mismo desde el vamos como “vuestro hermano Juan”, quien, por el testimonio escrito que dio y dejó en su Evangelio acerca de Jesús y de su ministerio, era suficientemente conocido y respetado por los destinatarios del Apocalipsis como para no necesitar mayor presentación.
Referencias
1 En favor de esta traducción posible de Apocalipsis 1:1, los especialistas en gramática griega denominan a la construcción griega así traducida “genitivo abarcador”, o “general”.
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