Una conjunción, tres sorpresas y una restauración.
La incisiva pregunta por parte de los discípulos, en Juan 9:2, los descubre hijos de su tiempo: “Rabí, ¿quién pecó, este o sus padres, para que haya nacido ciego?” El Maestro, trascendiendo la disyuntiva y procurando ampliar el horizonte interpretativo de sus discípulos, declara que ninguna de las dos opciones son válidas, “[…] sino para que las obras de Dios se manifiesten en él” (Juan 9:3). La noción de finalidad o propósito que pareciera comunicar esta parte de la respuesta de Jesús lleva a concluir, como sostiene James Bartley, que “Dios, con muchos años de anticipación y sabiendo que Jesús pasaría por ese lugar en ese día y en esa hora, preparó a un hombre ciego en quien Jesús podría demostrar ser el Hijo de Dios”.1 Ante semejante síntesis teológica, se impone, entre otras, la siguiente pregunta: ¿Hizo Dios sufrir toda su vida a este hombre, y a sus padres junto con él, para que Jesús demostrara que era el Hijo de Dios?
Aunque las versiones bíblicas modernas en español presentan una lectura prácticamente uniforme de Juan 9:3, el texto griego se reserva algunas sorpresas para el lector inquieto y anheloso de beber de la Fuente. En lo que sigue exploraremos, en forma breve y general, dos sorpresas vinculadas con el planteo inicial.
Sorpresa 1. Sobre la base de ciertas características de los manuscritos griegos más antiguos y de la cuidada fraseología del cuarto Evangelio, algunos intérpretes han señalado la posibilidad de reestructurar Juan 9 uniendo la última parte del verso 3 con la primera parte del verso 4: “Respondió Jesús: No es que pecó este, ni sus padres. Pero, para que las obras de Dios se manifiesten en él, me es necesario hacer las obras del que me envió entre tanto que el día dura; la noche viene, cuando nadie puede trabajar”.
Entonces, se deduce de esta modificación que Jesús disiente abiertamente respecto del reduccionismo teológico imperante, que halla expresión en la pregunta de sus discípulos; al mismo tiempo que advierte en la ceguera congénita de este hombre una oportunidad propicia para revelar las obras de Dios.
Sorpresa 2. Si decidimos no modificar la puntuación gramatical, el uso de la conjunción griega hina (“para que”), sumada a un verbo en modo subjuntivo en Juan 9:3, nos sitúa ante las siguientes opciones de traducción/interpretación:
Opción 1: Hina con sentido final, expresando propósito: “(nació ciego), para que se manifiesten en él las obras de Dios”. El artífice de su amarga y desdichada realidad sería, en última instancia, Dios mismo.
Opción 2: Hina con sentido imperativo, expresando una orden: “(nació ciego), pero dejen que se manifiesten en él las obras de Dios”. Su ceguera no responde a un designio divino, no es la voluntad de Dios.
Opción 3: Hina con sentido consecutivo, expresando resultado: “(nació ciego), pero como resultado serán manifiestas en él las obras de Dios”. Pese a estar desligada de las obras intencionales de Dios, su ceguera –ante la divina presencia del Nazareno, la “Luz del mundo” (Juan 8:12; 9:5)– ha de servir para manifestarlas.
La última de las opciones listadas emerge como la mejor y la preferible traducción/interpretación del uso de hina aquí. Así lo determina el contexto literario próximo (Juan 9:1-41) y más amplio (7:1-10:21) de Juan 9:3. Elena de White, tras una serie de iluminadores comentarios, lee la respuesta de Jesús de igual modo: “Al corregir Jesús el error, no explicó la causa de la aflicción del hombre, sino que les dijo cuál sería el resultado. Por causa de ello se manifestarían las obras de Dios” (El Deseado de todas las gentes, p. 437, énfasis del autor).
Ya sea que optemos por la “Sorpresa 1” o por la “Sorpresa 2, Opción 3”, un aspecto es claro: la ceguera congénita no es el resultado de la obra de Dios en su vida, sino que lo es su entera restauración mediante el sensible y poderoso accionar de Jesús de Nazaret.
Referencia:
1 J. Bartley, J. B. Patterson y J. C. Wyatt, “Juan”, CBMH 17, p. 210.
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