“No tengamos miedo de caernos cuando Dios nos empuja”.
Robert Pierson.
Leónidas I, rey de Esparta, se deslizó hacia la gloria el 11 de agosto de 480 a.C., día en que la muerte lo encontró en aquella épica Batalla de las Termópilas. El “hijo del león” –tal es el significado de su nombre– enfrentó de manera valerosa, con solo cinco mil hombres, a la poderosísima milicia persa, encabezada por Jerjes y sus doscientos mil soldados.
Durante tres días, el minúsculo ejército de Leónidas bloqueó el único camino que la numerosa formación enemiga tenía para acceder a Grecia, en un ancho que no superaba los veinte metros. Sabiendo que sus líneas iban a ser sobrepasadas, Leónidas despidió a la mayor parte de los soldados, y permaneció allí para proteger la retirada junto a trescientos espartanos. Todos murieron en combate. “Allí se mantuvieron hasta el final, aquellos que todavía tenían espadas, usándolas; y los otros, resistiendo con sus manos y sus dientes”, registró el historiador Heródoto. Si bien Grecia fue abrazada por la derrota, la hazaña de Leónidas quedó en la memoria de todos por su lucha incansable, su coraje extremo y su valor sin límites.
No fue ese el manto de gloria con el que se vistió Joás, rey de Israel durante 16 años entre 798 y 782 a.C. Hablamos del otro Joás, no el monarca-niño que comenzó a dirigir a Judá unos cuarenta años antes. Este Joás fue hijo de Joacaz, y como todos los reyes del norte “hizo lo malo delante de los ojos de Jehová” (2 Rey. 13:11). Más allá de esto, fue un guerrero exitoso y un gran admirador del profeta Eliseo: Segundo de de Reyes 13:14 al 20 prueba esto. El relato mencionado allí es a la vez conmovedor, extraño, desafiante y triste.
Es conmovedor porque Joás llama a Eliseo “Padre mío” y “carro de Israel”. El rey respetaba al profeta y lo veía como un progenitor sabio y bondadoso. Además, reconocía que él era el verdadero puntal de las victorias, y no las armas, los caballos, los carros y el ejército humano con el que contaba.
Es extraño, porque Eliseo profetiza (mediante el lanzamiento de una flecha hacia el oriente) que Joás destruirá a Siria.
Es desafiante porque el mensajero divino insta al líder a golpear la tierra, un acto simbólico que daba a entender que la victoria contra Damasco sería el resultado del esfuerzo perseverante y sostenido. Pero no le dice cuántas veces golpear.
Es triste porque Joás –falto de fe y proyección– solamente golpea la tierra tres veces. “Entonces el varón de Dios, enojado contra él, le dijo: Al dar cinco o seis golpes, hubieras derrotado a Siria hasta no quedar ninguno; pero ahora solo tres veces derrotarás a Siria” (2 Rey. 13:19).
Joás no tuvo visión ni compromiso para trabajar por una victoria total. Intentó poco, y logró poco. Podemos no avanzar como deberíamos, estancarnos o (incluso) retrasarnos, si nos entregamos parcialmente a la misión que Dios nos dejó. Todo líder debe huir de las cómodas garras de la mediocridad y el conformismo, que nos envuelven de manera tal que permanecemos presos de una dulce pasividad. Tres victorias parciales son buenas, ¡pero seis triunfos totales son mejores!
En su libro Para Ud. que quiere ser dirigente, el Pr. Robert Pierson (presidente de la Asociación General entre 1966 y 1979) escribió: “Nuestro liderazgo debe ser valiente, en consonancia con los tiempos en que vivimos y digno del pueblo que Dios nos ha llamado a conducir. Cuando un dirigente pierde el valor, su causa está perdida. ¿Reveses? ¡Algunas veces! ¿Frustraciones? ¡Muchas! ¿Problemas? ¡Ciertamente! ¿Desánimo o derrota? ¡Nunca! Nunca, porque el Dios a quien servimos va delante de nosotros. Somos impelidos a avanzar continuamente realizando, con la fuerza del Cielo, grandes cosas para Dios. No tenemos nada que temer. Temamos no ser lo suficientemente buenos, el no ser lo suficientemente emprendedores, el no tener la suficiente amplitud de miras para satisfacer las necesidades de esta hora espléndida”.
En su libro Mensajes para los jóvenes (cap. 57, p. 186), Elena de White fue certera: “Muchos que son aptos para hacer una obra excelente logran muy poco porque intentan poco. Miles de cristianos pasan la vida como si no tuvieran un gran fin que perseguir, ni un alto ideal que alcanzar […]. No se den por satisfechos con alcanzar un bajo nivel. No somos lo que podríamos ser, ni lo que Dios quiere que seamos”.
Golpea la tierra muchas veces, aceptando el desafío celestial, confiando en las promesas divinas y luchando con el poder de lo Alto.
Inténtalo. Te sorprenderá lo que puedes lograr.
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