Un tiempo verbal que renueva nuestra esperanza en la Segunda Venida.
Jesús no ignora la incertidumbre que domina el corazón de sus discípulos (Juan 14:1). No es indiferente a la mirada perpleja y al tono vacilante de aquellos que lo siguen (Juan 13:36, 37; 14:5, 8). Antes bien, frente al futuro incierto, el Galileo garantiza a sus amados “hijitos” (Juan 13:33) tanto su glorioso retorno (Juan 14:3) como la poderosa presencia del Espíritu Santo tras su partida (Juan 15:26). Juan, el apóstol, testigo de la escena, captura el tono benevolente y seguro de su amado Maestro mediante el uso de verbos en tiempo presente con valor de futuro; giro lingüístico –apreciable en la lengua original– que emerge como testigo milenario del amante y sensible trato pastoral del divino Maestro.
En nuestra lengua contamos con un modismo similar. En el terreno de la sintaxis verbal de nuestro idioma, y según la Real Academia Española, se denomina a este valor particular del tiempo presente “presente prospectivo”, o “presente profuturo”. Esto que, quizás (a primera vista), pareciera técnico y distante, forma parte de nuestra cotidianidad. Así, por ejemplo, solemos decir: “Me caso en dos semanas”, en vez de “Me casaré en dos semanas”; o “Mañana voy a la iglesia”, en lugar de “Mañana iré a la iglesia”. Es de notar que, pese a la evidente referencia futura que informa el contexto inmediato (“en dos semanas”, “mañana”), se emplea un verbo conjugado en tiempo presente (“caso”, “voy”), en lugar de uno conjugado en tiempo futuro (“casaré”, “iré”).
En términos generales, en español, este aparente desfasaje temporal del tiempo presente en el modo indicativo se usa para sucesos previstos (“mañana llueve”) o planificados (“mañana viajo”). Ahora bien, en griego koiné (idioma original del Nuevo Testamento), el tiempo presente con valor de futuro es un modo de acción que, en determinados contextos, asumen los verbos que indican movimiento para referir a hechos futuros que se dan por ciertos. Es decir, el énfasis reside en la confiabilidad o certidumbre de su cumplimiento. Razón por la cual la forma verbal erchomai de Juan 14:3 (presente del indicativo “vengo”) pone de relieve la resuelta intención y la palpable seguridad que verbaliza la promesa del Maestro respecto de su segunda venida.
Las palabras de Jesús no albergan ningún vestigio de duda: palin erchomai (“vengo otra vez”), en lugar de palin eleusomai (“vendré otra vez”). A la luz de su contexto inmediato, erchomai expresa lo siguiente: “Tengo la firme y resuelta intención de volver por ustedes, y así lo haré” (compárese con Apoc. 22:20).
Como se desprende de la simple lectura de las diversas versiones bíblicas en español, la traducción al uso de esta posibilidad expresiva de erchomai en Juan 14:3 es mediante un verbo en tiempo futuro: “vendré” (Reina-Valera 1960), “volveré” (Biblia de Jerusalén) y “regresaré” (Palabra de Dios para todos). Práctica que, aunque correcta, acaba por ocultar, ante la mirada expectante del lector contemporáneo, la profunda dimensión pastoral que encierra este matiz semántico en vista de la inminente partida del Maestro (Juan 14:18, 28).
A propósito de este punto, es edificante, también, observar en Juan 15:26 la misma función retórica y pastoral en el verbo ekporeuetai (presente del indicativo de “procede”) que, situado entre los verbos en tiempo futuro “enviaré” (pempsō) y “testificará” (marturēsei), permite advertir, una vez más, la convicción que trasluce la promesa del Maestro en cuanto al futuro advenimiento –desde la perspectiva de aquel momento– de la Persona divina del Espíritu Santo (véase el cumplimiento en Hech. 2:1-4).
Sumado a la certeza absoluta que manifiestan las palabras de Jesús en torno a su segunda venida, resulta espiritualmente estimulante, y ciertamente terapéutico, reflexionar sobre el trato amante que el Maestro prodigaba a sus inseguros y temerosos discípulos.
Hoy, dos mil años después, tanto la firme promesa de su retorno como la sensible disposición pastoral del Nazareno continúan vigentes.
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