LA CONTROVERSIA CONTINÚA

GEB - Comentario de la leccion

27/01/2016

Comentario Lección 5 – Primer trimestre 2016

Las lecciones de este trimestre son un repaso de la historia bíblica, con el foco puesto en cómo se vivió el Gran Conflicto en la vida de las distintas personas que estamos considerando. En este caso, abarca desde el período de la monarquía, con David, hasta el posexilio, con Nehemías.

 

DAVID

El caso de David, en un punto, es similar al de Sansón, aun cuando hay diferencias sustanciales en la actitud y el estilo de vida de uno y de otro. Pero, David se caracterizó, entre otras cosas, también por ser un gran guerrero. Desde aquel episodio en que demostró su gran valor y su fe absoluta en Dios al hacer frente al gigante Goliat (empresa totalmente imposible desde el punto de vista meramente humano), en adelante, David fue un guerrero aguerrido y triunfador. Logró extender los límites de Israel y afirmar su poder frente a las naciones vecinas. No había quién lo derrotara, una vez que ascendió al trono. Su vida pública era de éxito.

Sin embargo, perdió rotundamente una batalla moral, en su vida privada. Y, a semejanza de Sansón, fueron los encantos de una mujer bella, y sus propias pasiones no santificadas, lo que lo hizo caer y perder esa batalla. Si bien es cierto, su vida no se caracterizaba por la promiscuidad, como la de Sansón, tuvo ese momento de debilidad que lo hizo caer y, aun cuando Dios, en su infinita misericordia, lo perdonó y lo siguió afirmando en su reino, tuvo que cargar todo el resto de su vida con las amargas consecuencias: la pérdida de autoridad moral delante de sus hijos, la conducta desordenada y violenta de varios de ellos, y aun una rebelión política y militar llevada a cabo nada menos que por uno de sus hijos, Absalón.

En el contexto del Gran Conflicto, David tenía una vida de éxito cuando estaba ocupado en pelear “las batallas del Señor”, cuando estaba ocupado en los “negocios del Padre”, como diría Jesús siglos más tarde. En su lucha contra Goliat, lo que más le importaba a David era vindicar el honor de Dios frente a la burla y la afrenta de sus enemigos. Pero, en aquella tarde de su caída con Betsabé, David se había quedado cómodamente y egoístamente en su palacio, mientras que sus hombres se jugaban la vida en el frente de batalla. Allí, la comodidad egoísta le jugó una mala pasada, y el enemigo aprovechó ese rato de ocio para hacer caer a David. La lección es obvia. Como reza el dicho popular: “Manos desocupadas, taller del diablo”.

No estamos diciendo que no haya momentos legítimos y aun necesarios de esparcimiento y relax para el hijo de Dios. Pero de lo que no podemos tomarnos “vacaciones” es de nuestra relación con Dios, y de la vigilancia de nuestros sentidos y de nuestra mente. El consejo de Pedro sigue siendo muy importante: “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Pedro 5:8).

Y, por otro lado, la batalla de David con Goliat nos muestra que no importa cuán gigantes puedan ser nuestros problemas o las tentaciones diabólicas, si luchamos contra ellos en el nombre de Dios, fortalecidos por su Espíritu, siempre seremos vencedores, aun ante lo aparentemente imposible.

La historia de David, aun cuando nos muestra el permanente acoso diabólico para destruirlo (a través de Saúl, de ejércitos de pueblos vecinos, de posteriores intrigas palaciegas, de gente resentida, de su propio hijo Absalón), nos muestra también la maravillosa gracia de Dios, que no lo desechó a pesar de los errores y caídas groseros en los cuales incurrió. Dios siempre estuvo presente en su vida, no porque David fuera perfecto, sino porque era un hijo de Dios y Dios tenía un plan para su vida, como lo tiene con la nuestra; y porque David, más allá de sus fallas, tenía un corazón orientado hacia Dios.

 

ELÍAS

En esta historia se muestra cuán recio fue el Gran Conflicto en ese período de la historia de Israel: Satanás casi había logrado totalmente su propósito de desterrar al Dios verdadero del corazón del pueblo de Dios (aunque, ignorantemente para Elías, había 7.000 que no habían doblado su rodilla ante Baal).

Su historia nos muestra que aunque nos parezca que estamos solos, con Dios siempre somos mayoría. Nos muestra las tremendas reformas que Dios puede producir en su pueblo con tan solo la acción de un hombre que se ponga en sus manos para cumplir sus propósitos y anunciar su voluntad, su mensaje. Cuánto más si somos muchos los que lo hacemos.

Y, como todas las historias bíblicas, esta también nos muestra que el tesoro de Dios, del evangelio, está confiado a “vasos de barro” (2 Corintios 4:7). Parece increíble, pero Elías, luego de haberse enfrentado osadamente al mismísimo rey de Israel, Acab, que había puesto precio a su cabeza, y a innumerables personas que querían matarlo, sin embargo, luego de la portentosa victoria del Monte Carmelo, ante la amenaza de una mujer (Jezabel, la esposa de Acab), se hunde en la depresión, el miedo y la angustia, y huye de su puesto del deber. Lo abandona su confianza en Dios, y ya no quiere saber más nada de aquella tarea tan ingrata de reprender al pueblo de Israel por su apostasía.

En este caso, vemos cómo se conjugan los problemas psicológicos con los espirituales, aun cuando no podemos hacer una división tan tajante entre ellos, ya que somos seres integrales (u holísticos, si les gusta la palabra), factores que son inducidos, o potenciados, pero siempre aprovechados por el enemigo para destruirnos. La descripción que presenta Elena de White de la dinámica psicológica que hizo hundirse a Elías en la depresión es bastante aleccionadora, y nos muestra que el origen de nuestros problemas no es siempre estrictamente espiritual, sino que hay factores biopsíquicos y ambientales (de las circunstancias) que, de no ser atendidos y bien manejados, pueden derivar en problemas espirituales y morales. Permítanme destacar en negrita aquellas expresiones que señalan aquellos factores que influyeron en el cuadro depresivo en el que cayó Elías:

“Parecería que, después de haber manifestado valor tan indómito y de haber triunfado tan completamente sobre el rey, los sacerdotes y el pueblo, Elías ya no podría ceder al desaliento ni verse acobardado por la timidez. Pero quien había sido bendecido con tantas evidencias del amante cuidado de Dios no estaba exento de las debilidades humanas, y en esa hora sombría lo abandonaron su fe y valor. Se despertó aturdido. Caía lluvia del cielo, y por todos lados había tinieblas. Olvidándose de que tres años antes Dios había dirigido sus pasos hacia un lugar de refugio donde no le alcanzaron ni el odio de Jezabel ni la búsqueda de Acab, el profeta huyó para salvar su vida. Llegó a Beerseba y ‘dejó allí a su criado. Y él se fue por el desierto un día de camino’.

“Elías no debería haber huido del puesto que le indicaba el deber. Debería haber hecho frente a la amenaza de Jezabel suplicando la protección de aquel que le había ordenado vindicar el honor de Jehová. Debería haber dicho al mensajero que el Dios en quien confiaba le protegería del odio de la reina. Sólo habían transcurrido algunas horas desde que había presenciado una maravillosa manifestación del poder divino, y esto debería haberle dado la seguridad de que no sería abandonado. Si hubiese permanecido donde estaba, si hubiese hecho de Dios su refugio y fortaleza y quedado firme por la verdad, habría sido protegido de todo daño. El Señor le habría dado otra señalada victoria enviando sus castigos contra Jezabel; y la impresión que esto hubiera hecho en el rey y el pueblo habría realizado una gran reforma.

Elías había esperado mucho del milagro cumplido en el Carmelo. Había esperado que, después de esa manifestación del poder de Dios, Jezabel ya no influiría en el espíritu de Acab y se produciría prestamente una reforma en todo Israel. Durante todo el día pasado en las alturas del Carmelo había trabajado sin alimentarse. Sin embargo, cuando guio el carro de Acab hasta la puerta de Jezreel, su valor era grande, a pesar del esfuerzo físico que había representado su labor.

Pero una reacción que con frecuencia sigue a los momentos de mucha fe y de glorioso éxito oprimía a Elías. Temía que la reforma iniciada en el Carmelo no durase; y la depresión se apoderó de él. Había sido exaltado a la cumbre de Pisga; ahora se hallaba en el valle. Mientras estaba bajo la inspiración del Todopoderoso, había soportado la prueba más severa de su fe; pero en el momento de desaliento, mientras repercutía en sus oídos la amenaza de Jezabel y Satanás prevalecía aparentemente en las maquinaciones de esa mujer impía, perdió su confianza en Dios. Había sido exaltado en forma desmedida, y la reacción fue tremenda. Olvidándose de Dios, Elías huyó hasta hallarse solo en un desierto deprimente. Completamente agotado, se sentó a descansar bajo un enebro. Sentado allí, rogó que se le dejase morir. Dijo: “Basta ya, oh Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres”. Fugitivo, alejado de las moradas de los hombres, con el ánimo abrumado por una amarga desilusión, deseaba no volver a ver rostro humano alguno. Por fin, completamente agotado, se durmió.

A todos nos tocan a veces momentos de intensa desilusión y profundo desaliento, días en que nos embarga la tristeza y es difícil creer que Dios sigue siendo el bondadoso benefactor de sus hijos terrenales; días en que las dificultades acosan al alma, en que la muerte parece preferible a la vida. Entonces es cuando muchos pierden su confianza en Dios y caen en la esclavitud de la duda y la servidumbre de la incredulidad. Si en tales momentos pudiésemos discernir con percepción espiritual el significado de las providencias de Dios, veríamos ángeles que procuran salvarnos de nosotros mismos y luchan para asentar nuestros pies en un fundamento más firme que las colinas eternas; y nuestro ser se compenetraría de una nueva fe y una nueva vida” (Profetas y reyes, pp. 117-119).

Pero aquí nuevamente, en vez de Dios abandonar a Elías y buscarse alguien más estable emocionalmente, sale en su búsqueda, y atiende a Elías con suma delicadeza, sin ningún reproche, ¡incluso cocinando para él!, para luego decirle que “largo camino te resta”. En otras palabras: “Tú solo ves delante de ti frustración, destrucción, muerte, fracaso. Pero yo aún tengo planes para tu vida, y tienes mucho para hacer por mí todavía. Sigues siendo mi hijo y mi siervo”. Y así es también con nosotros, a pesar de nuestros momentos de desánimo, incluso de depresión y angustia. Un Dios que no nos abandona nunca, y que nos da siempre una razón para vivir.

 

EZEQUÍAS

La Biblia nos muestra lo voluble que puede ser la naturaleza humana, y cómo podemos equivocarnos al querer manejar nuestro destino en vez de que se haga la voluntad de Dios en nuestras vidas.

Ezequías cumplió un gran propósito como reformador para el pueblo de Judá. Dios destruyó, durante su reinado, a todo un ejército amenazador e imposible de vencer, que sitiaba la ciudad de Jerusalén y ponía en peligro no solo al pueblo de Dios sino también su propia integridad. Sin embargo, cayó presa de una enfermedad terminal, y rogó a Dios que le prolongara la vida. Dios, que frecuentemente lo vemos en la Biblia condescendiendo con nuestros “caprichos”, porque respeta nuestra libertad, le extiende la vida muchos años más. Sin embargo, durante ese lapso, Ezequías comete el error de “tentar” a los enviados del rey de Babilonia, al mostrarles todas las riquezas de su reino, en vez de aprovechar la oportunidad para mostrarles el verdadero gran Tesoro que poseía Judá, que era el Dios verdadero. El resto de la historia ya la conocemos. Quizás hubiese sido mejor para Ezequías aceptar mansamente el propósito original de Dios para la hora de su muerte, que seguir viviendo para cometer los errores que cometió.

Hoy también nosotros nos podemos sentir tentados a pensar que el gran tesoro que tenemos para mostrarle a la gente son los logros institucionales que tenemos como iglesia: la imponencia y belleza de muchos de nuestros templos, universidades, colegios, editoriales y fábricas de alimentos. Podemos creer que eso es lo que nos recomienda ante la vista de la gente, lo que va a contribuir a que se acerquen a nuestra iglesia y acepten al Dios verdadero y nuestro mensaje. Pero nos equivocamos si es así. La gran riqueza que tenemos que mostrar es cómo Dios transforma vidas a su semejanza; como somos (ojalá así sea) un pueblo santificado por el Espíritu Santo y por la grandeza de nuestro Salvador; imitadores suyos; gente noble que hace su voluntad en medio de una sociedad corrompida; gente servicial, de gran espíritu solidario y de ayuda al prójimo.

 

ESTER

Nuevamente vemos, en la historia de Ester, el intento diabólico de destruir al pueblo de Dios y, con él, el conocimiento del Dios verdadero. Pero vemos cómo Dios es soberano, y utiliza incluso a una joven no muy dispuesta, pero presionada por las circunstancias, para salvar a su pueblo.

Contrariamente a lo que se suele predicar sobre Ester, no parece en realidad ser una gran heroína. Su primo Mardoqueo debe “presionarla” de esta manera para que haga algo en favor de su pueblo: “Porque si callas absolutamente en este tiempo, respiro y liberación vendrá de alguna otra parte para los judíos; mas tú y la casa de tu padre pereceréis. ¿Y quién sabe si para esta hora has llegado al reino?” (Ester 4:14).

Sea como fuere, por presión o por convicción y voluntariamente, Dios utiliza a Ester, y libra a su pueblo de una gran destrucción. Pero la frase de Mardoqueo sigue constituyendo un gran desafío y privilegio para cada uno de nosotros: “¿Y quién sabe si para esta hora has llegado al reino?” En otras palabras: donde estés, en la circunstancia en la que te encuentres, hay un plan de Dios que debes cumplir con tu vida. Por algo estás allí, en ese lugar, en esa situación, con esa gente, con ese empleo, con esa familia, con esas relaciones. Y para hacer algo en favor de sus planes salvadores Dios te puso allí. El sentido de tu vida se colmará si cumples el propósito divino por el cual estás donde estás, y serás instrumento para desbaratar los planes diabólicos en relación con los que te rodean.

 

NEHEMÍAS

Es natural que en este Gran Conflicto cósmico las cosas de Dios no avancen siempre con facilidad. Hay un enemigo empeñado en entorpecer la causa de Dios, y es natural que enfrentemos oposición, trabas, molestias, conflictos.

Si Nehemías se hubiera dejado desanimar por la oposición de los enemigos de Judá cuando fue a reconstruir la ciudad de Jerusalén, la historia del pueblo de Dios sería otra. Pero su ejemplo de valor, perseverancia, tesón y decisión nos muestra que para ser cristianos y para llevar adelante los propósitos de Dios para nuestra vida y para la iglesia hace falta un espíritu que, fortalecido por la presencia y el poder de Dios, sea aguerrido, no pusilánime y vacilante.

No debemos dejarnos amedrentar por las dificultades, ni en nuestra vida personal, secular, ni en nuestra vida espiritual, ni en nuestra vida eclesiástica. Dios nos muestra que él finalmente prevalece sobre el enemigo. Pero esto no se hace sin que estemos dispuestos a pelear las batallas del Señor contra el enemigo. No son batallas físicas, en las que usemos la violencia, sino batallas espirituales, hechas a fuerza de oración, de predicación, de servicio, de obediencia a la voluntad de Dios aunque el mundo se oponga.

 

Todos estos casos nos enseñan que en esta vida, de este lado de la historia del Gran Conflicto, nuestra vida no será un lecho de rosas. Estamos en medio de una guerra. Habrá conflictos, habrá sinsabores, habrá reveses. Pero si nos entregamos en las manos de Dios, finalmente saldremos vencedores. Que todos podamos permitirle a Dios mostrar su poder y soberanía en nuestra vida, para que nuestro destino final sea el Reino de los cielos.

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