EMANUEL EN MEDIO DE LAS ADVERSIDADES

22/12/2020

Por Maicol A. Cortés

El mundo ha sido testigo de cómo el año 2020 ha traído consigo grandes desastres. Las imágenes de los incendios de Australia, que consumieron más de diez millones de hectáreas y causaron la muerte de millones de animales; la plaga de langostas en África, que afectó a más de nueve millones de personas en Kenia, Etiopía y Somalia, y a otros tres millones en Uganda y Sudán del Sur, parecen escenas tomadas del libro de Éxodo. La explosión ocurrida en Beirut, que dejó más de 150 muertos y 5.000 heridos, y creó un cráter de 43 metros de profundidad, parece recordarnos las escenas más crudas de una película de guerra. Las catástrofes anteriormente mencionadas, entre otras, se ven “coronadas” con la llegada de la COVID-19, enfermedad provocada por el coronavirus que ha infectado a más de 60 millones de personas, de las cuales más de un millón y medio han perdido la vida. Dado lo terrible que ha sido este año, no es de extrañar que podamos identificarnos con las palabras del tenista Rafael Nadal, cuando dijo que “el año 2020 es un año para olvidar”.

Las catástrofes previamente señaladas nos hacen preguntar: ¿Dónde está Dios? Para responder este interrogante, me gustaría que analizáramos juntos uno de los nombres más “amorosos” con los que se presenta a Dios en el Antiguo Testamento (AT), para luego contarte brevemente mi experiencia personal con ese Dios durante este año.

Una de las designaciones más comunes para referirse a Dios en el AT es ’elohim (‘Dios’), pero también es conocido como yhvh (‘Yahvé’, o ‘Señor’). Sin embargo, uno de los nombres más afectuosos con los que el AT se refiere a Dios es ‘imanu ’el (Emanuel). Aun cuando todo cristiano está familiarizado con este nombre y su significado, pocos logran captar la profundidad y la riqueza con la que el idioma hebreo expresa el sentido de este nombre.

El nombre Emanuel significa “Dios [está] con nosotros”. Es decir, cuando un judío pronunciaba el nombre Emanuel, no solo entendía la traducción (como lo hacemos nosotros hoy), sino también sentía la bondad de un Dios cercano y rápido a atender sus necesidades. La cercanía de Dios (Emanuel) es parte de sus atributos; por eso la Biblia describe a un Dios que siempre está buscando los medios para encontrarse con su pueblo (el Arca de Pacto, los mandamientos, el pacto de Dios con su pueblo, Jesús, etc.).

Ya hemos mencionado que Emanuel es señalado como uno de los nombres más cariñosos con los que se conoce a Dios en el AT. La razón de ello se debe a que Dios demostró su amor y misericordia en el Nuevo Testamento (NT) en la persona de Jesús. Al respecto, leemos: “Una virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Emanuel” (Mat. 1:23). Por medio de Jesús, Dios se hizo carne; por ello se lo llama Emanuel, “Dios con nosotros”.

El “tema de Emanuel”, tal como es presentado por Gary D. Pratico, comienza en Génesis y culmina en Apocalipsis. El nombre Emanuel une el Cielo y la Tierra; por ello, aun cuando Apocalipsis no mencione a Emanuel, la idea de que Dios está con el ser humano (Dios con nosotros) está descrita de manera explicita: “Oí una gran voz del cielo, que decía: ‘El tabernáculo de Dios está ahora con los hombres. Él morará con ellos, ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con ellos como su Dios’ ” (Apoc. 21:3, énfasis añadido). Es decir, Apocalipsis nos dice que, al final del Conflicto, Dios morará con su pueblo, así como lo hizo en el pasado en la persona de Jesús.

¿Cómo ha sido tu experiencia con ese Dios durante este año? Déjame contarte en breves palabras la mía.

Cuando estaba finalizando mi maestría en Nuevo Testamento en el Instituto Internacional Adventista de Estudios Avanzados (AIIAS), en Filipinas, Dios puso en mi corazón el deseo de continuar perfeccionándome en una universidad que no fuera parte de nuestra iglesia. Por lo tanto, tan pronto como terminé mis estudios en aquel lugar volví a Chile con mi familia para postularme a algunas universidades de mi país. A las pocas semanas de llegar a la casa de nuestros familiares, comenzó la pandemia de la COVID-19. Yo estaba muy feliz de poder estar junto a mi familia en mi país enfrentando esta crisis, pero no tenía trabajo. Gracias a Dios, nuestros familiares cuidaron de nosotros, y nada nos ha faltado como familia.

En ese contexto, el llamado que sentía de continuar perfeccionándome parecía muy lejano, y como pastor sentí que era tiempo de hacer lo que siempre les dije a los miembros de iglesia que debían hacer en estos casos. ¿Ya descubriste qué tenía que hacer? Así es, comencé a orar como nunca y me postulé para varias universidades.

Finalmente, fui aceptado en todas las instituciones para las que me postulé, pero Dios sabía que yo estaba desempleado y no contaba con los recursos económicos para estudiar. Lo único que tenía eran las ganas, y la certeza de que Dios había puesto en mi corazón ese deseo. Me postulé para las becas disponibles, pero lamentablemente no obtuve ninguna. Fueron momentos muy angustiantes para mí, dado que no tenía dinero, y cuestioné si realmente Dios había puesto en mi corazón el deseo de estudiar o si era mi “yo” quien buscaba eso.

¿Has sentido que Dios está lejos? ¿Te has cuestionado si él está pendiente de tus necesidades? Debo reconocer que esas preguntas abrumaron mi mente. En esos momentos de angustia, Dios me habló a través de su Palabra: “Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviera, y no llovió sobre la tierra durante tres años y seis meses. Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia y la tierra produjo su fruto” (Sant. 5:17, 18). Cuando leí ese texto, me sentí indigno. ¿De qué modo alguien como yo podría siquiera compararse con alguien como Elías? Pero, comencé a orar fervientemente, diciendo: “Señor, si tú has puesto en mí el deseo de estudiar, dame una beca de estudios”.

Creo que nunca olvidaré lo que sucedió el domingo 26 de julio de este año. Desperté y abrí mi correo electrónico, donde leí: “Querido Maicol: Estamos felices de informarte que se te ha otorgado una beca”. Por un momento sentí que mi corazón se paralizó. Miré a mi esposa y le dije: “Amor, me gané una beca”. Ella, con una sonrisa un tanto incrédula, me miró con sospecha. Me acerqué a ella y leímos juntos el mensaje. No lo podía creer. ¡Dios había hecho el milagro! Me habían aceptado en la Universidad Hebrea de Jerusalén y me habían dado una beca.

Probablemente, al igual que yo, muchos de ustedes también estén pasando por situaciones difíciles. ¿Qué milagro necesitas que Dios haga en tu vida? ¿Necesitas sanidad? ¿Quizás un trabajo? ¿Quizá necesites que Dios toque el corazón de tu hijo o de algún ser querido? Quiero invitarte a que ores a Dios como nunca y que recuerdes que él es Emanuel, “Dios con nosotros”. Si en medio de esta pandemia has sentido que tienes un Dios lejano, que quizá no se preocupa por tus problemas, quiero invitarte a recordar lo que nos dice Mateo 5:26: “Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y, sin embargo, vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?”

Yo aún no tengo trabajo, pero sé que, así como Emanuel ha cuidado de mí en el pasado, lo seguirá haciendo en el futuro. Te invito a que confíes en Emanuel, el Dios que estuvo con Adán y Eva en el Edén, el Dios que se “vistió” de humanidad en el nacimiento de Jesús, el Dios que estará con su pueblo en la Tierra Nueva, pero también el Dios que está presente hoy y siempre en la vida de sus hijos. La gloria y honra sea para Emanuel, “Dios con nosotros”.

  • Maicol Cortés

    Magíster en Teología (especialidad en Nuevo Testamento) por el Instituto Internacional Adventista de Estudios Avanzados, en Silang, Filipinas. Actualmente se encuentra cursando estudios de posgrado en la Universidad Hebrea de Jerusalén.

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