Cómo confiar en las promesas divinas cuando los días son oscuros.
Las pruebas y los obstáculos son los métodos de disciplina que el Señor escoge y las condiciones que señala para el éxito. El que lee los corazones de los hombres conoce sus caracteres mejor que ellos mismos. Él ve que algunos tienen facultades y aptitudes que, bien dirigidas, pueden ser aprovechadas en el adelanto de la obra de Dios. En su providencia, los coloca en diferentes situaciones y variadas circunstancias para que descubran en su carácter los defectos que permanecían ocultos a su conocimiento. Les da oportunidad para enmendar esos defectos y prepararse para servirlo. Muchas veces permite que los fuegos de la aflicción los asalten para que puedan ser purificados.
El hecho de que somos llamados a soportar pruebas demuestra que el Señor Jesús ve en nosotros algo precioso que desea desarrollar. Si no viera en nosotros nada con lo cual glorificar su nombre, no perdería tiempo en refinarnos. No echa piedras inútiles en su hornillo. Lo que él refina es mineral precioso. El herrero coloca el hierro y el acero en el fuego para saber qué clase de metal son. El Señor permite que sus escogidos pasen por el horno de la aflicción para probar su temperamento y saber si pueden ser amoldados para su obra. […]
Muchos de los que profesan seguir a Cristo se sienten ansiosos, atribulados de corazón, porque temen confiarse a Dios. No se han entregado por completo a él, porque retroceden ante las consecuencias que semejante entrega podría implicar. Pero, a menos que se entreguen así a Dios, no podrán hallar paz.
Muchos son aquellos cuyo corazón gime bajo el peso de los cuidados porque procuran alcanzar la norma del mundo. Escogieron servir a este, aceptaron sus perplejidades y adoptaron sus costumbres. Así se corrompió su carácter y la vida se les tornó aburrida. La congoja constante consume sus fuerzas vitales. Nuestro Señor desea que depongan ese yugo de servidumbre. Los invita a aceptar su yugo y les dice: “Mi yugo es fácil y ligera mi carga” (Mat. 11:30). La congoja es ciega y no puede discernir el futuro; pero Jesús ve el fin desde el principio. En toda dificultad ha dispuesto un medio de proporcionar alivio. “No quitará el bien a los que andan en integridad” (Sal. 84:11).
Para proveernos lo necesario, nuestro Padre celestial tiene mil maneras de las cuales nada sabemos. Los que aceptan el principio sencillo de hacer del servicio a Dios el asunto supremo verán desvanecerse sus perplejidades y extenderse ante sus pies un camino despejado.
El fiel cumplimiento de los deberes de hoy es la mejor preparación para las pruebas de mañana. No amontonemos las eventualidades y los cuidados de mañana para añadirlos a la carga de hoy. “Basta a cada día su propio mal” (Mat. 6:34).
Tengamos confianza y seamos valientes. El desaliento en el servicio de Dios es pecaminoso e irrazonable. Dios conoce todas nuestras necesidades. A la omnipotencia del Rey de reyes, el Dios que guarda el Pacto con nosotros añade la dulzura y el solícito cuidado del tierno pastor. Su poder es absoluto, y es garantía del seguro cumplimiento de sus promesas para todos los que en él confían. Tiene medios de remover toda dificultad, para que sean confortados quienes lo sirven y respetan los medios que él emplea. Su amor supera todo otro amor, como el cielo excede en altura a la Tierra. Vela por sus hijos con un amor inconmensurable y eterno.
En los días más negros, cuando todo parece conjurarse contra nosotros, tengamos fe en Dios. Él obra su voluntad y hace bien todas las cosas en favor de su pueblo. La fuerza de los que lo aman y lo sirven será renovada día tras día.
Dios puede y desea conceder a sus siervos toda la ayuda que necesitan. Les dará la sabiduría que requieren sus diversas necesidades. El experimentado apóstol Pablo dijo: “Y me ha dicho: ‘Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad’. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en insultos, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor. 12:9, 10).
Extraído de El ministerio de curación, pp. 373, 374, 381-383.
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