El ritual diario en el Santuario terrenal producía dos efectos: el pecador era perdonado (Lev. 4:31) y los pecados confesados eran transferidos al Santuario al aplicar la sangre, la que lo contaminaba (Lev. 4:27-30).
Con el fin de eliminar el registro de esos pecados confesados, Dios determinó que en el Día de la Expiación el Santuario fuese purificado (Lev. 16). Este día ilustra las tres fases del Juicio Final: preadvenimiento (investigador), comprobatorio y ejecutivo.
A continuación, nos concentraremos en la primera fase.
La purificación del Santuario
En el Día de la Expiación, el sumo sacerdote tomaba dos machos cabríos (Lev. 16:7, 8). Se sacrificaba el macho cabrío “por Jehová”, y con su sangre se realizaba la expiación en el Lugar Santísimo del Santuario (Lev. 16:9, 15-19). Después de la purificación, se tomaba el macho cabrío “por Azazel”, que no era sacrificado, y luego de confesar sobre él los pecados del pueblo se lo desterraba al desierto (Lev. 16:10, 20, 21). Así, el campamento quedaba limpio. El macho cabrío “por Jehová” simboliza a Jesús, pues solo su sangre hace posible la expiación del pecado. El macho cabrío “por Azazel” representa a Satanás, y sirve para mostrar que él es el responsable último del mal en el Universo.
A la luz de Daniel 8:14, la purificación del Santuario celestial empezó en 1844, cuando nuestro Sumo Sacerdote Jesús entró en el Lugar Santísimo del Santuario celestial y empezó su purificación. Cuando Cristo termine esta obra, vendrá y abatirá a Satanás en esta Tierra por un período de mil años (Apoc. 20:1-3). Al final de este período, Satanás y sus seguidores serán destruidos para siempre. En ese punto, el Universo no tendrá duda del carácter justo de Dios (Apoc. 15:3; 19:1-8).
La purificación como una obra de juicio
Sabemos que la obra que Jesús realiza en el Santuario celestial desde 1844 es un juicio, porque cuando se aplica el principio de recapitulación en Daniel 7 y 8 se observa que lo que en 8:14 se llama “purificación del Santuario” en 7:9 y 10 se describe como un juicio celestial. Es el mismo evento, con diferente terminología. Este juicio se realiza desde 1844 hasta un poco antes de que Jesús regrese por segunda vez.
Además, el Día de la Expiación era un evento muy solemne, en el cual el pueblo debía permanecer en reflexión; quien no lo hiciera era cortado del pueblo (Lev. 23:26-30). Por tal razón, los judíos vieron al Día de la Expiación como un símbolo del Juicio Final.
Implicaciones del juicio preadvenimiento
Es para el pueblo de Dios. Todos los que han invocado a Jesús como Salvador entran en este juicio. A su término, el registro de sus pecados perdonados será eliminado definitivamente. El juicio para los que rechazan la gracia de Dios se dará durante los mil años que empiezan inmediatamente después de la segunda venida de Cristo (Apoc. 20:4; 1 Cor. 6:1-3), y muestra la justicia de Dios ante el Universo no caído.
En Daniel 7:9 y 10, el Juez se sienta y los libros se abren. La Cruz y el Juicio vindicarán ante “millones de millones” de seres no caídos la justicia de Dios, desafiada en este Gran Conflicto. Finalmente, todos reconocerán que Dios es justo en su manera de tratar el pecado.
Salvos por la justicia de Cristo, este juicio mostrará al Universo que la única razón por la que los salvos son admitidos en el cielo es porque han aceptado la justicia de Cristo (Mat. 22:9-13).
Por eso, Jesús aparece en el Juicio como su abogado (Dan. 7:13). Cuando se abran los libros, se verá que los salvos pudieron haber cometido pecados terribles, pero se arrepintieron, se aferraron de la sangre de Cristo y se les otorgó el perdón (Apoc. 1:5; 3:5; 5:6-10).
¿Debemos temer al Juicio?
Daniel 7:22 muestra el veredicto del Juicio, y afirma que “se dio el juicio a los santos del Altísimo” (se “emitió juicio en favor de los santos del Altísimo” [NVI]). El Juicio no es contra el pueblo de Dios, sino a su favor.
Quienes recibimos a Cristo como Salvador y permanecemos en él no debemos temer ninguna condenación en el Juicio (Rom. 8:1, 31-39). La gracia divina aún sigue disponible para todo aquel que desee ir a Cristo (Heb. 4:15, 16). RA
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