“Podemos evadir la realidad, pero no podemos evadir las consecuencias de evadir la realidad”.
Ayn Rand.
Si realizamos una encuesta acerca de cuál es la más popular de las monarquías actuales, sin duda, la inglesa encabezaría la lista. Sin embargo, tal vez olvidemos que esta monarquía fue destituida por once años, entre 1649 y 1660, luego de la llamada Guerra Civil Inglesa. Una vez abolida, Gran Bretaña se convirtió en una república bajo el mando de Oliver Cromwell, el “Lord Protector”.
Un nuevo giro de la historia se daría tras la muerte del mencionado dirigente. Richard Cromwell, su hijo, no heredó de su progenitor las habilidades políticas, y fue desplazado por su propio ejército. La restauración de la monarquía era un hecho. Así, el 29 de mayo de 1660 asumió como rey Carlos II, hijo de Carlos I, quien había sido ejecutado por Cromwell en 1649.
Si realizamos una encuesta para calificar al peor rey de Israel, sin duda, Manasés sería el primero en la lista. Su reinado fue un auténtico desastre. ¿Qué otra descripción haríamos de un gobernante que reedificó los lugares de culto pagano que Ezequiel, su padre, había eliminado; que hizo imágenes de Baal y de Asera; que adoró a todos los astros del cielo; que recurrió a adivinos, agoreros y encantadores; que desobedeció los consejos de los profetas (¡y hasta mandó asesinar a Isaías!); que ofreció a sus hijos en sacrificio a dioses paganos quemándolos en el fuego; que derramó sangre inocente por todo Israel e hizo pecar a toda la nación?
Este bagaje de acciones horribles determinó el sabio juicio divino: los asirios lo tomaron cautivo, lo aprisionaron con grillos y lo llevaron encadenado a Babilonia. Allí, lejos de los lujos palaciegos y cerca del abismo mortuorio, se opera una redención impensada: “Mas luego que fue puesto en angustias, oró a Jehová su Dios, humillado grandemente en la presencia del Dios de sus padres. Y habiendo orado a él, fue atendido; pues Dios oyó su oración y lo restauró a Jerusalén, a su reino. Entonces reconoció Manasés que Jehová era Dios”
(2 Crón. 33:12, 13).
Desconocemos el contenido de la oración de Manasés. Seguramente fue tan sincera y profunda como la de David (Sal. 55:1- 19) porque Dios lo perdonó y lo restauró, tal como lo hizo con su lejano antepasado.
El gran problema de liderazgo de Manasés es que tuvo que llegar hasta los “entonces” para reconocer cómo funcionaba en verdad la responsabilidad sagrada de su posición de influencia. Como en aquellos “Había una vez…” de los cuentos de nuestra infancia, que nos introducían en el maravilloso mundo del relato, los “entonces” en las historias dan ese vuelco aleccionador (tan necesario) para hacernos entrar en razón acerca de la lección que se pretende enseñar.
“Entonces” es un adverbio de tiempo, momento y ocasión. Es tiempo de volver a Dios. Ahora es el momento. La ocasión no debe esperar más. Nunca es tarde para arrepentirse. El nombre “Manasés” proviene de una raíz hebrea que significa “el que hace olvidar”. Qué designación tan pertinente hacia un líder que cometió atrocidades, pero que recibió el perdón divino y fue restaurado en el trono. No obstante, sus consecuencias lo alcanzaron. “Pero este arrepentimiento, por notable que fuese, fue demasiado tardío para salvar al reino de las influencias corruptoras de los años en que se había practicado la idolatría. Muchos habían tropezado y caído, para no volver a levantarse” (Elena de White, Profetas y reyes, p. 282).
Hubo grandes líderes de Dios que fueron restaurados: Jonás, Pedro, Pablo… Sin embargo, los dos últimos tuvieron un restablecimiento mucho más efectivo y un ministerio posterior mucho más fecundo que el primero. A veces un líder debe ser restaurado. Siempre un líder es un agente de restauración.
Manasés reinó mal la mayor parte de los 55 años que estuvo en el trono. Fue el rey hebreo que más años estuvo en el poder, superando los 52 de Ozías y los 47 de David. La experiencia no es sinónimo de eficiencia.
Manasés fue muy próspero en cuanto a construcciones y armado de los ejércitos. Sin embargo, fue un descuidado en los asuntos espirituales. El éxito en esta sociedad no es sinónimo de armonía con el Cielo.
Manasés ilustra dos aspectos del perdón. Uno es el acto divino. La gracia de Dios te libra de la condenación. Otro son las consecuencias de ese error. Mateo no fue nombrado como encargado de las finanzas de los discípulos; tenía un pasado complicado en el área financiera. De todos modos, Judas también robó. Todos podemos caer, si nos alejamos de Jesús.
No tenemos por qué llegar al extremo de Manasés. Que en nuestra historia no haya “entonces”. Y si los hay, que sean para restauración. RA
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