Los peligros (físicos y espirituales) de consumir alimentos procesados por otros.
Nos encanta. Nos es irresistible. La imagen de esa hamburguesa con papas fritas, la textura de ese helado de crema con cookies y los snacks saborizados. He conocido pocas personas que no sienten debilidad por ninguna de estas así llamadas “comidas chatarra”.
La comida chatarra contiene, por lo general, altos niveles de grasas, sal, condimentos o azúcares (que estimulan el apetito y la sed, algo de gran interés comercial para quienes venden estos productos) y numerosos aditivos alimentarios, como el glutamato monosódico (potenciador del sabor) o la tartrazina (colorante alimentario).
Algunas podrán tener más azúcar; otras, más sal; otras, más grasas; otras, más saborizantes. Pero lo que caracteriza a toda comida chatarra es que son alimentos ultraprocesados. No están en su forma natural. Jamás encontraríamos alimentos naturales con esas cantidades de azúcares, sales o grasas. Y, precisamente por eso, son tan peligrosas para el organismo. Fuimos diseñados para consumir alimentos integrales (sin procesar) en su forma más natural posible. Cuanto más nos alejemos de ese ideal, más perjudicial será para nuestra salud.
Algo similar podría decirse con respecto a nuestro alimento espiritual. Ya Jesús lo había dicho, afirmando que “no sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mat. 4:4, NTV). Sí, la Palabra de Dios, las Escrituras, constituyen el alimento indispensable para sustentar nuestra vida espiritual. Allí, en la Biblia, hay alimento sólido, nutritivo, sin adulteración, con las proporciones justas. Sin embargo, por más buenas intenciones que tengamos, nuestro apetito también puede corromperse, buscando “comida chatarra” espiritual.
¿Cuál es la característica de la comida chatarra espiritual? Al igual que la comida chatarra material, es alimento ultraprocesado (es decir, procesado por otros). En ese procesamiento, alguien agrega “azúcar”, “sal”, “grasas”, “condimento”… Claro, siempre con la intención de que sea más “sabroso”, de que atraiga el “apetito” por las cosas espirituales. Así, se entremezclan los nutrientes divinos con ingredientes de factura humana.
A veces se quitan la “fibra”, las “vitaminas” y los “minerales”, como en la harina refinada. Otras veces, se le agregan “grasas” y otros ingredientes que hacen más atractivo el mensaje. Pero, ya sea que se diluya el mensaje espiritual o se lo recargue con los elementos que uno considera como “la verdad presente”, el resultado es el mismo. Ya sea anemia u obesidad espirituales, siempre existe un desequilibrio que trae enfermedad, en lugar de sanidad y salvación.
Lamentablemente, en esta cuarentena, he visto la tendencia de volcarnos a buscar con una desesperación frenética la “comida chatarra espiritual”. Buscamos sermones, seminarios, simposios y charlas en Youtube, Facebook, Instagram y otro sinfín de redes sociales.
Claro, en su mayoría son mensajes claros, centrados, estimulantes y reconfortantes. No digo que estén mal ni que sean perjudiciales, aunque hay de todo y deberíamos ser muy cautos en filtrar bien lo que vemos y escuchamos. Pero, todos esos mensajes tienen una característica en particular: han sido procesados por otros. Por otro lado, el alimento espiritual que verdaderamente nutrirá nuestra relación con Dios es aquel que cultivamos por medio del estudio personal de las Escrituras, y consumimos en su “estado natural”, sin adulteración.
Evidentemente, de vez en cuando no está mal consumir algo de alimentos procesados, como tampoco está mal, de vez en cuando, escuchar un mensaje espiritual que ha sido procesado por otros. Pero las redes sociales no reemplazarán jamás el estudio personal de la Biblia. Si sobrevivo espiritualmente solo por medio de la comida chatarra espiritual, terminaré anémico u obeso en términos espirituales.
Nunca más que ahora podríamos parafrasear al apóstol Pablo:
“Nos gustaría decir mucho más sobre Youtube, Facebook e Instagram, pero es difícil de explicar, sobre todo porque ustedes son torpes espiritualmente y tal parece que no escuchan. Hace tanto que son creyentes que ya deberían estar enseñando a otros. En cambio, necesitan que alguien vuelva a enseñarles las cosas básicas de la palabra de Dios. Son como niños pequeños que necesitan comida chatarra y no pueden comer alimento sólido. Pues el que se alimenta de comida chatarra sigue siendo bebé y no sabe cómo hacer lo correcto. El alimento sólido es para los que son maduros, los que a fuerza de estudio personal y práctica están capacitados para distinguir entre lo bueno y lo malo”.
Hebreos 5:11-14, paráfrasis personal.
Volvamos al alimento sólido. Volvamos al estudio personal de la Biblia. Y, de vez en cuando, tampoco está mal escuchar lo que otros han procesado. RA
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