La crisis mundial producida por el coronavirus nos conduce a estudiar más las profecías y a confirmar nuestra lealtad a Dios en el conflicto cósmico.
Por Glauber S. Araújo
Declarada pandemia por la Organización Mundial de la Salud y más conocida como coronavirus, la COVID-19 inmediatamente acaparó los titulares de los principales periódicos del mundo. El brote, que comenzó en el mercado de Wuhan en China, se extendió rápidamente por todo el planeta, y ya ha cobrado miles de vidas. Desde hace semanas, el principal tema de las noticias es el virus y sus efectos en la salud de la sociedad, el comercio y la economía mundial.
Como prevención por el riesgo de contaminación, diversos gobiernos cerraron sus fronteras, cancelaron eventos y ordenaron que las personas permanezcan en sus casas y limiten su exposición a lugares públicos. El perjuicio financiero provocado por la paralización del comercio y del sector industrial, sumado al alarmismo alimentado por los medios de comunicación, fue capaz de hacer caer las bolsas de valores de las principales economías mundiales. De repente, todo se transformó en incertidumbre y caos.
Este escenario preocupante ha llevado a algunos cristianos a intentar entender la razón de estos eventos y el papel que podría desempeñar en el cumplimiento de las profecías del fin. Como adventistas del séptimo día, tenemos un gran interés en eventos de proporciones globales y de significado escatológico. Muchos han preguntado: ¿Es esta una de las señales de los tiempos? A fin de cuentas, Jesús alertó que “habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares” (Mat. 24:7). ¿O debemos interpretar la COVID-19 como un castigo de Dios por la pecaminosidad humana? Esas son solo algunas de las varias conjeturas que surgieron en las redes sociales durante los últimos meses. Afloraron también textos de Elena de White en el intento de explicar el papel de las pandemias en el palco escatológico o de identificar al autor que está por detrás de toda esta calamidad.
Considerando que somos un movimiento profético que constantemente busca mantenerse atento al cumplimiento de la profecía, es de suma importancia que analicemos cómo la Biblia describe estos fenómenos y qué explicación da para su presencia, antes de que lleguemos a conclusiones precipitadas o alarmistas. Como veremos, las pestes, las plagas y las enfermedades reportadas en la Biblia no siempre ocurren por las mismas razones o los mismos agentes.
Satanás y Job
Tal vez el ejemplo más emblemático de Satanás como agente provocador de enfermedades se encuentre en la experiencia de Job. En el libro que lleva su nombre se relata que este hombre “perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal” (Job 1:1) fue atormentado por una enfermedad espantosa. Con “una sarna maligna desde la planta del pie hasta la coronilla de la cabeza” (Job 2:7), Job presenció cómo los gusanos consumían su piel podrida (Job 7:5). En su luto, describió: “Mi piel se ha ennegrecido y se me cae, y mis huesos arden de calor” (Job 30:30). Cuando buscaba alivio en el sueño, lo angustiaban las pesadillas (Job 7:4). Aunque sea complicado diagnosticar la enfermedad que aquejó al patriarca, pues al término original en hebreo utilizado para describirla se lo emplea para referir a una categoría amplia de problemas cutáneos (Éxo. 9:9; Lev. 13:20; 2 Rey. 20:7), difícilmente equipararíamos su cuadro a la gripe que está afligiendo a la mayoría de las víctimas del coronavirus.
El autor del libro de Job dejó en claro que todo ese tormento fue provocado por Satanás (Job 2:7). A ese ser angelical se lo retrata no solo como el acusador de Job, sino también como una entidad sobrenatural que recibió la libertad de ejecutar sus planes malévolos, manipulando y controlando, dentro de ciertos límites, los fenómenos de la naturaleza. De este modo, aun siendo un ser creado, fue capaz de provocar desastres naturales (Job 1:19), heridas (Job 2:7) y hasta de imitar fenómenos sobrenaturales que solo el Creador podría realizar (Job 1:16; 1 Rey. 18:20-40).
Mucho se podría decir sobre esa concesión de libertad y la existencia del mal. El punto importante para resaltar es que todo lo que hace Satanás está dentro de los límites establecidos por Dios. Como los vientos de destrucción mencionados en Apocalipsis 7:1, que son contenidos por seres angelicales para que no dañen a aquellos que están bajo la protección divina, Satanás es retratado en el libro de Job como un ser poderoso y maligno que está constantemente bajo la supervisión y el control divinos.
Lejos de ser un archienemigo coeterno, una metáfora de la perversidad humana o la representación de una fuerza impersonal malévola, él es un ser angelical, creado en un ambiente de perfección, pero que por razones desconocidas se corrompió y, desde entonces, ha atacado el carácter y la persona de Dios. Como puede notarse, no está recluido a la esfera espiritual. Satanás tiene la capacidad de manipular la realidad física, provoca desastres, crea enfermedades y realiza señales y maravillas.
En línea con el texto bíblico, Elena de White afirma que “Satanás también obra a través de los elementos naturales para almacenar su cosecha de almas no preparadas. Tiene estudiados los secretos de los laboratorios de la naturaleza, y emplea todo su poder para controlar dichos elementos tanto como Dios se lo permita. Cuando se le dejó que afligiera a Job, ¡cuán prestamente fueron destruidos rebaños, ganados, sirvientes, casas e hijos en una serie de desgracias, obra de un momento!” (El conflicto de los siglos, pp. 646, 647). Ese poder no se manifestó solo en los tiempos bíblicos. Cerca del fin de los tiempos, Satanás “producirá enfermedades y desastres al punto que ciudades populosas sean reducidas a ruinas y desolación. Ahora mismo está obrando. Ejerce su poder en todo lugar y bajo mil formas: en los accidentes y las calamidades en mar y en tierra, en las grandes conflagraciones, en los tremendos tornados y en las terribles tempestades de granizo, en los huracanes, en las inundaciones, en los ciclones, en los maremotos extraordinarios y en los terremotos. Destruye las mieses casi maduras, y a ello le siguen la hambruna y la angustia. Propaga por el aire toxinas mortíferas, y miles de seres perecen por causa de las pestes” (ibíd., p. 647). Conforme lo anticipó Elena de White, “esas plagas serán cada vez más frecuentes y cada vez más desastrosas” (ibíd.).
Sin embargo, eso solamente tendrá lugar porque Dios retirará su brazo protector y permitirá que Satanás cumpla sus propósitos. “El mundo cristiano ha manifestado su menosprecio por la Ley de Jehová, y el Señor hará exactamente lo que declaró que haría: alejará sus bendiciones de la Tierra y retirará su cuidado protector de sobre los que se rebelan contra su Ley y que enseñan y obligan a los demás a hacer lo mismo. Satanás ejerce dominio sobre todos aquellos a quienes Dios no guarda en forma especial” (ibíd., p. 647).
La última declaración, sin embargo, no debe llevarnos a concluir, equivocadamente, que la contaminación del coronavirus señala a aquellos que están siendo infieles para con Dios. De la misma forma que Dios permite que los fenómenos naturales como el sol y la lluvia alcancen a justos e impíos, también permite que la enfermedad siga su camino natural de infección y contaminación sobre todos. Esa fue la mentalidad de Job al responder a la propuesta de su esposa: “¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos?” (Job 2:10).
Habiendo dicho esto, debemos reconocer que la noción de un ángel caído capaz de provocar tempestades, terremotos y epidemias es extremadamente objetable para la mentalidad vigente en nuestra sociedad tecnológica y científica. Por siglos, hemos sido gradualmente condicionados a pensar de manera materialista (o cientificista), excluyendo cualquier influencia o manifestación sobrenatural. Actualmente, se cree que las enfermedades y las epidemias son el resultado de la contaminación de microorganismos en el cuerpo.
Por eso, no se habla más de abandonar el pecado, aceptar el señorío de Cristo y confiar en Dios, como ocurría en los días de Moisés, Jeremías o Jesús. En su lugar, se nos orienta a lavarnos siempre las manos, evitar toser o estornudar en presencia de otras personas e incluso no saludar ni abrazar a los conocidos. Puede sorprender a algunos, pero esta visión científica de los mecanismos y las leyes que actúan en el universo no excluye necesariamente la creencia en una realidad sobrenatural que causa fenómenos naturales, sean estos benéficos o perjudiciales. Por lo tanto, es perfectamente compatible vivir de una manera que respete las leyes de la higiene y la salud, pero reconociendo que existen fuerzas que están más allá de nuestra realidad que luchan contra nuestro bienestar y nuestra salvación.
Dios y el castigo por el pecado
Tal vez la parte de esta reflexión que algunos encuentren más difícil de asimilar sea la idea de que, además de permitir el mal, en ciertos momentos Dios fue directamente responsable de infligir enfermedades y plagas. Constatar esto puede llevar a algunos a preguntar: ¿Cómo podría, un Dios que es amor, provocar dolor y sufrimiento a sus criaturas? ¿No sería eso absolutamente incompatible con la alegación cristiana de qué hay un Creador maravilloso que desea nuestro bien mayor? Respondiendo de forma sucinta, esas ideas no son incompatibles. Aunque necesitamos ver algunos casos bíblicos para entender cómo estos conceptos se correlacionan.
Hay varios ejemplos bíblicos que podríamos mencionar, pero debido a la limitación de espacio vamos a concentrarnos en dos.
El primero se encuentra en el libro de Éxodo, donde se relata que Dios envió diez plagas sobre Egipto, de las cuales dos entran en la categoría de enfermedades: la peste en los animales (Éxo. 9:3, 6) y las úlceras (Éxo. 9:10). Aquí vemos a Dios enviar destrucción y calamidades sobre una nación pagana, politeísta, y que había rechazado la orden de dejar salir en libertad al pueblo de Dios.
Cada plaga que se sucedía crecía en intensidad y destrucción. Como dice el texto bíblico, las diez plagas sirvieron como “grandes juicios” (Éxo. 6:6; 7:4) por la desobediencia explícita y continua. Simultáneamente, cada plaga fue un acto de misericordia, para concientizar al faraón de su estado endurecido y darle la oportunidad de someterse a la voluntad divina. De igual forma, las plagas también sirvieron de recordatorio a la religión egipcia de que sus dioses no se comparaban en poder y autoridad con el Dios de Israel, y que solamente él controla el mundo natural y el sobrenatural.
En el segundo caso que veremos, Dios no infligió una enfermedad sobre un pueblo pagano, sino sobre su propio pueblo. En 2 Samuel 24:15 al 17 se relata que Dios envió una plaga sobre los israelitas durante tres días, por la que sucumbieron setenta mil hombres. Ese castigo llegó como consecuencia de la iniciativa de David de realizar un censo nacional. Aunque no fuera prohibido por Dios, el censo que pretendía realizar era de naturaleza militar, motivado por el deseo de hacer al país más semejante a los países vecinos, al exaltar la grandeza de la nación y de su rey y fortalecer la confianza en su propio poderío.
Ese censo, que recibió el apoyo del pueblo, llevaría a un alejamiento de Dios, al abrir las puertas a la tentación y para que Israel, en tiempos de guerra, dejase de confiar en Dios y pasase a confiar en el elemento humano. Como en otros momentos en los que Israel se apartó de la alianza con Dios, el castigo divino sirvió para despertarlo de su condición de apostasía y reconducirlo a una relación de confianza y obediencia (ver Deut. 28:35). Una vez más, las molestias fueron un esfuerzo pedagógico y misericordioso por parte de Dios para apartar a su pueblo del pecado y para reconducirlo a la salvación. Al actuar así, el Señor estaba permitiendo que al pueblo le sobreviniera un mal y que, por su medio, fuese alcanzado un bien mayor.
De esta forma, tanto en el caso de las plagas de Egipto como en el de la plaga sobre Israel, la justicia de Dios se mezcló con su misericordia al intentar despertar al ser humano a su condición de rebelión y pecaminosidad, con la esperanza de que entendiera los efectos de su actitud y cambiara su trayectoria obstinada antes de que fuera demasiado tarde. Con esta perspectiva, cuando analizamos el dolor por el cual pasamos en nuestra existencia y lo comparamos con lo que Dios desea realizar en nosotros, debemos ser capaces de reconocer que sus planes son mejores que los nuestros.
El filósofo Richard Swinburne, en su obra Providence and the Problem of Evil [La Providencia y el problema del mal] (Oxford University Press, 1998), argumenta que, por ser más sabio, Dios está perfectamente justificado al permitir el mal si este produce un bien mayor en nosotros, individual o colectivamente. Por medio del dolor, Dios puede alcanzar bienes y beneficios que no serían posibles de otra forma. Visualizando el conflicto cósmico entre Cristo y Satanás, Pablo nos anima a mirar más allá del dolor y a contemplar la recompensa eterna: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Rom. 8:18).
El ser humano y la desobediencia
También hay casos de enfermedades que son provocadas por la acción humana o por la desobediencia a las leyes de salud. Un ejemplo es el consumo de alimentos inadecuados o bebidas perjudiciales (Lev. 11; Prov. 23:30‑33). A veces, un hábito pecaminoso puede, a largo plazo, generar un cuadro crónico, como parece haber sido el caso del paralítico de Betesda (Juan 5:8, 14).
Gracias a la luz que tenemos hoy, por medio de los escritos inspirados, somos conscientes de que la higiene personal; el cuidado y la limpieza del hogar; la ventilación de las habitaciones; el consumo abundante de agua, frutas, legumbres y alimentos integrales; el ejercicio físico; así como los cuidados que debemos tener con las personas postradas en una cama son algunos de los varios aspectos elementales que deben ser cultivados en el caso de que deseemos alejar la enfermedad y mantener un cuerpo saludable. Incluso la cuestión de las aglomeraciones urbanas en las grandes ciudades y el riesgo de contaminación por enfermedades fue una preocupación expresada por Elena de White hace más de cien años.
En casos como el que estamos viendo, nadie puede ser culpado excepto el ser humano. Sea causada por problemas genéticos o comportamentales, por esta enfermedad no deben ser culpados ni Dios ni Satanás. El ser humano tiene la capacidad de provocar su destrucción y la de quienes están a su alrededor. El incumplimiento de las leyes de la salud durante siglos ha dejado su marca en nuestra sociedad, lo que ha llevado a la humanidad a disminuir su fuerza, su energía, su salud y su inteligencia.
El escenario escatológico
Al mirar hacia el futuro, Jesucristo previó que cosas como estás se volverían cada vez más comunes antes de su segunda venida. Él se refirió a ellas como “señales” de que el tiempo de su retorno estaría aproximándose. Estas señales no deberían asustarnos ni alarmarnos: “Mirad que no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca; pero aún no es el fin” (Mat. 24:7).
Estos fenómenos no deben sorprender al pueblo de Dios, pero sirven como confirmación de que la Palabra del Señor es verdadera y fiel. De igual modo, al cumplir nuestra misión profética de preparar al mundo para el retorno de Jesús, nuestro objetivo al llamar la atención de las personas hacia estos desastres naturales no debe ser el de crear alarmismo, sino mostrar que aún no es el fin y que este es el momento para posicionarnos del lado de Cristo.
No debemos interpretar las señales de la venida de Cristo como eventos puntuales, sino como acontecimientos que se extienden hasta la segunda venida de Cristo, creando una ventana de oportunidad para que “ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Ped. 3:9). Marvin Moore señala correctamente que cuando se trata de las señales del fin de los tiempos (hambres, guerras, plagas) no debemos interpretarlas como eventos, sino como tendencias: “Creo que debemos ser muy cautelosos al interpretar eventos específicos como el cumplimiento de una profecía bíblica específica. Las tendencias son indicadores más eficientes que los eventos singulares en el cumplimiento de la profecía bíblica” (The Crisis of the End Time [La crisis del tiempo del fin] [Pacific Press, 1992], p. 14).
Por eso, no podemos ver la pandemia del coronavirus como el cumplimiento principal de la profecía de Mateo 24:7, sino como parte de una secuencia de señales que alertan a la sociedad de que la ventana de oportunidad se está cerrando y que este es el momento ideal para posicionarnos del lado de Cristo en el conflicto cósmico. Momentos de epidemia como el que estamos viviendo pueden ofrecer una oportunidad única para alcanzar a personas que, en circunstancias normales, nunca darían oídos a la invitación del evangelio eterno.
El riesgo de contaminación que muchos enfrentan se volvió un indicador de la fragilidad de nuestra sociedad. El orgullo por el éxito y el avance que ha logrado la brillantez humana son arrojados al fango de la incertidumbre y el miedo. Cuando se trata de una infección epidemiológica, las barreras que el ser humano ha creado caen al suelo. No existe más distinción entre blancos-negros; ricos-pobres; cultos-iletrados; europeos, latinos o africanos. ¡Todos pueden ser infectados! Por esta razón, pueblos que antes estaban en veredas opuestas se unen para luchar contra una amenaza común en nombre de la supervivencia, mostrando que, en tiempos de crisis, los enemigos pueden convertirse en colaboradores.
No estoy diciendo que este es el fin. Pero la experiencia que estamos viviendo puede servirnos de alerta y ayudarnos a entender mejor los escenarios que se establecerán cuando finalmente el mundo esté maduro para la batalla final. Continuemos atentos y sobrios mientras la gloriosa y pequeña nube de la comitiva de Cristo no aparece.RA
Glauber S. Araújo, pastor y doctorando en Teología, es editor de libros en la Casa Publicadora Brasileña.
Esta crisis sanitaria está formando poco a poco el escenario perfecto para que las naciones sucumban ante la Bestia…cuya herida mortal pronto será sanada. Lo urgente es vivir una vida espiritual en coherencia a la vida de Cristo y estar preparados para recibir la lluvia tardía que alumbrará la tierra… si como Iglesia no amonestan sobre esto y seguimos pecando con la ceguera de Laodicea …entonces seremos rechazados y otros ocuparán nuestro lugar dentro de los selllados.
Tantos desordenes y desastres naturales, el aumento cada vez de nuevas enfermedades, surgimiento de virus, plagas y demas; todo al mismo tiempo o seguidos un tras de otro a traves de estos ultimos años confirman que la palabra de Dios es segura y verdadera y a la vez clara al decir que todo esto es el principio de dolores. Es impactante ver como todo lento pero seguro se esta cumpliendo justo como fue predicho haces miles de años y como la situacion actual del mundo esta abriendo paso para que ae cumplan los hechos que faltan por cumplirse. Cuando estos eventos ya nombrados empiecen a suceder con mas frecuencia y la naturaleza entre en caos total por causa de la mala mayordomia del hombre y la intervencion de satanas tambien, cuando la tierra desgastada y cansada por causa del pecado ya no de mas sus frutos y por el contrario se revele contra los seres humanos, el mundo culpara al pueblo de Dios y hara creer que eliminandolos el señor apaciguara su ira. Ya se esta viendo esa obra por parte del enemigo publicando leyes supuestas para ayudar en esta crisis ambiental pero muy bien sabemos que sus intenciones son otras, acabar con el pequeño pueblo de Dios que aun guarda sus mandamientos.