Cómo buscar alternativas saludables más allá de la tecnología.
El aburrimiento es una señal de que la curiosidad necesita ser atendida. En ese sentido, es una emoción muy útil y a la que debemos atender y buscar recursos para resolver. Sin embargo, la mayoría lo percibe como un enemigo al que hay que vencer o evitar lo más rápidamente posible.
Algunos padres desean compensar lo que consideran “desventajas” en la vida de sus hijos, como vivir en lugares pequeños o ser hijos únicos, y se preocupan al escuchar el temido: “¡Estoy aburrido!” Acuden, entonces, al recurso accesible y efectivo: tabletas, celulares y computadoras, tanto para los pequeños como para ellos mismos.
Esta práctica está generando una “era del aburrimiento”. Las investigaciones señalan que los niños de hoy se aburren más; y no solo ellos, sino los adultos también. Los más pequeños no están aprendiendo a convivir con el aburrimiento lo suficiente como para resolverlo saludablemente por sí mismos, y los adultos están perdiendo esa capacidad por falta de uso.
Las capacidades cognitivas y emocionales se benefician al recurrir a la imaginación, la planificación y el desarrollo de estrategias de juego que apelen a la actividad física, la fantasía y la conexión con pares.
En algunos casos extremos, cuando el aburrimiento se presenta intensa y frecuentemente, o cuando el niño ha dejado de disfrutar de actividades antes placenteras, puede ser señal de una problemática emocional más compleja como la depresión, que puede demandar una consulta con un profesional.
Sin embargo, son infinitas las posibilidades cuando se tiene un ojo curioso entrenado para disfrutar. Estamos rodeados de pequeñas y grandes maravillas: una fila de hormigas que lleva alimentos, un cielo estrellado o cómo se elabora una torta pueden hacer que un día sea inolvidable para los niños y los jóvenes. Más que la actividad en sí, los hijos se sienten atraídos por el entusiasmo de sus padres en hacer algo. Si el niño y el adolescente perciben que dependerán exclusivamente de las pantallas para su entretenimiento, se debilitará peligrosamente su capacidad creativa.
Los padres pueden ser un buen modelo de disfrute tanto en los momentos de trabajo cotidiano como en el tiempo de ocio. No deben referirse al aburrimiento como algo negativo que deba ser satisfecho con una gratificación inmediata, como las pantallas. Enseñemos a pasar tiempo con uno mismo y a disfrutarlo. Orientemos con frases como: “Entiendo que estás aburrido, (pero, como es tu aburrimiento) ¿cómo podrías solucionarlo? ¿Se te ocurre algo? Quizá podrías…”, y elogiemos cuando lo hayan podido resolver.
Ser modelos de disfrute también incluye invitar a los hijos a participar en los propios hobbies, como pasear, hacer música, dibujar, tejer, jugar un deporte de equipo o tantos otros.
Educar para el uso saludable de la tecnología
La tecnología en todas sus formas es una realidad instalada e ineludible. Por lo tanto, los padres deben estar atentos a los desafíos, las ventajas y los riesgos que conlleva. Para ello, es importante que conozcan estas tecnologías, que investiguen. La idea no es atemorizarse por el uso de Facebook, Twitter y demás, sino más bien prevenir su mal uso: conocer las películas que sus hijos verán, el contenido de los videojuegos, antes de que ingresen en la casa. Querer evitar las pantallas completamente es una idea poco efectiva y, probablemente, generadora de mayores conflictos. El gran desafío es educar y ser buenos modelos en el buen uso de la tecnología.
Así como los padres educan a los niños en valores, desde la honestidad (“no mientas”) hasta hábitos de higiene (“cepíllate los dientes”), de la misma manera concreta, simple, amable y firme deben educar en hábitos del uso de la tecnología. Si es un niño menor de tres años, la exposición a cualquier tipo de pantalla debería reducirse a casi nada: “La tele no te hace bien; mejor juguemos a…” Para niños de hasta seis años, no debería exceder los treinta minutos de exposición vigilada. En etapa escolar, hasta una hora por día (contando televisión, celular, etc.); podría ser útil, además, si se usa en conexión con el aprendizaje. En la adolescencia, se puede negociar algo más, pero debe ser muy tenido en cuenta que más de dos o tres horas de exposición diaria puede alterar la capacidad académica, emocional y social.
La tecnología puede ser un recurso educativo, recreativo y cultural cuando es utilizada de forma responsable e inteligente. Para lograr esto, los adultos deben ser claros modelos y buenos educadores en la formación de conciencias críticas, fortaleciendo los valores que como familia quieren transmitir y entrenando la capacidad de autocontrol. Hay que propiciar alternativas saludables para resolver el aburrimiento y elogiar cuando los hijos son capaces de encontrar sus intereses, hobbies y pasiones por sí mismos y sin tanta mediación tecnológica.RA
Este capítulo fue realizado en coautoría con la Dra. Laura Oros. Tomado de La familia que soñé (ACES, 2018).
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