“Me llevó en visión al desierto, y vi a una mujer sentada sobre una bestia de color rojo sangre”.
(Apoc. 17:3, versión del autor).
El mes pasado analizamos cómo cada cultura y época han sido testigos de una asociación entre ciertos colores y diversas situaciones. Ahora, continuaremos.
Según William M. Ramsay, los nombres de los colores eran usados con gran laxitud. Así, el término traducido como ‘púrpura’ pudo designar varios colores que a nosotros nos parecerían diferentes (todo dentro de una gama de rojos, que incluía el azulado y el violeta). Tal vez, esa variedad explica en parte la falta de consenso de los traductores bíblicos a la hora de decidir qué color designa el término griego porfyroús (púrpura) en los distintos lugares de la Biblia donde aparece. Las opciones propuestas han incluido, por ejemplo, el azul, el violeta y el rojo oscuro.
A su vez, el color rojo propiamente dicho está también presente en la literatura extrabíblica del judaísmo posexílico o intertestamentario, como representación de una condición pecaminosa y del derramamiento de sangre mediante la persecución o la guerra.
Por lo tanto, los colores del atuendo del dúo simbólico de Apocalipsis 17 podrían estar operando como una intensificación visual tendiente, en parte, a reforzar la mención explícita de la sangre de los mártires (Apoc. 17:6), destacando así la actividad persecutoria de ambas figuras; además, como veremos, de la condición idolátrica y apóstata de la mujer.
El énfasis y la clave para descifrar lo representado por los colores en Apocalipsis 17 no estaría, pues, tanto en lo cromático propiamente dicho como en lo alusivo, en las asociaciones o vínculos creados por esos colores entre distintos textos.
La relación entre la villana simbólica de Apocalipsis 17 y la falsa profetisa de la iglesia de Tiatira como anticipo o prefiguración histórica de aquella (Apoc. 2:20-23), resulta evidente a la luz de todo lo que tienen en común. Ambas son figuras femeninas (griego gyne); tienen hijos figurados o discípulos (houioi); son espiritualmente adúlteras o fornicarias (porneuo), pues promueven la idolatría (eidolóthytos, bdélygma); y son nominalmente parte del pueblo de Dios (Apoc.12:1, 2, 5).
Además, ambas están relacionadas con la región del Mediterráneo donde se producía, a partir de ciertos moluscos, insectos y raíces, célebres tinturas de color rojo oscuro vinculadas a la opulencia y la idolatría. La asociación entre una de las variantes de ese color y su procedencia (Fenicia, cuna de la sanguinaria reina Jezabel, devota de Baal y enemiga declarada del culto a Dios) era tal, que una misma palabra griega (foiniké) se usaba indistintamente como designación de ambas (el lugar por el producto y viceversa). Hoy diríamos, tal vez, “rojo Fenicia” o “rojo Jezabel” o “rojo idolatría persecutoria”.
La realidad representada por el affaire de la bella y la bestia en Apocalipsis 17 no sería, pues, un imperio perseguidor de la iglesia en los albores del cristianismo, sino la traición (“sentarse” como eufemismo por “fornicar”) de la otrora esposa del Cordero con el poder secular de turno, y la consiguiente supresión violenta de toda denuncia contra semejante traición. En ese caso, el fresco, el cuadro, visionario en cuestión describiría la apostasía generalizada que caracterizó al pueblo de Dios en distintos momentos de la historia del conflicto entre el bien y el mal, como cuando el liderazgo del judaísmo palestinense rechazó al Mesías y persiguió a la iglesia, y cuando luego esta se apartó de la enseñanza del Nazareno para aliarse con el poder político, a fin de acallar los reclamos de reforma en su seno durante la Edad Oscura, o Medieval.
Una oración para hoy: Artista divino, Autor del color y la belleza. Aplica el “rojo redención” de tu sangre a la manchada tela de nuestra vida, para que esta cobre un tinte “blanco pureza y victoria”.
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