El capítulo 2 del libro de Daniel se inicia con un misterio indescifrable: un sueño del todo extraño dado a un rey pagano. Nabucodonosor, el rey babilonio que conquistó Jerusalén, la ciudad de Dios, y llevó cautivos a sus hijos, recibió aquel intrigante sueño de parte del Dios de Israel, del Dios de Jerusalén. Este hecho es impresionante, ya que se podría suponer que este rey pagano, quien destruyó la ciudad amada de Dios y profanó el Templo del Rey del universo, no debiera ser objeto de una manifestación divina de esta clase. Generalmente, Dios se revela a sus siervos, los profetas, para anunciar lo porvenir (Amós 3:7).
Ahora, Dios quiere que Nabucodonosor escuche su voz. Es cierto que este rey luchó contra el pueblo del Dios viviente; sin embargo, ahora el Señor del universo desea que este rey entienda quién es él y quién es Dios. El sueño que fuera ininteligible para el rey babilonio y los hombres más sabios del Imperio Babilónico (Dan. 2:2-11) es revelado por Dios mismo a uno de sus fieles siervos, el profeta Daniel (2:19). No solamente le reveló el sueño, sino también su interpretación (2:28-30, 36). Esta es una lección de la bondad y el amor del Dios de Israel, que es capaz de revelarse al rey, enemigo de su pueblo, con el propósito de que este conozca no solamente el futuro sino además al verdadero Gobernante del universo.
Este acto de parte de Dios no es algo nuevo. En el pasado, algo similar sucedió con el faraón de los días de José. En aquella ocasión, dos sueños perturbaron al monarca egipcio y Dios dispuso que José, el hijo de Jacob, se presentara delante del rey para dar a conocer el significado de los sueños revelados (Gén. 41). Esto significa que Dios pone a sus hijos en situaciones inesperadas con un propósito específico: ser de bendición para quienes los rodean y explicarles los eventos de la historia desde la perspectiva celestial.
En el caso del sueño de Nabucodonosor y la interpretación dada por el profeta Daniel, Dios pretende cambiar la perspectiva del rey. Este gobernante terrenal suponía que su imperio y su poder no decaerían, pero Dios le declara que sí llegarían a tener un final. Diferentes reinos sucederán al gran Imperio Neobabilónico, indicando así que la gran Babilonia no sería para siempre. Babilonia se había levantado como una potencia mundial y era normal que el rey supusiera que nunca sería derrocado. No obstante, Dios le anuncia que, aunque era una potencia, no significaba que siempre sería así. El profeta anuncia al rey lo porvenir, y que lo terrenal es siempre temporal o pasajero.
Teniendo esto en mente, cada creyente debe tener en mente que su función en este mundo no es solamente adorar al Creador, sino además mostrar los destinos del mundo sobre la base de las profecías anunciadas en las Escrituras. Sea cual fuere su posición en la sociedad, es deber de cada fiel seguidor del Señor presentar que al final de todo “el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre” (Dan. 2:44).
Todo esto enseña que cada creyente ha sido llamado a responder los grandes interrogantes de los grandes y pequeños de este mundo que no conocen a Dios. Existen en todo lugar hombres y mujeres como Nabucodonosor, con ideas concebidas consciente o inconscientemente sobre el mundo religioso, sobre el futuro y sobre quién gobierna este mundo, además de las diferentes áreas de la vida. Estas personas necesitan conocer la verdad, y el pueblo de Dios ha sido llamado para dar respuestas sobre los interrogantes de la vida, y especialmente, sobre el Dios del universo. ¡Maranatha!
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