EL APÓSTOL PABLO Y LA ORACIÓN

04/11/2019

Por Gabriel Cesano, pastor y gerente general de la ACES.

Detrás de las incansables energías de Pablo como apóstol, misionero, pastor y teólogo, hubo una extraordinaria vida de oración. Varias referencias a Pablo en el libro de los Hechos de los Apóstoles lo muestran como un hombre de oración (Hech. 9:11; 13:3; 14:23; 16:13, 25; 19:6; 20:36; 22:17; 28:8, 15).

Pablo comenzó orando y, de acuerdo a la tradición, terminó orando cuando murió como mártir. Todo su ministerio estaba fundamentado y desarrollado sobre la oración. Para el apóstol, la experiencia cristiana era esencialmente un acto de oración.

Para Pablo, la línea entre la teología y la oración -entre toda la vida cristiana y la oración- es fina o no existe. Está tan cerca la conexión entre casi cada versículo en los escritos de Pablo y la oración, que es casi imposible, en muchos casos, distinguir entre los pasajes que pertenecen a oraciones y a aquellos que no. Por este motivo, con el fin de sintetizar y resumir, a continuación se destacan once puntos de la teología paulina sobre la oración.1

1. La oración como resultado de un punto de vista teocéntrico.

Pablo vivió cada momento de su vida con la conciencia de la eterna existencia de un Santo y Soberano Dios (1 Tim. 6:15,16; 1:17). Para Pablo, era imposible concebir cualquier actividad humana separados de Dios, “porque todas las cosas son de él, por él y para él” (Rom. 11:36); “Porque en él vivimos, y nos movemos, y existimos” (Hech. 17:28). Este punto de vista totalmente teocéntrico formó, fundamentalmente, la vida espiritual y la oración de Pablo.

2. La oración como una obligación de la criatura.

La oración, especialmente de acción de gracias, es lógica, natural y necesaria debido a la comprensión que Pablo tenía de la realidad. La base teológica de Pablo sobre la oración estaba construida sobre la certeza racional de que Dios existe y, además, personalmente y providencialmente sustenta la creación (Col. 1:16, 17). Por lo tanto, su motivación para orar proviene de glorificar al Creador, más que una obligación de la criatura.

3. Acción de gracias motivado por la salvación.

La raíz de la pasión de Pablo por la oración proviene directamente de su conciencia de que a pesar de que fue condenado ante Dios por la culpa de su pecado, él confiesa que “habiendo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador; fui recibido a misericordia, porque lo hice por ignorancia, en incredulidad. Pero la gracia de nuestro Señor fue más abundante con la fe y el amor que es en Cristo Jesús” (1 Tim. 1:13, 14).

Esto es lo que produce la exclamación: “¡Gracias doy a Dios, por nuestro Señor Jesucristo!” (Rom. 7:25). El perdón de los pecados, la redención y la justificación por la gracia de Dios a través de la fe no da lugar para la vanagloria humana. En la mente de Pablo, haber sido sacado de las tinieblas a la luz, del poder de Satanás a Dios (y recibiendo todos los derechos de un hijo de Dios), es tan increíble que te fuerza a dar gracias incesantemente: “Estad siempre gozosos. Orad sin cesar. Dad gracias por todo, porque esta es la voluntad de Dios para vosotros en Cristo Jesús” (1 Tes. 5:16-18).

4. La oración esencial para el servicio.

La oración a Dios era esencial en el pensamiento de Pablo para la evangelización. En el nivel puramente humano, aun el mensaje del evangelio más elocuente fue “velado entre los que se pierden. El dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no vean la luz del evangelio de la gloria de Cristo, que es la imagen de Dios” (2 Cor. 4:3, 4). No era el predicador ni el converso, sino Dios quien sobrenaturalmente intervenía a través del llamado del Espíritu y justificaba a aquellos que creían. Por este motivo, Pablo pedía que oraran (Efe. 6:19, 20; Col. 4:3, 4; 2 Tes. 3:1) para que (1) Dios abriera las puertas al evangelio; (2) le dé denuedo en la predicación y (3) facilidad de palabra en la predicación.

En las oraciones intercesoras que Pablo les pide a sus congregaciones y a sus líderes, el tema dominante es su inquietud por la misión. Un ejemplo es 2 Corintios 1:11: “Cooperando también vosotros a favor nuestro con la oración, para que por muchas personas sean dadas gracias”. También en Filipenses Pablo cuenta con las oraciones de la congregación mientras enfrenta el martirio: “Porque sé que por vuestra oración y la suministración del Espíritu de Jesucristo, esto resultará en mi liberación” (Fil. 1:19). Y mientras Pablo anticipa con temor y temblor su visita a Jerusalén, escribe a los Romanos: “Pero os ruego […] que me ayudéis orando por mí a Dios, para que sea liberado de los rebeldes que están en Judea” (Rom. 15:30, 31).

5. El rol de la mente en la oración.

En Romanos 10:14 el apóstol une (1) el conocimiento de Dios, (2) la fe basada en el conocimiento y (3) la oración que procede de esta fe. Para Pablo, la oración surge de una fe inteligente o racional que está informada y basada en la certeza de que Dios no es un “desconocido” (Hech. 17:22-28), sino que se ha revelado a sí mismo en la Creación, en la historia, en Cristo, en las Escrituras y en el evangelio. Un énfasis similar al uso del entendimiento cuando se ora sucede en 1 Cor. 14:14 al 17: “Oraré con el espíritu, pero también con el entendimiento”.

6. La oración es esencial para la perseverancia.

Pablo vio que la vida cristiana en este mundo es un sin fin de dificultades debido a que luchamos contra “principados, contra potestades, contra dominadores de este mundo de tinieblas, contra malos espíritus de los aires” (Efe. 6:12). El apóstol estaba convencido de que los creyentes necesitan las armaduras sobrenaturales de Dios para resistir las tentaciones. Por lo tanto, exhorta “orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos” (Efe. 6:18). Este pasaje deja establecido que la oración puede ser vista como una manera muy importante en la que los cristianos se apropian de la armadura de Dios y están habilitados para soportar.2

Pablo luchaba como cada cristiano obediente lucha, esforzándose asimismo para obedecer el llamado de Cristo en un mundo hostil donde la fidelidad al evangelio frecuentemente significa dolor y sufrimiento (Col. 1:29). La oración en sí misma no es el campo de combate, pero sí es una de las armas que tenemos en contra del enemigo.3

El apóstol no creía que la perseverancia dependiera en última instancia de la habilidad humana. Sus oraciones expresan la certeza de que Dios “los guardará vigorosos hasta el fin, para que seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo” (1 Cor. 1:8). Pablo exhorta a los corintios a “examinarse” a sí mismos y afirma: “Oramos a Dios que ningún mal hagáis” (2 Cor. 13:5, 7).

7. Los conversos como una ofrenda en el regreso de Cristo.

El apóstol considera toda la misión de los gentiles como un acto de adoración, y esperaba presentar a sus conversos como “una ofrenda agradable para Dios, santificada por el Espíritu Santo” (Rom. 15:16). En sus cartas, Pablo conecta este tema con la oración de tres maneras distintas:

1. La firme fidelidad de sus conversos resulta en adoración a Dios: “¿Cómo podemos dar suficientes gracias a Dios por vosotros, por todo el gozo que disfrutamos a causa de vosotros ante nuestro Dios?” (1 Tes. 3:9).

2. La necesidad de crecimiento espiritual de sus conversos motiva a Pablo a orar para poder verlos: “Oramos día y noche con gran insistencia, para ver vuestro rostro, y completar lo que falta a vuestra fe” (1 Tes. 3:10).

3. Su preocupación por el estado de sus conversos en el día de la parousía motivaba muchas de sus oraciones intercesoras y deseos: “El Señor acreciente el amor entre vosotros, y hacia todos, como es también de nosotros hacia vosotros. Para que sean afirmados vuestros corazones en santidad, irreprensibles ante nuestro Padre Dios, para la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos” (1 Tes. 3:12, 13).

8. El Espíritu de adopción.

La comprensión paulina sobre la oración cristiana adquiere mayor énfasis por la relación del creyente con el Señor y el acceso personal que tiene a Dios como Padre. Este privilegio es un aspecto de la adopción de los cristianos como hijos de Dios y está basado solamente en el trabajo terminado de Cristo: “En él, y mediante la fe en él, podemos acercarnos a Dios con libertad y confianza” (Efe. 3:12). A través de Cristo, judíos y gentiles, “unos y otros tenemos acceso al Padre por un mismo Espíritu” (Efe. 2:18). Pablo relaciona el “espíritu de adopción” con la posibilidad de los creyentes de orar como lo hizo Cristo (Mar. 14:36), con inocencia en la intimidad personal.

9. La oración y la voluntad de Dios.

La primera oración que Pablo le dirigió a Cristo: “¿Qué haré, Señor?” (Hech 22:10), llegó a ser la búsqueda de su vida, una búsqueda que los creyentes deben imitar.

Para Pablo, la “lucha” de la oración no era un intento de forcejar con Dios para cambiar su voluntad. Pablo no prevé una lucha con Dios para torcer su voluntad con el fin de satisfacer sus deseos personales o las necesidades de otros. Más bien, la oración es parte de la lucha del creyente para discernir, afirmar y participar en hacer la voluntad de Dios en contra de la perversa influencia del poder del diablo. A través de la oración, uno declara que Dios y su mundo están en constante conflicto. Orar es, “en esencia, rebelión -rebelión en contra del mundo y su estado caído, la absoluta y eterna negativa a aceptar como normal lo que es perversamente anormal”.4

Por este motivo, la experiencia cristiana debe estar impregnada de un espíritu de oración. La alabanza y las acciones de gracias, la confesión de pecados, la presentación de preocupaciones o necesidades propias ante Dios, las peticiones y la intercesión, no debieran tener carácter esporádico o circunstancial. Este es el sentido de las palabras de Pablo: “Orad sin cesar” (1 Tes. 5:17), lo que equivale a decir: “Vivid en la actitud de quien en todo momento se siente en la presencia de Dios”. La oración como acto mental o vocal no puede ser constante, pero el espíritu de oración sí lo puede ser. Además de motivar a los creyentes a tener un espíritu de oración, también reiteradamente exhortó a los conversos a que oren formalmente.5

10. La intercesión del Espíritu.

Pablo revela en Romanos 8:26 y 27 que “el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad. Porque no sabemos pedir lo que conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. El que sondea los corazones, sabe cuál es la intención del Espíritu, y él intercede por los santos conforme a la voluntad de Dios”. El punto central en este texto es que la oración ofrecida por el Espíritu es de acuerdo a la voluntad de Dios. El Espíritu Santo conoce las necesidades más profundas del creyente y las comunica directamente a Dios de una manera única.6 Además, nos enseña que no hay una oración verdadera sin la presencia del Espíritu Santo dentro de nosotros. La oración envuelve una gran y vital comunión con el Espíritu.

La primera causa de los gemidos del Espíritu Santo es la gracia de Dios, la segunda es la fragilidad humana: “El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad”.

Solamente el Santo Espíritu hace de la oración un imposible posible. En la estructura lógica de Romanos 8:26 y 27, Pablo ofrece dos puntos de comparación:

  1. Lo que no sabemos (8:26b) se compara con lo que Dios sabe (8:27a).
  2. Los gemidos indecibles del Espíritu (8:26c) son en realidad oraciones hechas de acuerdo a la voluntad de Dios (8:27b). El Padre y el Espíritu tienen un perfecto entendimiento mutuo.7

11. El foco de las oraciones paulinas: eterno antes que temporal.

La prioridad del apóstol la coloca en primera plana cuando anima a los Corintios a “fijar nuestros ojos, no en lo que se ve, sino en lo que no se ve. Porque lo que se ve es temporal, pero lo que no se ve es eterno” (2 Cor. 4:18). Esto es primordial cuando él ora. Es especialmente obvio en su oración intercesora de Efesios 1:15 al 23 y 3:14 al 21. Aquí, Pablo pide por “espíritu de sabiduría y de revelación para que conozcan mejor a Cristo”, que “alumbre los ojos de vuestro corazón” y la certeza de la “incomparable grandeza de su poder hacia los que creemos”. Este último tema se enfatiza nuevamente en Efesios 3, donde el poder de Dios, en primer lugar, está ligado con el fortalecimiento del creyente. “Que habite Cristo por la fe en vuestro corazón” (Efe. 3:17), y en segundo lugar, con la comprensión total del amor de Cristo, que supera todo entendimiento. Su último objetivo es que sus conversos puedan mirar a Cristo, para “que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (Efe. 3:19). Este énfasis sobre el bienestar espiritual está presente a lo largo de las cartas paulinas.

Cómo ser una verdadera influencia en este mundo

Pablo llevó y estableció el evangelio en docenas de ciudades. Tuvo un ministerio de casi treinta años, realizó tres viajes misioneros, y mientras predicaba el evangelio de Cristo sufrió persecuciones, azotes, cárcel y oprobio. Sin duda, fue el apóstol de mayor influencia en el mundo cristiano. ¿Cómo logró todo esto? Todos sus logros y virtudes fueron posibles porque era un hombre de oración.

Pablo oraba porque vivió cada momento de su vida con la conciencia de la eterna existencia de un Santo y Soberano Dios. Sostenía que debía orar porque tenía la certeza racional de que Dios existe y oraba para glorificar al Creador. Pablo oraba porque era un agradecido: Dios, a través de Cristo, lo había salvado y lo adoptó como su hijo. Quería llevar el evangelio a cuanto lugar pudiera; por eso oraba. Pablo dependía del Espíritu Santo para orar, reconocía que sin su ayuda sus oraciones eran sin sentido; pero también oraba con la inteligencia y la mente.

A través de la oración, perseveró a pesar de sus sufrimientos y persecuciones. Su mayor anhelo era ver a sus conversos crecer espiritualmente y fortalecerse en el Señor, por lo tanto, oraba por ellos.

Finalmente, Pablo oraba porque toda su vida buscó hacer la voluntad de Dios, una búsqueda que los creyentes deben imitar.


Referencias:

1 Este artículo adoptará la estructura del artículo “Prayer”, de W. Bingham Hunter, en Dictionary of Paul and his Letters, Gerald F. Hawthorne, Ralph P. Martin, Daniel G. Reid, eds. (Downers Grove, Ill.: InterVarsity Press, 1993), debido a que sistematiza de una manera completa la teología de Pablo sobre la oración.

2 Andrew T. Lincoln, Ephesians, Word Biblical Commentary (Dallas, Texas: Word Books Publisher, 1990), p. 452.

3 David Crump, Knocking on Heaven’s Door (Grand Rapids, Michigan: Baker Academic, 2006), p. 251.

4 Hunter, “Prayer”, en Dictionary of Paul and his Letters.

5 Ver Rom. 12:12; 1 Cor. 7:5; Fil. 4:6, 7; Col. 4:2; 1 Tim. 2:1, 2; José M. Martínez y Pablo Martínez Vila, Abba, Padre. Teología y Psicología de la oración. El Padrenuestro (Barcelona: CLIE, 1990), pp. 91, 92.

6 Hunter, “Prayer”, en Dictionary of Paul and his Letters.

7 Crump, Knocking on Heaven’s Door, pp. 203, 205.

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