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La violencia intrafamiliar crece de manera alarmante cada año, aunque es difícil tener una estimación real de los casos que suceden. Muchos ni siquiera son registrados, porque las personas tienen miedo de las consecuencias o de comprometer a la familia.
Entretanto, miles de niños y adolescentes son víctimas de abuso sexual, lo que lamentablemente ha ayudado a causar enfermedades físicas, emocionales y mentales, tanto en el período de la juventud como en la edad adulta. Según los datos del informe “Una situación habitual. Violencia en las vidas de los niños y los adolescentes”, preparado por Unicef en 2017, en el mundo viven 300 millones de niños en situación de violencia. Cerca de 15 millones de adolescentes de entre 15 y 19 años fueron víctimas de sexo forzado en algún momento de su vida; y 9 millones de casos habían sucedido en el último año.
Existen muchos tipos de violencia, y entre ellas la sexual, que sucede independiente de género, clase social, cultura, religión o condición económica. Pueden darse dentro de la familia como fuera de ella, con personas que no tienen parentesco. No obstante, en cada situación el impacto negativo es inmenso, y puede afectar el desarrollo cognitivo, afectivo y social de la víctima.
Por eso, es necesario enseñar a los niños y los adolescentes cómo identificar posibles agresores, porque estos pueden ser personas conocidas, formar parte de la convivencia diaria, e incluso estar en instituciones educativas y ambientes religiosos.
Si bien este es un tema complejo, no podemos ignorarlo. Necesitamos tener una comprensión correcta del problema y realizar actividades educativas y preventivas que garanticen la seguridad de niños y adolescentes.
La infancia es la etapa de la vida en que ellos comienzan a interactuar con las personas y con el mundo, y la manera en que perciben esas relaciones podrá influenciarlos de modo positivo o negativo. Por eso, es importante recordar que es en el hogar donde necesitan encontrar buenos ejemplos, pues serán imitadores de los padres y de sus actitudes.
En relación con esto, Elena de White escribió: “Padres y madres, ustedes son maestros; sus niños son los alumnos. El tono de su voz, su conducta, su espíritu son copiados por los pequeñuelos. […] Debiera tenerse gran cuidado de presentarles modelos correctos” (Conducción del niño, p. 202).
La iglesia también debe buscar métodos prácticos que puedan ser desarrollados en su ambiente interno, con colaboración entre los ministerios (Familia, Niño y Adolescente, Conquistadores, Aventureros y otros); y en espacios sociales externos, como escuelas, universidades, centros de convivencia y comunitarios, por ejemplo. En cualquiera de ellos, se debe buscar la contribución de profesionales habilitados para esta temática: psicólogos, psiquiatras, médicos, enfermeros, asistentes sociales, agentes de salud, profesores, pastores y semejantes.
Lo que debemos procurar como mayor prioridad debe ser la sabiduría y el poder del Espíritu Santo. Él es la Fuente del amor, es nuestra única salvaguardia contra los males que arrastran al mundo a la destrucción. Él puede curar todos los dolores, sanar todas las heridas, y proporcionar nueva vida y felicidad plena.
La iglesia, que somos tú y yo, como instrumentos y portavoces del Señor, debe imbuirse de la responsabilidad de proclamar a los que sufren que con Cristo hay sanación y esperanza.RA
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