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Saltar a conclusiones causa mucho daño a la iglesia.
Antes de predicar, me gusta contar historias sobre la iglesia en Sudamérica. Aprovecho estas oportunidades para mostrar un poco de la belleza, la diversidad, la cultura y algunas curiosidades de nuestra región, que muchos ni se imaginan.
Al contar estas historias, mi primera intención es fortalecer el sentimiento de que somos una gran familia, recordando que nos tratamos como hermanos, tenemos el mismo Padre y buscamos la misma Patria. Las realidades son muy diferentes en nuestros ocho países, con limitaciones, problemas y desafíos que enfrentar, pero así es como viven las familias. Cuando nos conocemos mejor, profundizamos el sentimiento de unidad en la diversidad. Son tantas culturas, pero tenemos el mismo mensaje, la misma misión y la misma esperanza. Nuestra identidad es clara, a pesar de los contextos tan variados. Entender eso puede ayudarnos mucho a no generalizar conceptos y opiniones.
Generalizar es la tendencia a juzgar el todo por la parte, de hacer que la realidad de lo micro determine el concepto de lo macro, imaginando que la iglesia general es como la iglesia local. Es común que surjan generalizaciones sobre la pérdida de miembros, el fervor misionero, la dedicación pastoral, la participación de los jóvenes, la secularización, la disidencia, el reavivamiento, los principios y el estilo de vida, entre otros. Pero olvidamos que, así como estos desafíos existen en algunos lugares, no son la realidad de todos. La debilidad de unos es la fortaleza de otros. Por eso, no podemos generalizar.
La fuerza de Internet y las redes sociales ha aumentado mucho el riesgo de esta generalización. Si alguien divulga un video con imágenes de un programa que viola nuestros principios, la foto de alguna postura pastoral inadecuada o un comentario desequilibrado y sin fundamento bíblico, inmediatamente aparecen los generalizadores. Por una imagen, juzgan a toda la iglesia. Por una frase, generalizan toda la teología. Por una falla, generalizan todo el ministerio. Esta generalización causa un profundo daño a la iglesia. Elena de White es dura al tratar con los que proceden de esta manera. Según ella, “profesan santidad, y […] en lugar de procurar crecer en el conocimiento de la verdad, hacen que su religión consista en buscar alguna falla en el carácter o algún error en la fe de aquellos con quienes no están de acuerdo. Son los mejores agentes de Satanás” (El conflicto de los siglos, p. 573). ¡Qué triste situación! Por eso, el apóstol Pablo recomienda: “No juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones” (1 Cor. 4:5).
Necesitamos recordar que las situaciones locales o hechos específicos no representan la realidad general. Ten cuidado al generalizar, aterrorizar, alarmar, juzgar o condenar. Divulgar estos conceptos no nos fortalece, sino que nos desanima y debilita. Nos convierte en un ejército que, en vez de luchar contra el enemigo, lucha contra sí mismo. Necesitamos reunir todas las energías “para mirar hacia arriba, no hacia abajo, a vuestras dificultades” (Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 545).
Somos una familia formada por personas defectuosas, limitadas y que forman parte de la iglesia remanente. Esto nos indica el tamaño del desafío y el conflicto en el que estamos involucrados. Si perdemos nuestro tiempo generalizando, abriendo heridas y multiplicando opiniones críticas, haremos que la victoria final sea mucho más difícil de alcanzar. Pero, si enfrentamos nuestros desafíos con prudencia, equilibrio, amor y humildad, con la Biblia en mano y las rodillas en el suelo, seremos un ejército más fuerte. Nuestros mayores esfuerzos deben concentrarse en “guardar la unidad” (Efe. 4:3), caminando “en la luz, y [hablando] palabras que traigan paz y felicidad. Jesús debe morar en el alma. Y, donde él está, en vez de lobreguez, murmuración y quejas, habrá fragancia de carácter” (Ser semejante a Jesús, p. 60). RA
1ºPedro4:17 Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios? Debemos convivir con la cizaña hasta el tiempo del fin pero no debemos callar ni aceptar la apostasía. Debemos ser frios o calientes, nunca «tibios».