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Muchas personas se casan pensando que, con los años, podrán cambiar aquellas cosas de su pareja que no les gusta, incluso cuestiones profundas del ser. Por supuesto, el cambio supone un duro trabajo y, cuando no se produce, comienza a establecerse la infelicidad y la insatisfacción en la relación, que podría preparar el camino para el divorcio. El cónyuge infeliz desea desesperadamente que el otro cambie. El modo de pensar suele ser: “Si mi cónyuge cambiara, nuestro matrimonio sería estupendo”.
Lo cierto es que, cuando una persona siente que la otra está intentando cambiarla, generalmente la reacción es negativa; la persona queda molesta, guarda silencio y se aísla. A veces una persona puede cambiar algún comportamiento por medio de críticas o quejas, pero raramente este cambio es el resultado de una convicción interior, que generaría una mejor relación. Cualquier cambio forzado termina generando resentimiento, hostilidad y alejamiento, y poco a poco va minando el amor.
Por lo tanto, es importante entender el primer principio con respecto al cambio: no puedes obligar a tu cónyuge a cambiar; el único control verdadero que tienes es el control de tu propia conducta y tus propias respuestas. Pero, lo que muchas veces ignoramos es que cuando cambiamos nuestra propia conducta cambiamos la interacción con nuestro cónyuge. Esto puede ayudar a salir del viejo patrón de queja y crítica, que no produce verdaderos resultados de cambio.
Después de todo, es imposible encontrar un cónyuge perfecto, y nuestro instinto natural es señalar las fallas del otro y decirle cómo comportarse. Esto es más fácil de hacer que examinar el papel que uno mismo desempeña en el dilema. Este es el motivo por el cual muchas parejas están atascadas en ciclos negativos de interacción. ¿Qué hacer, entonces?
Acepta a tu cónyuge tal como es: A menos que la pareja esté dispuesta a aceptarse el uno al otro tal como es, incluyendo sus defectos, errores y flaquezas, tendrá mucha dificultad para desarrollar una relación saludable. “Los que no están dispuestos a adaptarse el uno al otro en sus disposiciones, para evitar las divergencias y las contiendas desagradables no debieran [casarse]” (El hogar cristiano, p. 68). Solamente cuando una persona es aceptada y amada es cuando se vuelve capaz de cambiar. Por supuesto, esta aceptación y adaptación nunca debe incluir la tolerancia del abuso o la violencia, o de alguna otra conducta que ponga en riesgo tu integridad y tu salud física, emocional y psicológica. En estos casos, es muy importante buscar ayuda profesional adecuada.
Comienza a elogiar a tu cónyuge: El elogio es poderoso. Si elogias, aunque sea un pequeño paso hacia la dirección correcta, fomentarás el cambio. Comienza a elogiar las cosas que te gustan de tu cónyuge, aun las más pequeñas y triviales. Edifica sobre esas cosas. Luego, cuando veas una nueva conducta positiva, refuérzala verdaderamente. De este modo, irás cambiando tu manera de ver a tu cónyuge, aprendiendo a valorar sus aspectos positivos antes que los negativos.
Ocúpate de ti mismo: Una vez que hayas reconocido que solamente puedes cambiar tu propia conducta, te convertirás en un candidato para el cambio mediante una relación íntima con Dios. Al comenzar a corregir tu propia conducta, encontrarás maneras de crear una atmósfera de cambio en tu relación. Emplea menos tiempo en culpar al otro y más tiempo para trabajar en conformar tu vida y tu carácter a la semejanza de Cristo. Con frecuencia, las parejas dicen: “Él señala mis errores, pero no habla de los suyos”. Esta falta de disposición a reconocer los defectos propios crea resentimiento y resistencia al cambio. Comienza por trabajar en tu propio carácter, y verás cómo tu cónyuge seguirá ese mismo camino.
Deja que Dios actúe: ora por tu matrimonio, por tu cónyuge y por ti mismo. El único capaz de transformar verdaderamente el carácter es el Espíritu Santo. Y él es el indicado para mostrar a cada uno lo que debe cambiar, y de producir “así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil. 2:13). Por otro lado, la perseverancia en la oración te ayudará progresivamente a ver las cosas desde la perspectiva de Dios. A lo mejor, inicialmente ruegas a Dios que cambie la situación matrimonial negativa que estás viviendo, por la cual culpas a tu cónyuge, cuando en realidad Dios desea cambiar cosas en tu propia vida.
Puede resultar sorprendente, pero las diferencias entre cónyuges en realidad son parte del plan de Dios para el desarrollo del carácter. En palabras de Elena de White: “Es el plan de Dios que personas de diferentes temperamentos se asocien. Cuando este es el caso, cada miembro del hogar debería considerar sagradamente los sentimientos y respetar los derechos de otros. De esta manera, cultivarán la consideración mutua y la tolerancia, se suavizarán los prejuicios y se pulirán las asperezas del carácter. La armonía podrá ser asegurada, y la combinación de los diferentes temperamentos será un beneficio para cada uno” (Reflejemos a Jesús, p. 182).
Si deseas ser feliz en tu matrimonio y no quieres que fracase, entonces renuncia a tu objetivo de cambiar por ti mismo a tu cónyuge. Sé feliz aceptando a la persona que Dios colocó en tu vida tal como es; pues si fue Dios quien te la dio es porque él sabe qué es lo mejor para ti.RA
Artículo muy valioso para aprender, recordar y aplicar. Gracias esposos Steger. Dios les bendiga.