“He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá” (Apoc. 1:7).
La segunda venida de Cristo en gloria es una de las enseñanzas más claras del Nuevo Testamento (Mat. 24:30; 26:64; Luc. 21:27; 2 Tes. 2:8; Heb. 9:28; Apoc. 22:20). Él mismo no dejó lugar a dudas acerca de ello en los evangelios: “Porque como el relámpago que sale del oriente y se muestra hasta el occidente, así será también la venida del Hijo del Hombre” (Mat. 24:27).
A su vez, mientras los discípulos contemplaban al Maestro en plena traslación, el ángel allí presente fue categórico: “Este mismo Jesús, que ha sido llevado de entre ustedes al cielo, vendrá otra vez de la misma manera que lo han visto irse” (Hech.1:11, NVI; énfasis añadido).
Puesto que en numerosos pasajes se identifica ese evento con “el día de Jehová” del Antiguo Testamento (1 Ped. 2:12; Apoc. 1:10), ello implica que su literalidad es la misma en ambos casos. En otras palabras, la herencia judeocristiana bíblica siempre aceptó el hecho de que la intervención final de Dios en la historia humana para devolver la Creación a su estado de perfección original habría de ser pública y notoria. Dicho de otro modo, el retorno de Cristo a la Tierra será tan perceptible para los sentidos humanos, tanto de los redimidos (Isa. 25:8, 9) como de los impíos simultáneamente (Apoc. 1:7; 6:15-17), como “el día de Jehová” de las Escrituras hebreas.
Entre los espectaculares eventos que acompañarán y harán evidente el regreso de Cristo a la Tierra, la Biblia menciona una convulsión sin precedentes de la naturaleza (2 Ped. 3:7, 10-12); la resurrección de todos los muertos que lo aceptaron en vida como su Salvador (Dan. 12:1, 2a; 1 Cor. 15:52; 1 Tes. 4:16); la muerte de los malvados (Apoc. 20: 5, 6); y la traslación corporal al cielo de los redimidos, tanto de los que estén vivos cuando Cristo vuelva como de los que resuciten en esa ocasión (1 Tes. 4:15, 17).
En los días de Pablo, algunos cristianos creían que la resurrección era únicamente una experiencia espiritual que ocurría en el momento de la conversión, no cuando Cristo volviera.1 El apóstol rechazó de plano tal pretensión: “Himeneo y Fileto […] se desviaron de la verdad, diciendo que la resurrección ya se efectuó” (2 Tim. 2:18).
La literalidad del regreso glorioso de Cristo a la que se refiere Juan en Apocalipsis 1:7 es tal que él, en su expectación de un evento inminente, dice que aun los responsables de la crucifixión habrían de contemplarlo, para su horror (1:7b), ya sea porque creía que los tales estarían aún vivos en tal ocasión (cf. Juan 21:22, 23) o que serían objeto de una resurrección especial a tal efecto. RA
Referencia:
1 Ver la obra del siglo II conocida como El tratado de la resurrección, en James M. Robinson ed. The Nag Hammadí Library, ed. rev. (Nueva York: Harper Collins, 1990), p. 56.
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