Por qué, más allá de las polémicas, el 25 de diciembre nos recuerda que Jesús (la Luz del mundo) se hizo carne y habitó entre nosotros.
¡Me deleito en las luces navideñas! Y no estoy solo en este deleite. Nuestra gran familia cristiana cada año queda extasiada por las espléndidas muestras de luces que decoran festivamente nuestros hogares. Si tuviera que quedarme solo con un tipo de decoración navideña, me desharía del árbol, las guirnaldas y las pompas navideñas, los copos de nieve y muchas otras cosas, ¡pero me quedaría con las luces! De cierta forma, para mí, las luces capturan la esencia de la Navidad.1
No todos los cristianos comparten este amor por las luces navideñas. Cuando viajo para presentar predicaciones y conferencias, me encuentro con personas bien intencionadas que censuran incluso el hecho de que los cristianos celebren la Navidad. En sus palabras, todos saben que Cristo no nació en esta época del año. Estas personas se horrorizan especialmente por las luces, que les recuerdan el consumismo secular y señalan rápidamente que, a fin de cuentas, tienen su origen en el Festival de las Luces del solsticio de invierno de la Roma pagana.
En el pasado, me ha bastado con responder a estos escépticos de la celebración de la Navidad con el argumento de que como la sociedad ha celebrado tradicionalmente el nacimiento de Cristo en esta época del año, no es inapropiado aprovechar esta oportunidad para unirnos a este homenaje al nacimiento de Jesús, siempre que se lo haga en el espíritu adecuado, con el Salvador en el centro de nuestras celebraciones.
Sin embargo, en los últimos años he tomado mayor conciencia de lo que considero una respuesta suplementaria –y quizás aún más efectiva– para estos escépticos contemporáneos de celebrar la Navidad en general, y de usar luces navideñas en particular. Para mí, estas proveen una razón poderosa para celebrar la encarnación de Cristo en este momento del año y una explicación contundente de por qué las luces navideñas, de hecho, capturan el corazón de esta celebración.
La otra historia de la Navidad
Durante la época navideña, los cristianos generalmente se enfocan en las historias bíblicas relacionadas con el nacimiento de Cristo, como las encontramos en Mateo y en Lucas: los registros de los pastores (Luc. 2) y de los sabios de Oriente (Mat. 2). “La otra historia de la Navidad”, que no se escucha tanto en la época navideña, se encuentra en el Evangelio de Juan (1:1-5, 9, 14). En su prólogo, Juan pone el énfasis en la encarnación de Cristo como la “luz verdadera” que “venía a este mundo” (vers. 9).
Dos preguntas importantes que surgen de este relato son: ¿En qué época del año ocurrió la encarnación de Cristo? Y ¿cuál es la conexión entre la encarnación de Jesús y la luz?
¿Cuándo ocurrió la encarnación de Cristo?
No podemos conocer la fecha exacta de la encarnación de Jesús, y probablemente sea por una buena razón: para evitar que se venerara un día, en vez de una Persona. No obstante, creo firmemente que la Biblia nos da pistas para poder conocer al menos las épocas aproximadas de su concepción y nacimiento. Estas pistas se concentran en dos capítulos de la Biblia: Lucas 1 y 1 Crónicas 24, y están vinculadas con el relato de la concepción y el nacimiento de Juan el Bautista.
Según Lucas 1:5, Zacarías, el padre de Juan el Bautista, era un sacerdote de la clase (o la división) de Abías, y estaba sirviendo en el Templo durante “el turno de su grupo” (vers. 8, NVI). En 1 Crónicas 24:7 al 19 encontramos una lista de 24 divisiones de sacerdotes. El Talmud indica que, en la época de Jesús, cada división de sacerdotes servía por una semana, del mediodía del sábado al mediodía del sábado siguiente.2 Las únicas excepciones a este cronograma eran las festividades anuales de la Pascua, el Pentecostés y la Fiesta de los Tabernáculos, cuando servían todos los sacerdotes. Los ciclos de servicio de los sacerdotes probablemente comenzaban al inicio del año hebreo (primavera boreal), al igual que los períodos de servicio de los otros oficiales en Jerusalén (ver 1 Crón. 27:1, 2).
Así, las 24 divisiones de sacerdotes servían dos veces al año, y comenzaban respectivamente en la primavera y el otoño. Las 48 semanas (o 24 divisiones x 2) más las casi 3 semanas de festividades en las que servían todos los sacerdotes, cubrían el lapso del año judío.3
Según 1 Crónicas 24:10, Abías era el responsable de la octava división de sacerdotes. Si las divisiones comenzaban a servir el primer sábado de Nisán (el primer mes del calendario religioso hebreo), dos divisiones servirían antes de la Pascua (14 de Nisán), todos los sacerdotes servirían durante la semana de la Pascua, y seis divisiones más servirían antes de Pentecostés. Así, la división de Abías, de la cual Zacarías era parte, habría servido justo antes del Pentecostés (6 de Siván), que generalmente ocurría durante la primera parte de junio.4
Durante el tiempo del servicio de Zacarías en el Templo, el ángel Gabriel dijo al anciano sacerdote que cuando regresara a su hogar su esposa, Elisabet, quedaría embarazada. Como luego del período de servicio de Zacarías era la fiesta del Pentecostés, cuando todas las divisiones de sacerdotes debían servir, él no habría regresado a su hogar hasta después del Pentecostés, o aproximadamente los últimos días de junio. Lucas nos dice que “cumplidos los días de su ministerio”, Zacarías regresó a su casa. “Después de aquellos días concibió su mujer Elisabet, y se recluyó en casa por cinco meses” (Luc. 1:23, 24). No se sabe exactamente cuánto fue “después de aquellos días”, pero la traducción de la Nueva Traducción Viviente, “poco tiempo después”, parece justificada; y por las palabras “cuando terminó” en Lucas 1:23, se puede asumir que la concepción ocurrió poco después del regreso de Zacarías a su hogar. Entonces, probablemente durante la última parte de junio, Elisabet quedó embarazada, con Juan el Bautista en su vientre.5
Lucas 1:26 declara que en el sexto mes después de que Juan el Bautista fuera concebido, el Espíritu Santo vino sobre María y ella concibió a Jesús. El versículo 36 confirma que este era el sexto mes del embarazo de Elisabet. Esto nos llevaría aproximadamente a la época de Janucá, la Fiesta de la Dedicación, que comienza el 25 de Kislev (que a menudo corresponde con la última parte de diciembre) y dura 8 días. Así, se puede argumentar que Jesús fue concebido durante la fiesta de Janucá. Asumiendo que el embarazo de María llegó a término, el nacimiento de Jesús habría ocurrido, aproximadamente, durante la época de la Fiesta de los Tabernáculos, del 15 al 22 de Tishréi, a finales de septiembre o comienzos de octubre. Entonces, es muy probable que durante la Fiesta de los Tabernáculos “aquel Verbo fue hecho carne” (Juan 1:14) y “puso su tabernáculo” entre nosotros.6
Algunos han objetado que Jesús no podría haber nacido durante la Fiesta de los Tabernáculos porque el registro declara que María y José fueron a Belén, no a Jerusalén, donde deberían haber concurrido si hubiera una fiesta anual. Pero, según el Talmud, Belén, que estaba a solo unos ocho kilómetros al sur de Jerusalén, se consideraba una de las ciudades en el “área festiva” de Jerusalén.7 Es decir, Belén era una de las ciudades en las que las personas se hospedaban al llegar para las fiestas anuales. Según Josefo, más de dos millones de judíos atestaban Jerusalén para la Pascua en los días de Jesús,8 y si eso es correcto, podemos asumir que una cantidad similar también acudía para las otras dos fiestas anuales. Como Jerusalén tenía menos de 120 mil habitantes en esa época,9 es probable que los peregrinos que acudían a las fiestas utilizaran aposentos en Belén.10
Belén era una de las ciudades en las que las personas se hospedaban en las fiestas anuales. Según Josefo, más de dos millones de judíos iban a Jerusalén para la época de la Pascua.
Otra objeción está relacionada con la fecha de las proclamas romanas para pagar tributos, que algunos argumentan que no podrían haber sido en una época festiva. Sin embargo, en esta época, Judea era un protectorado de Roma, así que, no pagaba tributos de forma directa. En lugar de eso, Roma recibía un tributo de Herodes, quien reunía estos tributos cuando lo consideraba adecuado. Herodes, siguiendo las leyes habituales de los judíos, llevaba a cabo esta recaudación, o el empadronamiento, según la manera judía. Entre los judíos, se solía hacer la recaudación al final del año agrícola de Palestina; esto es, a principios de otoño, justo antes de la Fiesta de los Tabernáculos. Se acostumbraba pagar los tributos en productos agrícolas al final del año civil o al final de la cosecha (ver Deut. 14:14).
Por lo tanto, en los días de Jesús, el momento lógico para que las personas se registraran y pagaran los tributos era cuando asistían a la fiesta anual de los Tabernáculos, al final de la temporada de la cosecha y del año civil.11 Así, una fecha otoñal para el nacimiento de Jesús, en los días de la Fiesta de los Tabernáculos, encaja con las costumbres judías y la situación en los días de Jesús.
Por esto, la fecha del 25 de diciembre, que los cristianos occidentales designan como el momento para celebrar la encarnación de Cristo, no está fuera de lugar, sino que a menudo coincide con la época de la Fiesta de la Dedicación, que comienza el 25 de Kislev en el calendario hebreo. La concepción de Jesús, así como su nacimiento, forman parte de su encarnación. Por lo tanto, la época de Navidad bien podría ser el tiempo no del nacimiento, sino de la concepción de Jesús. Así, si la reconstrucción mencionada es correcta, la encarnación de Jesús comenzó con su concepción en Janucá/Navidad y llegó a su clímax con su nacimiento, cerca de los días de la Fiesta de los Tabernáculos, en septiembre u octubre. Pero esto nos lleva a nuestra segunda pregunta: ¿Cuál es la conexión entre la encarnación de Jesús y la luz?
¿Cuál es la conexión con la luz?
Mucho antes de llegar a ser un festival pagano romano en celebración del solsticio de invierno, en el siglo I d.C., el comienzo del invierno ya tenía una celebración hebrea bien establecida: la Fiesta de las Luces, también conocida como “Janucá”, o “Dedicación”. En 167 a.C., el 25º día del mes judío de Kislev, el día más oscuro del año, el rey seléucida Antíoco Epífanes, “el Ilustre”, o Epímanes, “el Loco”, como también era conocido, conquistó Jerusalén, profanó el Templo, interrumpió las ceremonias regulares, ofreció carne de cerdo en el altar del holocausto y esparció sangre de cerdo en el Lugar Santísimo.
Exactamente tres años después, el 25º día de Kislev de 164 a.C., Judas Macabeo, “el Martillo”, luego de haber logrado una victoria arrolladora sobre el ejército seléucida, que lo superaba grandemente en tamaño, llegó a Jerusalén, donde reconsagró el Templo y restauró los servicios del Lugar Santo (ver 1 Macabeos 4).
La concepción de Jesús forma parte de su encarnación. la época de Navidad bien podría ser el tiempo no del nacimiento, sino de la concepción del Salvador.
En ese año, 164 a.C., el día más oscuro del año (25 de Kislev), en el momento más oscuro de la historia judía, llegó el milagro de la luz. Según la tradición judía, solo se encontró una botella del aceite consagrado para encender la menorá (o candelabro) del Templo. El aceite de esa botella, que generalmente duraba un solo día, continuó quemándose por ocho días, hasta que se pudo elaborar y consagrar más aceite. Así, la fiesta de Janucá también llegó a conocerse como la Fiesta de las Luces.
Unos 160 años después, en el momento más oscuro de la historia de la humanidad –posiblemente durante la Fiesta de las Luces–, Jesús, la Luz del mundo, se hizo carne. En las palabras proféticas del Salmo 40, los versículos 6 al 8 (ver Heb. 10:5-9), el Cristo preexistente, el Rey del Universo, exclamó desde su morada celestial: “He aquí, vengo”. Al siguiente instante, quien había creado incontables galaxias y nebulosas se hizo carne, una única célula en el útero de María; ¡la Luz del mundo! Juan 1:9 y 14 capturan esta conexión con la luz, indicando que el que venía al mundo, el que se hacía carne, era la Luz del mundo.
No parece casual que Juan conecte el tema de la encarnación de Jesús con la luz, si él de hecho es consciente de que, históricamente, Jesús fue concebido durante la Fiesta de las Luces. Encontramos confirmación adicional de que Juan hace una conexión consciente entre la encarnación de Jesús y la Fiesta de las Luces en Juan 10, donde el apóstol registra cuidadosamente que en la época de Janucá (“la fiesta de la dedicación”, vers. 22) Jesús mismo hace alusión a su encarnación (vers. 36: “Me envió al mundo”, NTV), y así se anuncia en su encarnación como el cumplimiento de la tipología de Janucá.
Mientras la sociedad celebra con familiares y amigos alrededor de un árbol de Navidad iluminado, cuelgan luces afuera o disfrutan de las decoraciones con luces en las casas de los vecinos y otros lugares públicos, nosotros podemos recordar “la otra historia de la Navidad”. Y, con alegría y paz, celebrar la encarnación de Cristo, la Luz verdadera que vino al mundo. RA
Referencias:
Muy ilustrativo y bien documentado articulo de Jesus como la luz en un mundo en tinieblas Hno. Creo que los cristianos podemos pensar que nuestro Salvador Jesucristo es la verdadera Luz. en este mundo donde reinan las tinieblas de satanas,