Cuando todo parece decir ¡basta!
Se estaba yendo la lancha con quienes cubrían el evento para la cadena de noticias ESPN. Me habían pedido que demorara un par de minutos el momento en que entregaba la comida al nadador porque querían encontrar un buen ángulo para la toma. Mientras se alejaba, la embarcación parecía dar permiso a la soledad para que volviera a convertirse en compañera de esta etapa del camino. Quedaba nuestro bote con los dos remeros. Y Petar, en el agua, que no dejaba de bracear. Más lejos se veía otra canoa y se podía intuir una figura que nadaba. Fuera de ello, quedaba la soledad mística y a veces abstracta de un paisaje típico del río Paraná, en Entre Ríos, República Argentina.
Tuve que retroceder más de una vez para reconstruir lo que hacía que yo estuviera en esa situación bastante inusual. Y lo que me introdujo en ella no era menos curioso. Unos días antes, nos encontrábamos con Pablo en la terminal de ómnibus de Paraná. Habíamos comprado el pasaje a Santa Fe, y estábamos ocupando esos minutos que faltaban para que el colectivo partiera. El escenario se mantenía demasiado común como para llamar la atención, hasta que aparecieron… Eran tres personas altas, de aspecto nórdico. Todo (ropa, tipo de valijas, corte de cabello, postura, manera de observar) delataba que eran extranjeros. La sospecha se confirmó cuando los vimos intentar una interacción con un taxista.
Me acerqué para ayudarlos con el idioma, y con el precio, y el intercambio dio lugar a una conversación. Petar era nadador de aguas abiertas y había venido a competir en tres eventos que se disputan en la Argentina. Quedó en llamarme; necesitaba alguien que hablara inglés para que lo asistiera con alimentos e información desde el bote que acompaña.
Y ahí me encontraba: en la maratón internacional. Muchas otras cosas interesantes habían pasado. También habían transcurrido cerca de seis horas desde la partida, y la madera en que me sentaba estaba cada vez menos amable. Ya me estaba sintiendo cansado. Los remeros también parecían estar como yo, y ya habíamos agotado varios temas de conversación. Pero… Petar ¡seguía nadando casi al mismo ritmo que hacía seis horas…!
¿Qué tenía, para hacer algo tan descomunal?
“La palabra griega que algunas veces se traduce… como endurance... se traduce como “paciencia”
Cuando lo demás parece decir “¡basta!”
Después aprendí algunas cosas acerca de estos deportistas: además de ser personas con ciertas características de base y con un entrenamiento monumental, tienen lo que podría llamarse un secreto: endurance.
Me comentaron que fondistas de diferentes disciplinas tienen muy en cuenta este concepto: llega un momento de la competencia en que el cuerpo dice “basta”, pero la mente sigue. Llega un momento en que la mente dice basta, y entonces la endurance toma la dirección. Siguen. Es como una inercia. Es algo que continúa cuando lo demás grita que debes parar.
Endurance en la Biblia
Una vez, leyendo la Biblia en una versión en inglés, me encontré con esa palabra: endurance. Y lo que más me llamó la atención es que se usaba en un versículo que en castellano se traducía como “paciencia”. Me interesó el tema y me puse a indagar más.
La palabra griega que algunas veces se traduce en inglés como endurance aparece 28 veces en el Nuevo Testamento.1 Muchas de ellas, se traduce como “paciencia” en las versiones más tradicionales en castellano. Pero “paciencia”, a veces, nos sugiere una disposición pasiva, incluso algo característico del débil y resignado, del que no tiene posibilidades de cambiar su condición o que no cree en esa posibilidad. Sin embargo, esa palabra originalmente enfatiza un sentido activo, de perseverancia, de resistencia, de “aguante”.
Endurance en lo personal
En la actualidad, hay estudios que procuran descubrir las características que hacen que ciertas personas resistan situaciones que someten a otras, y hasta salgan enriquecidas de ellas. Pero esto no es nuevo. Ya en el Nuevo Testamento se valora esa característica y es parte de la oferta del cristianismo para el desarrollo personal (2 Ped. 1:6, por ejemplo).2 Pablo exhorta a correr con endurance (paciencia) la carrera de la vida cristiana (Heb. 12:1),3 y lo hace luego de meditar en las vidas de aquellos que “por fe conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones, apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de debilidad” (Heb. 11:33, 34).
Endurance es algo que puede ser determinante en una persona. Es un ingrediente esencial para el trabajo, las relaciones, las situaciones difíciles, la vida en general; ofrece la posibilidad de convertirse en alguien más satisfecho, seguro, confiable y estable frente a las tormentas cambiantes de la vida.
Pero, junto con estas satisfacciones, puede coexistir la conciencia de los propios límites. ¿Qué hacer cuando se termina el propio “endurance”?
“Remar en contra de la corriente generalmente implica la posibilidad de volver dejándose llevar”.
Los que “hacen el aguante”4
“Hacer el aguante” es una expresión coloquial, pero que para muchos que se encuentran en mi contexto encierra un significado especial. El amigo “hace el aguante” cuando estás mal, o cuando hay mucho para estudiar y no hay ganas ni fuerzas; cuando preferirías estar en otro lado, pero te quedas para favorecer un momento con alguien que te interesa.
El “aguante” representa un poco la figura de alguien que permanece más allá de los momentos interesantes o de conveniencia mutua, que tiene un compromiso especial contigo, que se identifica contigo; que, aunque muchas veces no esté a gusto, permanece al lado por fidelidad, por amistad.
En este caso, el concepto tiene que ver con lo que está fuera de uno, aunque también forme parte de uno. Hay, al menos, dos incidentes que me vienen a la mente y que pueden contribuir a la comprensión de este tema.
Esa tarde había sido bastante intensa; en realidad, todo el día lo había sido. Habíamos ido en mi piragua con Waldo, y nuestro plan era llegar hasta un parque donde solíamos acampar cuando formábamos parte de Club de Conquistadores. Esto implicaba remar algunos kilómetros río arriba y luego avanzar por un arroyo en contra de la corriente.
Remar en contra de la corriente generalmente implica la posibilidad de volver dejándose llevar. Pero, en este caso, luego de pasar el día, notamos que la corriente del arroyo apenas avanzaba en el centro (que era lo que esperábamos: ir por el borde con menos resistencia y volver por el medio). Había que remar bastante más de lo calculado para que no nos sorprendiera la noche a mitad de camino. Estábamos cansados por el esfuerzo realizado de ida, pero había que hacer un extra.
Yo tenía entonces catorce años, y básicamente era delgado y poco coordinado, con un cuerpo demasiado largo para controlar y con poca fuerza. Eso, naturalmente, influía en la situación. Sin embargo, remé todo lo que pude, hasta que solamente “mojaba el remo”.5
Fue entonces cuando comencé a notar la influencia de mi compañero de remo. Waldo tenía la misma edad, pero era más fuerte y robusto, y a pesar de estar también cansado era quien verdaderamente empujaba con sus remadas.
El resto del regreso fue de esa manera: yo “mojando el remo” (lo más dignamente posible) y Waldo haciendo que la embarcación efectivamente avanzara. Hay otro detalle interesante. Recién comencé a notar esto a cierta altura de la circunstancia, pero Waldo venía haciéndolo todo el tiempo, solo que yo estaba demasiado concentrado en mi situación como para notarlo.
El otro aspecto interesante es que, por las características de la piragua, yo, que iba adelante, no tenía a Waldo en mi campo visual; lo percibía mayormente al sentir el impulso de sus remadas, y esto último, cuando estaba menos centrado en mi propia situación.
El otro incidente dicen que ocurrió en una ciudad costera. Una mañana, temprano, la playa estaba llena de gente y también habían llegado algunos medios. Un hombre había naufragado y había tenido que permanecer en una roca semisumergida durante toda la noche. Entre toda la conmoción, un reportero inexperto le preguntó: “Y usted ¿tembló?” Toda la gente giró para aumentar la vergüenza del pobre novato; pero el hombre, en vez de descalificarlo, le respondió: “La verdad es que sí, y temblé bastante; pero después de temblar hasta el cansancio comencé a notar que la roca sobre la que estaba afirmado no temblaba, y eso finalmente era lo que importaba”.
Es muy importante aprender confianza propia, y el cristianismo ofrece la posibilidad de desarrollar los recursos para dominar las circunstancias, en vez de ser sometidos por ellas. Pero, más allá de lo propio, es muy necesario saber que se cuenta con el “aguante” de otros; tener presente que, sin importar tanto la vivencia subjetiva del momento, esos referentes permanecen estables.
El Dios que sigue cuando lo demás parece decir “¡basta!”
La Biblia también aborda este tema. En realidad, es un tema que atraviesa toda la Escritura: un Dios confiable y estable, que permanece y es inalterable. Es un asunto inagotable, que inspira reflexiones muy enriquecedoras. Elegí algunos aspectos que para mí han cobrado especial relevancia.
Romanos 15:4 habla de endurance y del apoyo6 de las Escrituras. Estas constantemente enfatizan el valor de las promesas de Dios para “hacer el aguante” en tiempos difíciles (en realidad, no solo en esas circunstancias, sino en todas). Resaltan la posibilidad de depositar la confianza en algo que permanece mientras otros referentes se deterioran y cambian (Isa. 40:8, por ejemplo).
Por su parte, Romanos 15:5 habla del Dios que da endurance y apoyo; del Dios “del aguante”. Y, para mí, es muy importante que Dios se presente así. Ya cuando se apareció a Moisés en un momento en que tenían que lanzarse a lo desconocido, lo hizo como “El que soy”, frase que puede entenderse como “el que siempre está” (Éxo. 3:14); cuando ofreció sus promesas a Jacob, le prometió estar con él y guardarlo dondequiera que fuera (Gén. 28:15).
Hace no mucho, tuve que elegir mi empresa privada de aportes jubilatorios. Mi preocupación principal no era tanto la rentabilidad (que no vendría mal) sino la estabilidad; la posibilidad de que esa organización sobreviva durante cuarenta años en un mundo tan cambiante, de manera que cuando la necesite me pueda responder. Y la verdad es que resulta difícil dar una mirada sincera al mundo y prever estabilidades institucionales, o al menos posibilidades de permanencia. Pero la única vez que este Dios usa la triple negación en la Biblia (Heb. 13:5)7 es para decir que no nos va a dejar ni desamparar. Es como si dijera: “¿Qué parte de ‘no’ no queda clara?”
Se trata del mismo que dijo que estaría con nosotros “todos los días hasta el fin del mundo” (Mat. 28:20); del que sigue cuando todo lo demás parece decir “BASTA”.
Todos necesitamos de alguien que permanece. La sociedad en que vivimos no se caracteriza por eso. Todo tiene fecha de vencimiento, y los compromisos y los afectos no parecen escapar a ese encuadre. Hasta las instituciones que tendrían que brindar una referencia estable muchas veces dan la espalda a quien las necesita y protesta.
La vida está llena de momentos muy diferentes. Alguien dijo alguna vez que en tiempos de prosperidad los amigos te conocen, y en tiempos de adversidad tú conoces a los verdaderos amigos.
Romanos 15:4 enfatiza el valor de LAS promesas de Dios para “hacer el aguante” en tiempos difíciles.
Hoy…
Necesitaba escribir esto hoy (reunir estos conceptos; saber que es así). En este año he reunido una cosecha de bendiciones y oportunidades que sobrepasaron mis expectativas. No obstante, hubo algo que me golpeó tan fuerte que pareció romperme en pedazos, y así me encuentro en este momento: con dificultad para ver “más allá”; con inconvenientes incluso para reconocer todo lo bueno que forma parte del paquete de este año, que parece ensombrecerse con esto último. Son momentos en que las experiencias de otros y su bienintencionado “pasará” rebotan; en que las propias experiencias, por más complicadas que hubieran sido, parecen empequeñecerse ante la óptica presente.
Son momentos en que el corazón parece gritar: “¡Basta!” Y la mente, luego de remar un poco más, parece resignarse a lo mismo. Y, aunque parece que ya no queda nada… ¡voy a seguir remando! No sé cuánto endurance tengo, ni cuánto me queda. Pero sí tengo a aquellos que me hacen “el aguante”, y aunque ellos no estuvieran o no pudieran estar, está conmigo Uno que es el “Dios del aguante”.
Entonces, puedo quedarme tranquilo. Sé que Dios va a remar conmigo hasta que no me queden fuerzas. Sé que cuando yo no pueda más él va a seguir… Porque, aunque muchas veces no lo vea o lo sienta, está en el asiento de atrás siempre. Sé que poco a poco voy a sentir esas remadas, que en realidad siempre estuvieron.8 Y continuaremos. Hasta que cambiemos de paisaje, y las cosas se vean menos grises, y hayamos dejado la tormenta atrás. RA
Postdata 1
(unas semanas después)
Efectivamente, la tormenta quedó atrás. Quedé más entero de lo que pensaba. El paisaje cambió y salió el sol. Sin embargo, no me terminaba de secar del último chaparrón cuando vino otra tormenta. Muy diferente, pero también muy fuerte.
Pero aquí estoy; habiendo remado bastante más de lo que supuse que iba a poder. Puedo mirar hacia atrás, a la tormenta que parecía infinita, y no resulta tan grande desde afuera. Se está desvaneciendo, aunque parecía sólida.
Postdata 2
(14 años después)
Estoy sentado frente a la computadora, releyendo este escrito y viendo si es que puede llegar a servir para otros.
Han sido años que han traído consigo todo tipo de experiencias. He navegado por varias tormentas de diferente tipo e intensidad, y también por muchas aguas tranquilas. Y estas enseñanzas han resultado muy ciertas. Siempre lo fueron (están en la Palabra de Dios), pero ahora también están entretejidas en mis vivencias.
Si pudiera escribirme una carta retrospectiva, me comunicaría tranquilidad y esperanza. Aunque ahora encuentro tan distintas las cosas y me cuesta entender cómo me pudieron afectar de tal manera, no puedo negar la intensidad que tuvieron en esos momentos. Pero sí puedo desafiar el dogmatismo y el despotismo de aquello que concluye; que no terminó siendo como se presentaba. Sin embargo, probablemente no me concentraría tanto en el “Pasará”, sino en el “Lo pude pasar y estoy entero”, y en: “Muchas veces se puede remar más de lo que se piensa, o de lo que parece”.
Más allá de que no hay tormentas eternas, y del endurance para pasarlas, quisiera comunicarme tres cosas básicas:
-La roca era la que no se movía.
-Pude remar mucho más de lo que pensaba.
-Tengo un excelente Compañero de remo.
Y algo más. Siempre estuvieron los que “hacen el aguante” y, sobre todo, “el Dios del aguante”.
Yo no sé todavía por qué lo hace. Cada vez estoy más convencido de que es un misterio; que puedo entender algo simplificando, reduciendo. Pero eso mismo me invita a pensar con respeto y, sobre todo, con admiración, porque cuanto más reflexiono sobre esto más agradezco.
Agradezco por tener un Dios que comparte mis alegrías y buenos momentos (que son muchos), que está cuando tengo todo; pero especialmente agradezco porque también se presentó a mi vida como el Dios que sigue cuando todo lo demás parece decir “basta”.
Referencias:
Que gran artículo.. me emociona saber, recordar, que Dios va remar conmigo hasta que no me queden fuerzas.. gracias!
Gracias x contar tu historia. Me ayuda a soportar con paciencia la mis