Muchos jóvenes adventistas alcanzaron su ideal sobreponiéndose, por la gracia de Dios, a la adversidad y la tragedia. Así lo ilustra la historia de Dalia Slavinsky de Morelli (1926-1986), quien vivía con su familia en las cercanías de Paysandú, República Oriental del Uruguay. En esa zona de campo, Dalia enfrentó una serie de infortunios inesperados que probaron su temple al máximo.
Primero se quebrantó la salud de su mamá luego de dar a luz mellizos. Dalia tenía solo once años cuando una tarde su mamá se desplomó en la cocina y quedó confinada a una cama hasta fallecer a los pocos días. Nikita Slavinsky, su papá, y Pedro, su hermano mayor, debieron trabajar muchas jornadas en el campo para sacar adelante el hogar. Otros hermanos eran escolares, y los mellizos Andrés y Esteban tenían solo meses de edad. De modo que, sin poder evitarlo, Dalia se convirtió en madre y ama de casa, con responsabilidades interminables. No es extraño que ella misma no pudiera continuar con sus estudios. A los quince años no había podido avanzar más que hasta el cuarto grado.
A su vez, Nikita hacía su parte como padre en favor de la familia. Era luchador y hombre de principios. Siendo apenas un adolescente en Ucrania, antes de la Primera Guerra Mundial, había escapado como polizón escondido en un barco, y cuando lo descubrieron lo dejaron en las costas de México. De allí decidió seguir por tierra hacia el sur, en una odisea que lo llevó hasta La Pampa, República Argentina. En el campo de la familia Drachenberg, descubrió la esperanza adventista.
Al tiempo, en el Uruguay, Nikita formó una familia de campesinos inmigrantes junto a Marushka Matvevyky. Solo que ahora las cosas habían cambiado sin la presencia de su esposa. Trabajaba con mucho esfuerzo, trataba con afecto y bondad a los suyos e intentaba dejar a sus hijos lecciones para la vida. Los reunía para el culto diario, les leía la Biblia, cantaba y oraba con ellos. Su abnegación dio sus frutos y poco a poco lograron sobreponerse a las muchas carencias. De cualquier manera, esa lucha había deteriorado su salud, y a los pocos meses falleció.
«Dalia trató de seguir con el culto familiar, pero no tenía ánimo para cantar, hasta que uno de los más pequeños pidió que cantaran el himno favorito del papá”.
Dalia trató de seguir con el culto familiar, pero no tenía ánimo para cantar, hasta que uno de los más pequeños pidió que cantaran el himno favorito del papá: “Las manos, Padre”. Ese himno de confianza en Dios comenzó a fortalecerla otra vez. Para colmo de males, descubrieron que el vecino “amigo”, en quien el padre había confiado como apoderado temporario sobre sus nueve hijos, ochocientas hectáreas, granja y caballos, resultó ser un usurpador.
Los hermanos en la fe, con el liderazgo del pastor J. Humberto Caïrus, encontraron dos o tres familias vecinas dispuestas a cuidar de Dalia y sus hermanos huérfanos. Así, Dalia cumplió su sueño de estudiar en el Instituto Adventista del Uruguay, y en 1952 (contra todos los pronósticos y la falta de dinero) se graduó como enfermera en el Colegio Adventista del Plata, República Argentina. Tenía 26 años.
¿Es posible agregar algo más? Sí, porque cuando el Espíritu Santo llama también equipa, y no deja de abrir puertas. Por eso, Dalia no se limitó a una sola rama del servicio. Fue instructora bíblica en Valentín Alsina, Buenos Aires, donde formó su hogar con Agustín Morelli, quien también tenía el sueño de ser enfermero misionero.
Ambos comenzaron con un dispensario y dando estudios bíblicos a docenas de sus pacientes, quienes al final del año asistieron a una campaña de evangelización con el Pr. Francisco Scarcella y su equipo. Ayudaron de ese modo a fundar la iglesia de Concepción del Uruguay, Entre Ríos. Luego, desempeñaron un ministerio pastoral en Encarnación, República del Paraguay, donde también supervisaron la construcción, el equipamiento y la recaudación de donaciones para el nuevo Sanatorio Adventista de Hohenau. Llegaron a ser los primeros jefes de enfermeros.
De regreso en Buenos Aires para continuar con sus estudios, Dalia sirvió en la Maternidad Santa Rosa, donde fue elegida enfermera del año para el partido de Vicente López. Entre 1976 y 1977 emigraron a California, Estados Unidos, donde ella sirvió en el Hospital Adventista de Glendale, en las iglesias de Carson, Burbank, y dio clases de cocina vegetariana en Glendale, con muy buena concurrencia de toda la región.
Tal vez su obra más significativa haya sido, junto a su esposo, la de inspirar a sus sobrinos y colocar en sus hijos Graciela, Ricardo y Rolando el mismo ideal de servicio que la había llevado a recorrer todo ese largo camino por amor a Cristo. RA
Agradecemos la colaboración de los hermanos Graciela, Ricardo y Rolando Morelli para la elaboración de este artículo.
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