¿Cuándo comienza el crecimiento espiritual en los niños? Los niños son capaces de aprender sobre religión antes de los dos años de edad.1 El plan original de Dios para los niños incluye que lo conozcan desde sus más tiernos años, de modo que pueda formar siempre parte de su vida.
Claramente, las lecciones espirituales de los niños pequeños son mucho más básicas que las cuestiones doctrinales complejas. “Los primeros pasos en la vida religiosa consisten en amor, confianza y obediencia […]. Son las lecciones espirituales que finalmente conducen a una relación salvadora con Jesucristo”.2 De hecho, los niños absorben mucho más sobre religión durante sus primeros años. “Mientras la madre enseña a sus hijos a obedecerla porque la aman, les enseña las primeras lecciones de su vida cristiana. El amor de la madre representa ante el niño el amor de Cristo, y los pequeñuelos que confían y obedecen a su madre están aprendiendo a confiar y obedecer al Salvador”.3
Comunicar amor, confianza y obediencia hacia Dios a nuestros hijos es un proceso de cada momento, de cada día. A través de su relación con sus padres, especialmente la madre, los niños, aun los bebés, aprenden esos tres pilares de su relación con Dios: amor, confianza y obediencia.
¡Qué responsabilidad la de los padres, entonces! Depende de ellos, en gran medida, que sus hijos puedan aprender que Dios provee y suple sus necesidades físicas. Que los ama más de lo que puedan imaginar y anhela gozar de su amistad. Que por amor envió a un Salvador, su Hijo. Que pueden depender de él y confiarle sus gozos, tristezas, ambiciones y dudas; y el desarrollo de su carácter, su salvación y su vida eterna.
Y, cuando aprendan a amar y a confiar en Dios, a través de la relación con sus padres, los niños hallarán que les resultará más fácil y natural obedecerlo. Sabrán que aunque obedecer a veces sea difícil, es lo mejor para ellos, y que él siempre estará allí para ayudarlos.
¿Cómo puedes transmitir amor, confianza y obediencia a tus hijos? Los siguientes consejos prácticos pueden ser de utilidad:4
- Sé sensible a las necesidades físicas y emocionales de tu hijo.
- Presta atención a tu hijo. Deja de hacer lo que estás haciendo. Míralo a los ojos y sonríe. Haz comentarios apropiados.
- Sé cariñoso y hazle elogios sinceros.
- Perdona y olvida.
- Lee relatos acerca del amor de Dios.
- Relaciona tu amor con el amor de Dios, y valora a tu hijo como ser humano, no conforme a su buena o mala conducta.
- Di siempre la verdad a tu hijo; nunca mientas.
- Cumple tus promesas.
- Sé consecuente con lo que dices que harás.
- Muestra un alto nivel de apoyo a tu hijo.
- Haz saber a tu hijo que confías en él.
- Enseña a tu hijo cuándo no confiar en alguna otra persona.
Es de vital importancia entender, además, que los niños perciben nuestros propios sentimientos y actitudes hacia la espiritualidad, y aprenden por imitación. No necesitas esforzarte para que esto suceda; ocurrirá naturalmente, aun cuando no lo quieras. Cuando muestras alegría y ansias por ir a la iglesia o hacer el culto familiar, y participas gozosamente de esos momentos, tus hijos lo percibirán y se sentirán también felices.
Comunicar amor, confianza y obediencia hacia Dios a tus hijos es un proceso de cada momento.
En este sentido, la mejor manera de transmitir espiritualidad a los niños es a través de patrones de vida, o en otras palabras, hábitos y costumbres personales y familiares. Tales patrones repetidos cada día (o cada semana) hacen de la religión una parte de los bloques con que se edifica la vida. Algunos hábitos que puedes enseñarles son: orar al levantarse, antes de las comidas y antes de dormir; concurrir a la iglesia; prepararse cada viernes para recibir el sábado, y hacer de la recepción del sábado algo especial; reunirse cada día para el culto familiar; entre otros.
Puede ser que no veas de inmediato los frutos de tus esfuerzos; pero no desistas. Dios promete: “Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo hallarás” (Ecl. 11:1); e “instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Prov. 22:6).
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