De repente, su vida se apagó. Silencio. Los portales de Internet y las redes sociales estallaron con la mala nueva: Avicii, el popular y talentoso disc-jockey sueco, apareció muerto de manera misteriosa en Omán, el pasado 20 de abril. Tenía solo 28 años. Aún se desconoce la causa exacta de su muerte, pero sí se sabe que el artista tenía graves problemas de salud. A fin de 2016 se le diagnosticó pancreatitis aguda debido al consumo excesivo de alcohol.
En su corta carrera, Avicii realizó multitudinarios conciertos en diferentes partes del planeta, trabajó con algunos de los cantantes más famosos del mundo y acumuló miles de millones de reproducciones de sus creaciones en diferentes plataformas de Internet.
Su familia publicó un comunicado en el que detalló los problemas emocionales por los que atravesaba el exitoso músico: “Quiso encontrar un equilibrio en la vida para ser feliz y ser capaz de hacer lo que más le gustaba: la música. Verdaderamente luchó con los pensamientos acerca de la relevancia, la vida, la felicidad. No pudo seguir. Solo quería encontrar paz”.
Este es un mundo de ruidos, de sonidos ensordecedores que oprimen y ahogan lo que más quiere nuestra alma: paz. Ni la fama, ni el dinero, ni el reconocimiento mundial pueden llenar el vacío de nuestra alma cuando estamos sin Dios.
La paz implica más que un período de tranquilidad entre pueblos y naciones. Imaginamos que la guerra es algo que tiene que ver con una fuerte dosis de acción y que la paz, en cambio, se relaciona con no hacer nada. La paz lleva consigo un pacto. Lejos de ver a la paz como un sustantivo, bien podemos verla como un verbo. La paz requiere acción. A fin de lograr la paz, los capitanes de los ejércitos debían tomar medidas: conversar con el enemigo, negociar las diferencias, analizar qué les molestaba y por qué; y mantener el diálogo. La paz es una construcción. Así lo aconseja Dios en Isaías 27:5: “Haga conmigo paz; sí, haga paz conmigo”.
Es posible encontrar esa paz celestial. No esperes más. Búscala ahora acercándote a Dios y obedeciendo sus mandatos.
“Cristo había dejado a sus discípulos un legado de paz: ‘La paz os dejo, mi paz os doy […]’ (Juan 14:27). Esta paz no es la paz que proviene de la conformidad con el mundo […]. La que Cristo dejó a sus discípulos es interior más bien que exterior, y había de permanecer para siempre con sus testigos a través de las luchas y contiendas” (Elena de White, Los hechos de los apóstoles, p. 69). RA
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