Tal vez uno de los debates más persistentes que rodean al Apocalipsis sea el que se refiere a la fecha en que vio la luz. ¿Fue escrito antes o después del año 70? Como uno de los dos lados de una moneda, ese interrogante es inseparable de otro: ¿Qué circunstancias motivaron la escritura y el envío de esa séptuple carta circular a los cristianos de Asia Menor en el siglo I? ¿Estaban siendo perseguidos por el Imperio Romano? ¿O solamente se veían marginados a causa de su fe?
Algunos de los cuadros simbólicos más deslumbrantes pintados por Juan en su libro han inclinado durante siglos a los intérpretes hacia la primera opción. La gran escena de coacción cúltica del capítulo 13 y la mujer simbólica del capítulo 17, atiborrada de sangre humana y sentada sobre siete montes, han sugerido a muchos la capital del Imperio Romano y las persecuciones lanzadas por algunos de sus emperadores contra la iglesia. De entre ellos, la historia y la tradición cristiana han consagrado a dos como los villanos por excelencia: Nerón y Domiciano. El primero persiguió cruelmente a los cristianos de la capital a mediados de la década del 60 d.C., aunque no por motivos religiosos, sino presuntamente para desviar de sí mismo las sospechas por el incendio de una parte de la ciudad donde planeaba edificar su nuevo palacio.
En resumen, al menos en el siglo primero, ni el Senado romano ni los emperadores, salvo Calígula por poco tiempo (37‑41 d.C.), exigieron o aun aceptaron de buen grado el culto público de parte de los ciudadanos y súbditos del Imperio. No es sorpresa, pues, que la escena de coerción cúltica de Apocalipsis 13 ocurra, según la interpretación historicista, en la parte del libro que se refiere al tiempo del fin, no a la que tiene que ver con los primeros siglos de la Era Cristiana.
Pero la visión que presenta el Nuevo Testamento de la Roma imperial del siglo primero está lejos de ser crítica. Según los evangelios, Pilato, el gobernador romano en Judea durante el proceso y la crucifixión de Cristo, intentó hasta último momento librar de la muerte al Nazareno (Mar. 15:14; Luc. 23:20, 22). Pablo, por su parte, fue rescatado varias veces por las autoridades provinciales romanas de las garras de sus excorreligionarios (Hech. 21:27-36; 23:10, 17‑35). Lo último que sabemos de él por el registro bíblico es que predicó “abiertamente y sin impedimento” durante dos años en una casa rentada en las afueras de Roma mientras esperaba una audiencia solicitada por él mismo para presentarse ante Nerón (Hech. 28:30, 31). Por cierto, Roma persiguió sistemáticamente a la iglesia a mediados del siglo III y a comienzos del IV, pero no sería correcto proyectar retrospectivamente esa circunstancia como si hubiera ocurrido en el siglo I, doscientos años antes.
Por otra parte, la bestia que emerge del mar en Apocalipsis 13 coincide con el poder representado como un cuerno pequeño que habría de surgir de la bestia romana, según Daniel 7. El período de supremacía en ambos casos es el mismo (Dan. 7:25; Apoc. 13:5; cf. 11:2, 3; 12:14), así como su agenda espiritual centrada en la blasfemia contra Dios y en la oposición a los fieles de entre su pueblo.
Tanto el judaísmo como el cristianismo primitivo interpretaron la cuarta bestia de Daniel 7 y el hierro de la estatua de Daniel 2 como símbolos del Imperio Romano. Por lo tanto, la bestia marina de Apocalipsis 13 no puede representar al Imperio Romano en el siglo I, sino, al igual que el cuerno pequeño, un poder surgido de ese imperio a posteriori, tras su fragmentación en el siglo V, después de la caída de tres de los diez cuernos (reinos) de la cuarta bestia (véase Dan. 7:8, 20).
Si, pues, un imperio pagano enemigo de la iglesia en el siglo I no es la realidad detrás de la bestia de Apocalipsis 13, el capítulo eje de todo el libro, la persecución no es entonces la circunstancia principal por la que Dios comisionó a Juan para escribir y enviar su mensaje a la iglesia de entonces, espejo de la de todos los tiempos hasta el fin.
A juzgar por el contenido de las cartas a las siete iglesias y de la evidencia histórica disponible, buena parte de los cristianos parecen haber estado en muy buenos términos con su entorno social, cultural, económico y hasta religioso. Tal el caso de Pérgamo, Tiatira, Sardis y Laodicea. Sólo Esmirna y Filadelfia, además de Éfeso en parte (Apoc. 2:4, 5) y unos pocos en Sardis (Apoc. 3:4), no se sentían cómodos en su ambiente pagano. Desde esa perspectiva, no es sorpresa que la bestia de Apocalipsis 13 sea un collage de las de Daniel 7, que representan a su vez, como el mar agitado del que surgen, agentes humanos deseosos, en manos del mal, de conquistar al pueblo de Dios mediante la seducción idolátrica primero y la fuerza después, como último recurso.
En consonancia con ese contexto pactual, tanto el imitador del Cordero (la bestia) como su agente publicitario y representante artístico (el falso profeta) logran seducir a las masas –incluyendo a los cristianos nominales– mediante impresionantes despliegues de poder triunfal y pretensiones blasfemas antes que por la fuerza, que es reservada para los pocos renuentes a aceptar la impostura. RA
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