«Nuestros ojos se abren, y uno entiende más claramente que la Reforma protestante no fue simplemente la obra de un hombre”.
El mes pasado, hemos recordado una fecha impresionante. A los ojos humanos, el 31 de octubre de 1517 se veía como cualquier otro día. Un monje agustino y profesor de Teología llamado Martín Lutero había decidido llamar a su comunidad a un debate público sobre la venta de indulgencias y otros temas polémicos, y para eso clavó 95 tesis en la puerta de la iglesia de Wittenberg, Alemania. Eran tesis cortas, pero profundas. Todo parecía simplemente una actitud de cuidado pastoral; pero, a los ojos de Dios, era el inicio de una revolución espiritual. Su mensaje fue mucho más allá de aquel día y lugar, venciendo las barreras de Alemania, agitando Europa y reorganizando la religión cristiana en todo el mundo.
Seguramente has tenido la emoción de leer la narración detallada y profunda con la que Elena de White presenta la obra de Lutero en el libro El conflicto de los siglos. Nuestros ojos se abren, y uno entiende más claramente que la Reforma protestante no fue simplemente la obra de un hombre, sus tesis no fueron simplemente un combate contra el error y el período en que el movimiento surgió no fue obra de la casualidad. La mano de Dios estaba detrás de todo ello. Si vemos a través del lente profético, notamos la Reforma protestante inserta dentro de la gran tribulación presentada por Cristo en Mateo 24:21 y 22, los 1.260 días-años de opresión religiosa (Apoc. 11-12) iniciados en el año 538 d.C. Fue un período tan difícil que el mismo Cristo se refirió a este diciendo que “si aquellos días no fuesen acortados, nadie sería salvo; mas por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados” (Mat. 24:22).
Esa fue la intervención divina en la plenitud del tiempo, en el límite de las oportunidades, cuando las fuerzas de su pueblo se agotaban. “Por más de mil años iba a imperar contra los seguidores de Cristo una persecución como el mundo nunca la había conocido antes. Millones y millones de sus fieles testigos iban a ser asesinados. Si Dios no hubiese extendido la mano para preservar a su pueblo, todos habrían perecido” (Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p. 584).
Tres grandes acontecimientos abreviaron la opresión religiosa: 1) La invención de la imprenta por Johannes Gutenberg, alrededor de 1439, que tuvo como su gran obra la impresión de la Biblia, entre 1450 y 1455; 2) El descubrimiento de América, en 1492, que sirvió como refugio a los padres peregrinos, que huyeron de la persecución religiosa en Europa y fundaron una nación con libertad religiosa; y 3) La Reforma protestante, liderada por Lutero en 1517, y que dio voz a un pueblo oprimido por una organización llamada “iglesia”, pero que era movida por otros intereses. Elena de White afirma de forma clara que “debido a la influencia de la Reforma, las persecuciones cesaron antes de 1798” (Elena de White, El conflicto de los siglos, p. 310).
La Reforma también fue un movimiento de rescate. Verdades olvidadas o escondidas fueron restauradas y colocadas nuevamente a la vista del pueblo. La Biblia salió de los conventos y las catedrales, y llegó a los hogares y los corazones. Sin embargo, estos valientes pioneros tenían un lema: Ecclesia reformata, semper reformanda [Iglesia reformada, siempre reformándose]. Ellos nunca pensaron en algo estático y puntual, limitado a un período específico de tiempo, sino que pensaron en un movimiento dinámico y permanente, que cavaría más profundo en la verdad, vencería al enemigo y perfeccionaría la iglesia. Ellos trabajaron por un movimiento inicial, y no uno total.
Es en este contexto que nace el movimiento adventista, también llamado para rescatar un mensaje olvidado: la segunda venida de Cristo. Somos una continuación directa de la Reforma, proféticamente establecidos con día, hora, lugar y mensaje. En 1844, el reloj de Dios funcionó una vez más para darle mayor profundidad a este movimiento.
Más que a celebrar los quinientos años de la Reforma protestante, nuestro llamado hoy es a rescatarla y mantenerla viva; para verla no solamente como un evento histórico que investigar, sino como un movimiento que se fortalezca, destruyendo el pecado y exaltando al Salvador, abandonando opiniones y costumbres personales y exaltando la Palabra del Señor, condenando la comodidad y exaltando el ministerio de todos los creyentes. RA
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