El punto de vista tradicional, sostenido por la mayoría de los estudiosos de la Escritura hasta el surgimiento del criticismo histórico durante el Iluminismo (siglo XVIII), es que la Biblia fue escrita por unos 35 individuos de identidad conocida durante un período de 1.500 años. Así, los autores del Antiguo Testamento [de aquí en más, AT] fueron: Moisés (Pentateuco, Job, Salmo 90), Josué (su libro), Samuel (Jueces, Rut, tal vez 1 Samuel), David (la mayor parte de Salmos), Asaf (Salmos 50, 73-83), los hijos de Coré (Salmos 42-49, 84, 85, 87), Hemán (Salmo 88), Etán (Salmo 89), Salomón (Salmos 72 y 127, la mayor parte de Proverbios, y los libros de Eclesiastés y Cantares), Agur (Proverbios 30), Lemuel (Proverbios 31), los cuatro profetas mayores (Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel) y los doce profetas menores (cuyos libros llevan sus nombres, siendo Jeremías también el autor de Lamentaciones y posiblemente el editor de 1-2 Reyes), más Esdras (Esdras, Nehemías y 1-2 Crónicas). Y los autores del Nuevo Testamento [de ahora en más, NT] fueron: Mateo y Marcos (los Evangelios respectivos), Lucas (su Evangelio y Hechos), Juan (su Evangelio, 1-3 Juan y el Apocalipsis), Pablo (sus 14 Epístolas), Pedro (1-2 Pedro), Santiago y Judas (sus epístolas). Aunque la erudición crítica moderna ha cuestionado la autenticidad de muchas de estas atribuciones, hay sólido apoyo para el punto de vista tradicional.
En última instancia, el autor de la Biblia es Dios
Aunque escrita por numerosos individuos, sigue en pie la pregunta: ¿Quién es, en definitiva, el autor de la Biblia? Por diversos medios ella deja en claro que, en última instancia, su Autor es Dios mismo.
En 2 Timoteo 3:16 y 17 se resume el propio testimonio de la Biblia acerca de su esencial autoridad divina: “Toda la Escritura es inspirada por Dios; y es útil para enseñanza, para reprensión, para corrección, para instrucción en justicia; a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, estando bien preparado para toda buena obra” (VM). Dice “inspirada por Dios” (gr. θεόπνευστος/theópneustos, literalmente “insuflada de Dios”), una figura del lenguaje basada en el “viento” o Espíritu divino que sobrecogía al profeta, por lo cual la Escritura es un producto del divino aliento creador.
“Toda la Escritura” –no tan solo una parte– es la que está inspirada por Dios. Esto ciertamente incluye al AT, que eran las escrituras canónicas de la iglesia apostólica (Luc. 24:32, 44, 45; Rom. 1:2; 3:2; 2 Ped. 1:21; etc.). Pero para Pablo también incluye los escritos sagrados del NT. Su uso del término “escritura” (gr. γραφή/grafḗ) en su primera carta a Timoteo (5:18) señala en esa dirección. Allí introduce dos citas con la frase “la Escritura dice”: una de Deuteronomio 25:4, y la otra de las palabras de Jesús registradas en Lucas 10:7. De esta manera “Escritura” se usa para referirse al AT y a los informes de los Evangelios como “escritos inspirados, sacros, autoritativos”.
Numerosos pasajes de los Evangelios afirman su propia veracidad y autoridad al mismo nivel que el de las Escrituras del AT (p. ej., Juan 1:1-3 en paralelo con Gén. 1:1; Juan 14:26; 16:13; 19:35; 21:24 y Luc. 1:2-4; Mat. 1 en paralelo con Gén. 5 y Mat. 23:34, 35). El uso que Pedro hace del término “Escritura” para referirse a los escritos de Pablo apoya la misma conclusión (2 Ped. 3:15, 16). Al comparar las cartas de Pablo con “las otras Escrituras”, Pedro implica que la correspondencia de Pablo también es parte de la Santa Escritura. Así “toda la Escritura”, tanto del AT como del NT, está “insuflada por el aliento de Dios”.
El Espíritu Santo inspiró a los escritores bíblicos
Un pasaje bíblico clave que clarifica el origen último de la Biblia como de procedencia divina en relación con las dimensiones humanas de los autores bíblicos es 2 Pedro 1:19-21:
“Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día amanezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones. Pero ante todo entended que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad [gr. θελήματι/thelḗmati] humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados [gr. φερόμενοι/ferómenoi] por el Espíritu Santo”.
Veamos varios puntos relacionados entre sí. El versículo 19 subraya la confiabilidad de la Escritura; es “la palabra profética más segura”. En el versículo 20 aprendemos del porqué de esa confiabilidad: es porque la profecía no es un asunto de interpretación privada de cada profeta (no “surge de la interpretación particular de nadie”, NVI). En otras palabras, el profeta no interfiere con sus propias ideas. El versículo 21 insiste en este punto: la profecía no viene por la θέλημα [thélēma] –“la iniciativa, el impulso, la voluntad”– del agente humano; los profetas no nos hicieron llegar sus propias comunicaciones. En vez, los escritores bíblicos eran profetas que hablaban cuando eran movidos o “impulsados”, incluso “llevados”, por el Espíritu Santo. El aserto de Pedro deja en claro que las Escrituras no vinieron directamente del Cielo, sino que Dios utilizó a autores humanos para escribir su Palabra.
Un estudio minucioso de los escritos bíblicos confirma que el Espíritu Santo no limitó la libertad de los autores bíblicos, no suprimió sus personalidades propias y no destruyó su individualidad. Sus escritos a menudo implicaron la investigación humana (Luc. 1:1-3); a veces nos comunicaron sus experiencias personales (Moisés en Deuteronomio, Lucas en Hechos, los salmistas); presentan notables diferencias de estilo (contrastar a Ezequiel con Isaías y a Juan con Pablo); y ofrecen sus propias perspectivas de la misma verdad o acontecimiento (p. ej., los cuatro evangelios). Y sin embargo, por causa de la inspiración, el Espíritu Santo estaba llevando consigo a los autores bíblicos, guiando sus mentes en lo que hablaban y escribían, de tal manera que lo que presentaran no fuera meramente su propia interpretación sino la plenamente confiable palabra de Dios, la palabra profética más segura. El Espíritu Santo imbuyó a los instrumentos humanos con la verdad divina y los ayudó a escribirla de modo que registraran fielmente, en palabras adecuadas, las cosas que les fueron divinamente reveladas (1 Cor. 2:10-13).
Los elementos humano y divino en la Escritura, que es la palabra escrita de Dios (Heb. 4:12), están entrelazados en forma tan inseparable como lo están en Jesús, “la Palabra de Dios” encarnada (Apoc. 19:13). Así como Jesús, la Palabra de Dios encarnada, era pleno Dios y pleno hombre (Juan 1:1-3, 14), así también la palabra escrita de Dios es una unión inseparable de lo humano y lo divino.
Las palabras de los profetas son llamadas Palabra de Dios
Aunque la Biblia no fue dictada verbalmente por Dios haciendo a un lado la individualidad del autor humano, excepto en raras ocasiones, sin embargo en ella lo humano y lo divino son tan inseparables –el mensajero humano es guiado tan divinamente en la selección de las palabras adecuadas con las cuales expresar los pensamientos divinos– que las palabras del profeta son llamadas Palabra de Dios; es decir, las palabras individuales de la Escritura son consideradas confiables, y representan con exactitud el mensaje divino.
Esto puede ilustrarse con varias referencias del NT. Jesús dice, citando Deuteronomio 8:3: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra [gr. παντὶ ῥήματι/pantí rḗmati, que traduce el heb. כֹּל/kōl, “todo aquello”] que sale de la boca de Dios” (Mat. 4:4, NVI). Pablo dice de su propio mensaje inspirado: “Esto es precisamente de lo que hablamos, no con las palabras que enseña la sabiduría humana sino con las que enseña el Espíritu, de modo que expresamos verdades espirituales en términos espirituales” (1 Cor. 2:13, NVI). Y de nuevo nos dice: “Así que no dejamos de dar gracias a Dios, porque al oír ustedes la palabra de Dios que les predicamos, la aceptaron no como palabra humana sino como lo que realmente es, palabra de Dios, la cual actúa en ustedes los creyentes” (1 Tes. 2:13, NVI).
Esto que el NT afirma explícitamente está también señalado en los casos en que Jesús y los apóstoles basan todo un argumento teológico sobre una palabra o incluso una forma gramatical de importancia crucial en el AT. Por ejemplo, en Juan 10:34 Jesús apela al Salmo 82:6 y su término específico “dioses” para fundamentar su divinidad. A este uso del término Jesús lo acompaña con una observación elocuente: “la Escritura no puede ser quebrantada” (10:35); no se la puede transgredir, rescindir, anular o abolir, ni hacerla menos rigurosa. En Mateo 22:41-46 Jesús basa su argumento final e indiscutible frente a los fariseos sobre la confiabilidad de una sola palabra del Salmo 110:1 (“Señor”).
El testimonio que la Escritura da de sí misma es abrumador e inequívoco: es la Palabra de Dios. En el AT hay unas 1.600 apariciones de cuatro palabras hebreas que, en cuatro frases diferentes con pequeñas variantes, indican explícitamente que Dios ha hablado: (1) “Palabra de Yahweh”, unas 361 veces. (2) “Así dice Jehová”, unas 423 veces. (3) “Habló Dios”, unas 422 veces. (4) “Palabra de Jehová”, unas 394 veces (RVR 60). En numerosos casos se explicita la equivalencia entre mensaje del profeta y mensaje de Dios: el profeta habla por Dios (Éxo. 7:1, 2; cf. Éxo. 4:15, 16), Dios pone sus palabras en la boca del profeta (Deut. 18:18; Jer. 1:9), la mano del Señor viene fuerte sobre el profeta (Isa. 8:11; Eze. 1:3; 3:22; 37:1), o la palabra de Jehová vino al profeta (Ose. 1:1; Joel 1:1; Miq. 1:1; etc.). Jeremías, en el capítulo 25, reprende a su audiencia por no escuchar a los profetas (vers. 4), lo cual equivale a no escuchar a Jehová (vers. 7) o no escuchar las palabras de Jehová (vers. 8).
Resumiendo los mensajes proféticos enviados a Israel, 2 Reyes 21:10 registra: “Habló, pues, Jehová por medio de sus siervos, los profetas”, y 2 Crónicas 36:15 agrega: “Jehová, el Dios de sus padres, les envió constantemente avisos por medio de sus mensajeros […] Pero ellos se mofaban de los mensajeros de Dios, y menospreciaban sus palabras, burlándose de sus profetas”. El mensaje de los profetas es el mensaje de Dios. Por este motivo los profetas a menudo pasan de referirse a Dios en 3ª persona (“él”) a expresarlo en 1ª persona (“yo”) sin anunciar ese cambio (ver Isa. 3:1-4; 5:1-3; 27:1-3; Jer. 16:19-21; Ose. 6:1-5; Joel 2:23-25; Zac. 9:4-7). ¡Así de seguros estaban los profetas del AT de que su mensaje era el de Dios!
En un buen número de casos en el NT un “Escrito está” equivale a un “Dios dice”. Por ejemplo, en Hebreos 1:5-13 se presentan siete citas del AT como dichas por Dios, aunque los pasajes citados no siempre atribuyen específicamente a Dios esas palabras (ver Sal. 104:4; 45:6, 7; 102:25-27). Del mismo modo Romanos 9:17 y Gálatas 3:8 (citando Éxo. 9:16 y Gén. 22:18 respectivamente) manifiestan una identificación estricta de la Escritura con la palabra de Dios, pues los pasajes del NT introducen esas citas con un “dice la Escritura” mientras que en los pasajes de AT es Dios mismo quien habla. Las Escrituras del AT como un todo son consideradas como “la palabra de Dios” (Rom. 3:2). De igual modo, el NT como un todo es la Escritura “alentada por Dios”. Si bien la Biblia tiene muchos escritores humanos, en definitiva solo tiene un Autor: ¡Dios mismo!
Nada, me parece perfecto