Puede ser que al escribir este artículo esté fallando, por no ser totalmente objetivo. Hablo como padre de adolescentes, quien en realidad (parafraseando a Edgar Morin) se encuentra navegando en un mar de incertidumbres… con algunos islotes aislados de certezas.
Podría escribir varias páginas acerca de todo lo que se debería hacer. Es múltiple la información actual sobre qué tienen que evitar los adolescentes o qué les conviene más. El problema es: ¿“Quién le pone el cascabel al gato”, sin desencadenar una reacción con consecuencias mayúsculas?
En la Revista Adventista de enero de 2017, p. 25, Sandra Blackmer cuenta cómo resolvía la discusión con su hija acerca de las actividades permitidas en sábado. Ella dice: “Como madre, descubrí en lo personal que podía hacer del sábado algo más agradable para mi hija, si después de decir: ‘No, no podemos hacer eso’ agregaba las palabras: ‘Pero, como hoy es sábado, podemos hacer esto’ ”.
Precisamente, quiero destacar esta forma de diálogo con nuestros hijos adolescentes. Es interesante que a ellos no les moleste que los guiemos; sí que les impongamos algo sin una solución o salida al problema que les creamos. Por ejemplo: si quiero que mi hijo/a adolescente se levante de la cama y abandone por un rato su teléfono celular o la computadora, la solución no es pegar unos gritos de “autoridad” (que perdimos en el preciso momento en que irrumpimos airados en su habitación), sino ofrecerles una propuesta mejor para realizar.
Si hay algo en que debemos invertir hoy para nuestros hijos no es en una nueva tecnología digital o la mejor ropa. Una verdadera buena inversión es buscar un lugar para realizar ejercicio, consensuar con ellos e iniciar una actividad. Si es posible, lo practicaremos juntos, y sacaremos un doble rédito. A ellos les gusta compartir una actividad con nosotros, y tendremos un punto en común. El realizar ejercicio mejora su autoestima, disminuye el estrés, aumenta su capacidad de estudio y proporciona un sueño más reparador. Muchos problemas de salud crónicos (diabetes, hipertensión arterial, obesidad) se generan en la adolescencia, y recién en la vida adulta aparecen como enfermedades. Haciendo ejercicio, están frenando estas patologías. También podríamos buscar formas de expresión artística, como clases de música, artes visuales, etc.
Quiero destacar tres puntos que son importantes, basado en cómo ve nuestro Padre celestial a sus hijos:
Dios expresa de múltiples maneras su amor infinito hacia nosotros. ¿Están seguros nuestros hijos de que los amamos? Tenemos que asegurarles que los amamos siempre, aun si lo que hacen no es correcto.
Aunque tenemos el perdón de nuestros pecados gracias a Jesucristo, deberemos sufrir las consecuencias de nuestros errores. No es saludable que resolvamos nosotros las equivocaciones de nuestros hijos; eso forma parte del proceso de maduración. Deben entender que la libertad tiene límites; y que la mejor libertad es la que ofrece nuestro Creador.
Dios no es un Padre que rememore permanentemente nuestras equivocaciones. ¿Cómo nos sentiríamos si salen a flote nuevamente nuestros errores pasados? ¡Gracias a Dios que quedaron en el fondo del mar! Y allí tienen que ir también las equivocaciones de nuestros hijos. Eso aumenta el respeto mutuo en la familia.
Estas capacidades recién mencionadas no son espontáneas. Dice Jesucristo: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, este lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5).
“Cada hogar es un mundo”, reza el viejo refrán. Y realmente es así. Pero, de la mano de Dios, ser padres es distinto. Este es el momento de aferrarse con todo nuestro ser a la Vid que nos da la sabiduría a fin de ser padres justos, para poder transmitir a nuestros hijos amados lo que él quiere de cada uno de nosotros. RA
Este artículo ha sido escrito con la colaboración de Kevin (16 años), Kenneth Arnolds (13) y Mariela de Arnolds.
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