(Parte I)
“Somos lo que comemos” es una frase por demás conocida y muy cierta. Pero igualmente acertada, aunque menos conocida, es la frase: “Somos lo que vemos”. Así como los alimentos (nutrientes) que ingerimos son absorbidos y llegan a formar parte de las células de nuestro organismo, así también todo lo que ingresa por medio de nuestros sentidos es almacenado en el cerebro.
“Hay una ley de la naturaleza intelectual y espiritual según la cual modificamos nuestro ser mediante la contemplación. La inteligencia se adapta gradualmente a los asuntos en que se ocupa” (Elena de White, El conflicto de los siglos, p. 611). Es que la naturaleza humana está diseñada de manera tal que la vida entera, incluyendo los pensamientos, las palabras, los actos, los hábitos y, en última instancia, el carácter, todo puede ser moldeado y modelado según con qué alimentemos la mente.
Según Roland Hegstad, “el ser humano se transforma en lo que ve y oye, pues esta información, archivada en lo profundo del subconsciente, es la materia prima con la cual evaluamos y actuamos, a menudo sin siquiera ser conscientes de lo que ha determinado nuestras decisiones”.1 “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él” (Prov. 23:7), pues “de la abundancia del corazón habla la boca” (Luc. 6:45). En este sentido, contrariamente a lo que Satanás y el mundo nos quieren hacer creer, no hay zonas grises. Nada es moralmente “neutro”: lo que no nos edifica, nos destruye. Lo que vemos y oímos nos afecta para bien o para mal; o nos acerca a Dios o nos aleja de él. En palabras de Cristo: “El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama” (Mat. 12:30).
“Hay una ley de la naturaleza intelectual y espiritual según la cual modificamos nuestro ser mediante la contemplación”.
A veces olvidamos que estamos inmersos en una guerra, en un conflicto muy real, cuyo objetivo es la salvación o la perdición eterna de cada ser humano. Y el campo de batalla es nuestra mente. “Por la contemplación somos transformados. Al nutrir pensamientos impuros en su mente, el hombre puede educarla de tal manera que el pecado que antes odiaba se convierta en agradable. Satanás emplea todos los medios posibles para popularizar el crimen y los vicios envilecedores” (Elena de White, Patriarcas y profetas, pp. 490, 491). “Él procura llenar la mente de los hombres con un deseo de diversión mundanal, a fin de que no tengan tiempo de hacerse la pregunta: ¿Cómo está mi alma? […] La facultad del discernimiento que debiera haberse mantenido siempre aguda y sensible para distinguir entre lo sagrado y lo común, queda en gran medida destruida” (Mensajes para los jóvenes, pp. 381, 377 [edición 2013]).
Por eso es tan importante, crucial y determinante cuidar muy bien con qué elementos alimentamos nuestra mente, especialmente en esta generación posmoderna tecnológica, donde somos bombardeados constantemente con todo tipo de información y estímulos sensoriales.
Si Elena de White ya lo decía hace más de un siglo, cuánto más cierto resulta hoy: “El pecado está entre nosotros, y no se reconoce su carácter excesivamente pecaminoso. Los sentidos de muchos están embotados por la complacencia del apetito y por la familiaridad con el pecado. Necesitamos acercarnos más al Cielo. […]
“Los que no quieren ser víctimas de las trampas de Satanás deben guardar bien las avenidas del alma; deben evitar el leer, mirar u oír lo que puede sugerir pensamientos impuros. […] Debemos hacer todo lo que podamos para colocarnos a nosotros mismos y a nuestros hijos donde no veremos la iniquidad que se practica en el mundo. Debemos guardar cuidadosamente la visión de nuestros ojos y la percepción de nuestros oídos para que esas cosas espantosas no penetren en nuestra mente” (Elena de White, El hogar cristiano, pp. 347-349; la cursiva fue añadida).
Es alarmante ver cómo Satanás ha logrado infiltrarse en los hogares (y las mentes), incluso de los hijos de Dios, a través de los medios masivos de comunicación. En los próximos meses, analizaremos el contenido y los efectos de la televisión, el cine e Internet en la mente y la espiritualidad del cristiano. Es hora de reflexionar seriamente sobre la clase de alimento que estamos dando a nuestra mente, a la luz de los principios y los consejos inspirados. Es hora de seguir el consejo del sabio Salomón: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida” (Prov. 4:23)
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