Comentario lección 3 – Segundo trimestre 2016
El autor de la lección de esta semana optó por no reflexionar en el contenido del Sermón del Monte en sí sino en la aparentemente tensa relación entre la gracia y la Ley, o la gracia y la ética cristiana tal como se revela en este sermón como en ninguna otra parte de la Biblia (salvo en algunos pasajes de las epístolas apostólicas, que no hacen otra cosa que ser desprendimientos de este sermón).
Por supuesto, hacer un comentario de todas y cada una de las enseñanzas del Sermón del Monte ameritaría escribir todo un libro (como El discurso maestro de Jesucristo), pero sería un desperdicio espiritual atravesar por este pasaje del libro de Mateo sin decir nada acerca de la importancia de cada una de sus enseñanzas. Así que, en mi comentario de esta semana optaré por decir alguna palabra acerca de la tensión arriba señalada entre la gracia y la ética cristiana, para luego dar un pantallazo casi telegráfico de las enseñanzas del Sermón del Monte.
Es cierto lo que dice el autor acerca de que para algunos cristianos el Sermón del Monte puede resultar desanimador. Porque los ideales morales que Jesús propone en él (p. ej.: amar al enemigo, dar la otra mejilla, orar por los que nos dañan y bendecirlos, tener control incluso de nuestros pensamientos hacia el sexo opuesto; en definitiva, ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto) parecen irrealizables para la naturaleza humana. La ética de Jesús es incluso mucho más exigente que la de los escribas y los fariseos, aun cuando estos consideraban a Jesús como un liberal. Porque la ética de estos hiperreligiosos del tiempo de Cristo se atenía solamente a la conducta externa, visible, y era una MORAL PASIVA; es decir, su preocupación era asegurarse de NO HACER LO MALO. Pero la ética de Jesús es una ética que alcanza hasta los más profundos pensamientos, sentimientos y deseos del corazón humano, y no solo se preocupa por abstenerse de incurrir en conductas que sean reprobables por Dios y por la sociedad, sino principalmente su énfasis parece estar en una MORAL ACTIVA, preocupada ante todo por AYUDAR AL PRÓJIMO EN SU NECESIDAD, en HACER EL BIEN A OTROS. Esta era la diferencia esencial entre el enfoque ético de Jesús y el de los legalistas de su tiempo. Ante semejantes ideales de PUREZA y BONDAD, uno se siente más descalificado incluso que ante la ética puramente formal de una lectura superficial de los Diez Mandamientos y de todas las leyes morales del Antiguo Testamento. Porque la ética farisaica se preocupa meramente en CUMPLIR la Ley. Mientras que Jesús nos exhorta a VIVIR la Ley hasta las últimas consecuencias. ¿Quién puede decir, entonces, con la mano en el corazón, que vive plenamente a la altura de estos ideales éticos?
En este sentido, es muy iluminadora la perspectiva del Pr. Roberto Badenas sobre la diferencia de enfoque entre Cristo y el legalismo de sus días, en relación con la Ley:
“En primer lugar, [el fariseísmo] […] comienza a considerar la revelación de las Sagradas Escrituras más como un código que como un ideario. Esforzándose más por ‘guardar’ la ley que por ‘andar’ en ella, los fariseos fomentan, sin quererlo, el paso del nomismo al legalismo. Bajo esa óptica, incluso las normas más liberadoras acaban siendo percibidas como imposiciones (Éxo. 23:19; 34:26)” (Roberto Badenas, Cristo y la Ley [Buenos Aires: ACES, 2014], p. 33)
Aquí es donde entra en juego la gracia de Dios, y el sentido y propósito por el cual Jesús nos presenta las apelaciones morales de este famoso sermón. A diferencia del sentido que le daban los fariseos a la obediencia del creyente a la Ley (todas las enseñanzas morales del Antiguo Testamento), es decir, una forma de congraciarse con Dios, de asegurarse su aceptación, su favor, su bendición y, en definitiva, su salvación, Jesús vino a ofrecerse como Sustituto moral del hombre (“por la obediencia de uno, los muchos fueron constituidos justos [Rom. 5:12]), para ofrecer SU justicia en lugar de la pecaminosidad del hombre (2 Cor. 5:21), y como Expiador de nuestros pecados (sufriendo la condenación que nuestros pecados merecían, para librarnos de culpa y condenación), que es la única forma en que podemos tener la seguridad de la plena aceptación de Dios y de ser salvos ante el Juicio Final.
Y el sentido de la ética cristiana no es, entonces, ni pagar nuestras culpas ni asegurarnos la aceptación de Dios, sino que tiene que ver con el NIVEL EXISTENCIAL de la experiencia cristiana, con el SER del cristiano. Jesús, con el Sermón del Monte, vino a enseñarnos un camino para SABER VIVIR, para saber relacionarnos con nuestros prójimo de una manera saludable y sanadora, para irnos preparando para el clima de bondad y amor que se vive en el cielo, nuestro destino final. Quienes no deseen en esta vida acomodar su carácter a estos altos ideales sencillamente nunca serían felices en el cielo, donde impera el principio del AMOR ABNEGADO, donde no se conocen los clamores del yo, del egoísmo, sino que todos viven para hacer felices y bendecir a los demás. Se sentirían incómodos, fuera de lugar, extraños a ese ambiente de pureza y bondad. Se aburrirían.
Bajo este enfoque, entonces, el Sermón del Monte no es tanto un asunto de OBEDIENCIA como de ARMONÍA con el carácter de Dios. La palabra obediencia puede encerrar para algunos, de por sí, cierta coerción, cierta obligación. Y, como dice el autor de la lección, en el judaísmo, “el legalismo se infiltró como puede hacerlo en cualquier religión que toma en serio la obediencia, tal como el adventismo del séptimo día” (el énfasis es mío). Por eso, resulta interesante el enfoque del Pr. Roberto Badenas, quien habla de las normas de la ética cristiana, y específicamente del Sermón del Monte, como un “ideario” (una serie de ideales para proseguir como guías del camino, aun sabiendo que nunca serán plenamente alcanzados) más que como una serie de reglas para cumplir como condición inexorable para gozar del favor de Dios y la salvación. Son ideales que marcan el “deber ser” existencial y moral del hombre, aquello con lo cual alcanzaría su plena humanidad, en vez de manejarse rastreramente con la esclavitud moral a la que nos somete el pecado o incluso la esclavitud de una salvación que dependa de la obediencia estricta y perfecta a la voluntad de Dios:
“Percibir los mandamientos como condiciones de aceptación es pues bíblicamente falso, además de teológicamente absurdo. Dios da su ideario a un pueblo ya liberado, para ayudarlo a alcanzar una calidad de vida superior, no para complicarle la existencia o imponerle una nueva esclavitud. Quien liberó a su pueblo de Egipto quiere con mayor razón liberarlo de sus problemas familiares y personales” (Roberto Badenas, ibíd., p. 89).
Teniendo en cuenta esta base espiritual, entonces, vemos que el Sermón del Monte es el mayor ideario ético que podamos encontrar para saber CÓMO VIVIR (no cómo ser salvos o evitar la perdición), como garantizar relaciones saludables con Dios y con nuestro prójimo, y aun dentro de las limitaciones que nos impone nuestra existencia en este mundo de pecado ser lo más felices posible. Es una guía moral infalible para saber diferenciar el bien del mal; para saber evitar aquellas conductas que nos dañan y producen dolor. Nos enriquece, ennoblece y hace crecer como personas, en la medida que nuestra vida se va acomodando a sus ideales por la obra del Espíritu Santo.
LAS BIENAVENTURANZAS (Mat. 5:1-12)
El enfoque de Jesús sobre la felicidad es absolutamente revolucionario para la naturaleza humana. Presenta que la dicha (lo que significa makarios, la palabra traducida como “bienaventurados”, o “felices”) se puede encontrar precisamente en lo contrario de aquello que pensábamos que nos proporcionaría felicidad. Son felices…
…los pobres en espíritu; es decir, los que se sienten pecadores, insuficientes moralmente delante de Dios, y que sienten una constante necesidad de ser perdonados y salvados por Dios.
…los que lloran; es decir, los que se lamentan por su pecaminosidad, y a la vez lloran por las desgracias que hay en el mundo y por sus propios sufrimientos. Dios les promete que habrá consolación para ellos.
…los mansos; es decir, los que son humildes y suaves en su trato con el prójimo, que no se ofenden fácilmente, que son dóciles a la conducción de Dios.
…los que tienen hambre y sed de justicia: los que claman por un mundo mejor; sin abusos, atropello, desigualdades, y que a su vez tienen hambre y sed de ser ellos mismos más puros, nobles, santos.
…los misericordiosos; es decir, los que tienen suficiente sensibilidad ante el dolor y los dramas ajenos, y tienen una mirada compasiva y tolerante hacia quienes los rodean, y procuran tender una mano de ayuda hacia su prójimo necesitado.
…los de limpio corazón; los que cultivan motivaciones nobles en su corazón y desechan las motivaciones egoístas, orgullosas, y que además tienen bondad en su corazón hacia su prójimo, en la manera que lo consideran y juzgan. También cultivan la pureza de pensamiento hacia el sexo opuesto.
…los pacificadores; los que buscan siempre la paz, la armonía, la reconciliación en su relación con su prójimo, en vez de ser peleadores, contenciosos. Tratan de que los que los rodean también vivan en paz.
…los que padecen persecución por causa de Jesús y del bien y la justicia; es decir, los que se juegan lo suficientemente por su fe como para “incomodar” a los que tienen un espíritu contrario a Cristo, y se “mantienen de parte de la justicia aunque se desplomen los cielos”.
SAL DE LA TIERRA Y LUZ DE MUNDO (Mat. 5:13-16)
Jesús nos muestra que el cristiano, como representante e instrumento en las manos de Jesús, está puesto en el mundo no solo para ser salvo él sino también para cumplir una misión en favor de quienes no conocen a Dios: misión que implica en primer lugar SER cristiano; es decir, vivir como tal, sin perder su identidad cristiana. Que implica no aislarse del mundo egoístamente sino inmiscuirse y actuar en él, como la sal debe mezclarse con los alimentos que debe sazonar. Y que implica no ocultar la luz de Cristo y su verdad sino darla a conocer proactivamente.
JESÚS Y LA LEY (Mat. 5:17-20)
Lejos de lo que sus críticos podrían pensar –que el sentido libre y amoroso que Jesús le daba a la Ley y la relación que el creyente debe tener con ella tenía como propósito eximir al ser humano de su acatamiento a sus preceptos–, Jesús reafirma su total aprecio por la Ley de Dios y su fidelidad a ella; su inmutabilidad. A continuación va a dar ejemplos de las dimensiones espirituales de los preceptos de la Ley, y a señalar que abarcan mucho más que la conducta exterior, visible a los hombres. Tiene que ver con el corazón, con las actitudes internas hacia otros.
JESÚS Y EL ODIO (Mat. 5:21-26)
Jesús nos enseña el camino de la armonía con todos los hombres. Él sabe que no hay paz cuando tenemos cuentas no arregladas con nuestro prójimo. Además, el odio, el rencor, el resentimiento, son un veneno que nos amarga por dentro, nos enferma. Jesús vino a proponer, con su propio ejemplo redentor, el camino de la reconciliación con nuestro prójimo. A evitar el camino del enojo, de la agresividad, la violencia.
JESÚS Y LA PUREZA SEXUAL (Mat. 5:27-30)
Jesús sabe que los pensamientos y los sentimientos tarde o temprano se traducen en actos. Sabe que la fidelidad a la pareja empieza en el corazón. Por eso, nos indica que cuidemos nuestros pensamientos e imaginación hacia el sexo opuesto, y que por su gracia purifiquemos nuestra vida psicosexual. Y usa un lenguaje enérgico para decirnos que tenemos que ser decididos en expulsar de nuestra mente, con el auxilio del poder del Espíritu Santo, todo pensamiento lujurioso, toda imaginación impura.
JESÚS Y EL DIVORCIO (Mat. 5:31, 32)
Jesús nos enseña a tomarnos muy en serio las relaciones matrimoniales. No es un “probar suerte” con una persona, sino “echar nuestra suerte” con ella. Nos insta al compromiso, a luchar por sostener una relación, sabiendo que inevitablemente habrá roces, conflictos, desacuerdos en una relación de pareja. Pero si impera el principio de hacer la voluntad de Dios en ambos cónyuges, ningún hogar tiene por qué fracasar. Es cierto que a veces hay situaciones insostenibles (cónyuges abusadores, violentos, alcohólicos, etc.). Pero, en la medida de lo posible, debemos esforzarnos por sostener nuestra relación matrimonial, en vez de tirar todo por la borda ante la menor desavenencia.
JESÚS Y LA IMPORTANCIA DE LA PALABRA (Mat. 5:33-37)
El cristiano que sigue a Cristo se transforma en una persona honesta, íntegra, y su palabra vale oro. Es una persona “de palabra”, y esta vale más que cualquier contrato legal. No necesita tener un lenguaje grandilocuente para asegurarles a las personas que cumplirá su palabra. También sabe medirse en cuanto a sus promesas. No promete lo que no puede cumplir.
EL SUMMUM DE LA ÉTICA: EL AMOR AL ENEMIGO (Mat. 5:38-48)
Esta es quizá la enseñanza de Jesús más difícil de vivir: haber aprendido a amar tanto que podamos incluir en ese amor incluso a los enemigos. Haber aprendido a no responder al agresivo con agresividad, al que insulta con insultos. Tener un sentimiento de bondad e incluso compasión por aquel que nos hiere y tratar de bendecirlo de toda forma. Es difícil, en la casuística, saber cuáles son los límites y los alcances de esta enseñanza. ¿Tiene que ver con lo que sentimos por esas personas? ¿Podemos tener un sentimiento tan cálido y afectuoso por una mala persona, que nos hace daño a nosotros, a nuestros seres queridos o a otros (pensemos en un Hitler), como el que tenemos por nuestros seres más queridos (padres, hermanos, hijos, cónyuges)? ¿Se trata de la vida emocional o podría ser que más bien se refiera a la conducta ética? Es sin duda la enseñanza moral de Jesús para la cual más se requiere la guía y el poder del Espíritu Santo. Pero, si así lo hacemos, estaremos imitando a nuestro Padre celestial, que tanto amó a todo ser humano pecador que entregó lo mejor y más querido que tenía, su Hijo Jesucristo, con tal de poder salvarlo. La promesa es que si aprendemos a amar como Dios el Padre, seremos perfectos como él (es decir, no en su nivel, sino a su semejanza; el tiempo verbal en el texto original en griego está en futuro, “seréis perfectos como vuestro Padre…”, lo cual es toda una promesa).
JESÚS Y LA HIPOCRESÍA RELIGIOSA (Mat. 6:1-8)
Si hay algo que desenmascaró Jesús durante su estadía en la Tierra, y que seguramente fue una de las mayores causas por las cuales tanto lo odiaron los dirigentes religiosos de sus días, era la hipocresía religiosa, la más despreciable de las falsedades. La pretensión de santidad, de superioridad espiritual, el exhibicionismo religioso, el querer mostrar a los demás “cuán espiritual” es uno, alardeando mediante limosnas, oraciones y ayunos ostentosos “para ser vistos de los hombres” (hoy podríamos hablar de obra misionera, estudios bíblicos, cumplimiento del “estilo de vida” de nuestra iglesia, etc.). Jesús, en cambio, propone una autoconciencia de nuestra condición pecaminosa, y por lo tanto una actitud reservada en cuanto a nuestros “logros” espirituales, tratando más bien de que pasen inadvertidos, pues sabemos que ellos en ninguna manera nos hacen superiores a otros, sino que son solo dones de la gracia operante de Dios. Jesús se opone a todo triunfalismo, exhibicionismo, ostentación espiritual. Propicia una relación íntima con Dios, que conoce exactamente nuestro fuero más íntimo, y al cual no podemos impresionar con nuestras “buenas obras”. Somos solo pecadores que buscan entregarse a la gracia perdonadora y operante de Dios, para que él haga su obra en nosotros y a través de nosotros.
LA ORACIÓN MODELO: EL PADRENUESTRO (Mat. 6:9-13)
En esta oración, Jesús nos enseña a orar por dos motivos fundamentales, en este orden: primero, por la gloria de Dios y la instauración de su Reino de gracia, su reino moral y su reino de gloria en los corazones humanos y luego en la Tierra toda, cuando Jesús regrese a buscarnos. Porque, en realidad, lo que más necesitamos los seres humanos para vivir en un mundo seguro y feliz es que Dios reine, y no Satanás. Y en segundo lugar, orar por nuestras necesidades materiales, por nuestra necesidad espiritual de perdón y de ser perdonadores, y para que Dios nos libre del mal. Son las necesidades fundamentales y, en último análisis, más importantes de todo ser humano.
JESÚS Y NUESTRA RELACIÓN CON LAS COSAS MATERIALES, CON EL MUNDO EN QUE VIVIMOS (Mat. 6:19-21, 24-34)
Jesús nos enseña a poner el corazón donde debe estar, a preocuparnos por lo que realmente merece nuestra preocupación (si cabe el término): el Reino de Dios y su justicia. Todo lo humano, terrenal, es perecedero. Pero todo lo relacionado con Dios es eterno. Dios se ha comprometido a que si nos ocupamos de buscarlo a él, hacer su voluntad y realizar su tarea en el mundo, él se ocupará de nuestras necesidades terrenales. Jesús quiere que minimicemos al máximo nuestras ansiedades y angustias, y aprendamos a descansar en el cuidado de nuestro Padre celestial, que si tiene cuidado de las cosas más insignificantes de la naturaleza, como las flores, con cuánta más razón tendrá cuidado de nosotros, que somos sus hijos, comprados al precio de la sangre de Jesús.
JESÚS Y LA CRÍTICA (Mat. 7:1-6)
En esta enseñanza Jesús nos previene contra el espíritu farisaico, que presupone que uno es mejor que el prójimo, que está en un nivel superior, y que por lo tanto está en condiciones de convertirse en juez de sus acciones y motivaciones. Pero precisamente esa actitud de espiar, juzgar, criticar, descalificar y condenar a nuestro prójimo es, en sí misma, algo tan malicioso a su vista que para Dios constituye una “viga” en el ojo propio, en comparación con las faltas de nuestro prójimo, que para Jesús son tan solo una “paja”. Es que el espíritu criticón nos vuelve personas ruines, estrechas, maliciosas. Nos degrada. Cuando tomamos conciencia de nuestra condición pecaminosa delante de Dios, ya no tenemos ganas de juzgar a nadie, ya que solo sentimos necesidad de la misericordia de Dios, su tolerancia, su comprensión y su perdón. Y, como consecuencia, trasladaremos este mismo sentimiento a nuestra visión de nuestro prójimo.
UNA EXTRAORDINARIA SEGURIDAD PARA NUESTRAS ORACIONES (Mat. 7:7-11)
Jesús nos enseña que no oramos en vano, al aire. Hay recompensa para nuestra fe y nuestras oraciones. Si pedimos, recibiremos; si buscamos, hallaremos; si llamamos, se nos abrirá. Porque nuestro Padre celestial nos ama tanto que está más dispuesto a bendecirnos que incluso los mejores padres terrenales a llenar de buenas cosas la vida de sus hijos. Jesús quiere que despejemos toda duda acerca de la buena voluntad de Dios de apoyarnos y ayudarnos en nuestra vida terrenal.
LA REGLA DE ORO (Mat. 7:12)
La síntesis más formidable de la ética la presenta Jesús en estas pocas palabras: nunca vas a fallar en una decisión moral si tratas a tu prójimo como te gustaría que te traten. Así como te gusta que te tengan en cuenta, te valoren, te respeten, te comprendan, te toleren, tengan misericordia de ti, te ayuden cuando estás necesitado, te perdonen, te den nuevas oportunidades, etc., haz lo mismo con los que te rodean. Si así lo haces, siempre estarás actuando bien, haciendo la voluntad de Dios y bendiciendo a tu prójimo, que es el gran sentido de la vida. Este es, en esencia, todo el mensaje y el propósito de la Revelación bíblica: que seamos buenos.
LA PUERTA ESTRECHA (Mat. 7:13, 14)
Jesús no es demagogo. No nos dice que sea fácil estar en condiciones para ir a morar a ese mundo mejor, donde todo es amor, bondad, pureza y rectitud. Por lo tanto, aunque la salvación es gratuita (nuestro derecho al cielo), es necesario que nos preparemos para él (nuestra idoneidad para el cielo). No se puede ir de cualquier manera. No se puede ir consintiendo y cultivando el egoísmo, el orgullo, la malicia, la perversidad, la inmoralidad sexual, la deshonestidad, la violencia, y tantas otras conductas pecaminosas, que manifiestan la identificación con el reino de las tinieblas. No se puede ir sin tener apego por Dios, confianza en él, porque si no iríamos a vivir por la eternidad con un gran “Dictador cósmico”. Hay que aprender a vivir en esta vida como esperamos vivir en el cielo. Y, lamentablemente, no son mayoría los que prefieran irse aclimatando al cielo. Prefieren y están cómodos con lo rastrero de esta Tierra.
JESÚS, EL ENGAÑO Y UNA FALSA RELIGIÓN (Mat. 7:15-23)
No todo lo que brilla es oro. Jesús nos advierte de la actividad diabólica en el mundo y en la iglesia, y nos dice que la estrategia principal del enemigo es la falsificación: aparentar una cosa y ser otra; tener como instrumentos del engaño a lobos vestidos de ovejas, y a gente que profesa creer en Cristo pero que no le interesa hacer su voluntad, a quien solo le interesa los beneficios de ser cristianos. Gente que incluso llega a realizar milagros en nombre de Cristo pero que no son otra cosa que instrumentos del enemigo. Por eso, nos dice que los dos grandes indicadores para reconocer la validez de la profesión religiosa son los frutos de su vida (su conducta, su carácter) y su actitud de sumisión a la voluntad divina.
EDIFICAR SOBRE LO INCONMOVIBLE (Mat. 7:24-29)
Como todo buen predicador, Jesús termina su Sermón del Monte con una conclusión que englobe y sintetice el sentido de su enseñanza, y haga una apelación a VIVIR de acuerdo con lo predicado.
Jesús nos dice que no basta con oír sus enseñanzas, con deleitarse con su grandeza ética-filosófica, con lo didáctico de su discurso y sus atrayentes ilustraciones. Lo que determinará nuestro destino es VIVIR de acuerdo con sus enseñanzas, PONER EN PRÁCTICA sus principios, llevarlos al terreno de nuestra realidad cotidiana. Porque la vida inevitablemente nos traerá conflictos y crisis. Y lo que no esté edificado sobre la solidez de las enseñanzas de Cristo, y sobre él mismo, tarde o temprano sucumbirá ante los golpes de la vida y de las tentaciones diabólicas. Pero, quienes hacen de Cristo y de sus enseñanzas el fundamento moral y espiritual de su vida podrán resistir todas las crisis que les sobrevengan en este mundo de pecado, y finalmente ingresarán en el Reino eterno de Jesús, fuera ya de todo peligro.
Que por la gracia de Dios y por la obra del Espíritu Santo en nuestros corazones, podamos vivir procurando poner nuestra vida toda en armonía con este ideario maravilloso que Jesús nos indica, para su gloria, para bendición de los que nos rodean, y para nuestra propia felicidad presente y eterna.
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