EL ALTAR DEL INCIENSO

Protección y seguridad desde el Santuario.

En el Lugar Santo encontramos un mueble que tenía una función especial, y que se usaba tanto el servicio diario como en el servicio del Día de Expiación, una vez al año. Estamos hablando de el altar del incienso, un mueble hecho de madera de acacia que estaba recubierto de oro puro (Éxo. 30:1, 3). Por esto, en algunas ocasiones, es también llamado “el altar de oro” (Éxo. 39:38; 1 Rey. 7:48; 2 Crón. 4:19). En este artículo hablaremos acerca de las funciones de este altar y sus implicancias teológicas.

Lo primero que debemos considerar es que en el altar del Lugar Santo se utilizaba un incienso aromático especial (Éxo. 31:11; 30:35; 35:8). Del mismo modo, este incienso era de uso exclusivo para el Santuario y no debía ser replicado para otro uso (Éxo. 30:37). Además, sabemos que el día en que el Santuario fue inaugurado descendió fuego del cielo y consumió el sacrificio que se había ofrecido (Lev. 9:24). La Biblia nos informa también que el altar de incienso se encendió con el fuego del altar del sacrificio (Lev. 16:12; Núm. 16:18).

Segundo, al leer el texto bíblico, se puede notar que el altar del incienso tenía una conexión directa con el altar del sacrificio. Ambos muebles son llamados de la misma manera como “altar” (del hebreo mizbeaj). No solamente la terminología es la misma, sino también se usaban ambos altares cuando se hacía algún sacrificio. Al ofrecer un holocausto en el altar del sacrificio, la sangre del animal sacrificado se utilizaba para pintar los cuernos del altar del incienso (Lev. 4:7).

Esta conexión funcional entre estos muebles indica que el sacrificio del cordero no es suficiente para el perdón y expiación del pecado. Es necesario que el sacerdote lleve la sangre del sacrificio hasta la presencia de Dios. Así, el sacerdote se convierte en el intermediario entre el pecador y Dios. Esta era una función única y exclusiva del sacerdote. El texto bíblico también indica que, además de llevar la sangre del sacrificio hasta el altar del incienso, también se debía mantener el incienso ardiendo constantemente en ese altar, que estaba ubicado en el Lugar Santo (Éxo. 30:8).

Así, tanto el fuego del altar como el incienso ofrecido allí eran de uso exclusivo para el Santuario y ningún fuego extraño debía ser utilizado en este altar (Lev. 10:1, 2). Solo el sacerdote tenía la potestad de hacerlo.

En tal sentido, hay dos ocasiones importantes en las que estas indicaciones son desafiadas. La primera se encuentra en Levítico 10, donde se relata el pecado de Nadab y Abiú, quienes servían a Dios como sacerdotes del Tabernáculo. Estos dos individuos ofrecieron fuego extraño en el altar de incienso. Este acto marcó el final de su ministerio y fueron eliminados por su rebelión.

La segunda ocasión relacionada con el altar del incienso es el caso del rey Uzías, quién ingresó al templo para quemar incienso al Señor (2 Crón. 26:16). Tal acto fue advertido por el sumo sacerdote, quien llamó la atención al rey (vers. 17, 18). No obstante, el rey persistió en su rebelión y ofreció el incienso no permitido. Por eso, el Señor lo castigó y quedó leproso hasta el día de su muerte (2 Crón. 26:19-21).

Finalmente, el incienso era ofrecido también en el Día de Expiación. Para esta ocasión, el sumo sacerdote debía entrar con el incensario para llenar el Tabernáculo con el humo del incienso y así proteger su vida, ya que la presencia de Dios se manifestaba en aquella ocasión (Lev. 16:12, 13). De esta manera, el incienso del Santuario protegía al sumo sacerdote frente a la manifestación de la gloria de Dios en aquel día tan importante para Israel.

Por lo tanto, el altar del incienso apunta no solo a la intercesión en favor del pecador arrepentido, sino que esta intercesión es posible por el sacrificio expiatorio y sustitutorio ofrecido en el altar del sacrificio. El salmista nos indica también un elemento interesante del incienso: “Sea puesta mi oración delante de ti como incienso” (Sal. 141:2). Así, el incienso representa la oración sincera del creyente. Y es a causa de esa oración que se eleva ante la presencia de Dios que Cristo intercede por cada ser humano que se acerca a él.

¡Cuánto poder hay en la oración, que nos protege y nos da seguridad gracias al sacrificio y los méritos del Cordero de Dios que fue entregado por nosotros!

¡Maranata!

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